Capítulo 5

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Soñé que todo era diferente, que me había besado con Andrew y que me había quedado dormida en su pecho mientras acariciaba mi cabello con su rostro. Todo era hermoso hasta que me desperté, odié al despertador por quitarme la única oportunidad de regresar el tiempo aunque sea irreal, lo odié porque no era suficiente 8 horas de descanso si tenia sueños tan maravillosos como el que tuve. Los sueños que te hacen volver a vivir en tu cabeza deberían durar más, y los sueños malos que te dañan ni deberían de existir.

Me desperté y lo primero que vi fue un enorme ramo de rosas de color rosa en mi habitación, ¿Qué hacían esas rosas allí? ¿Cómo llegaron hasta allí?. Tal vez se habrían equivocado...

-¿Qué es esto?.- pensé nuevamente.

Me acerqué más para ver si tenia alguna descripción y sí, la tenia.

"Para la mujer más hermosa.

Andrew James."

Era increíble... ¡él me había enviado flores! No sabía qué pretendía Andrew, pero sea lo que sea, lo estaba logrando, y muy rápido. No quería que todo fuera fácil para él, no quería que sintiera que ya me tenia cuando él quisiese, porque ese no era el caso.

Las arreglé a manera que no se marchitasen tan rápido, era un detalle muy especial, debía aceptarlo, y por lo mismo quería cuidarlo lo mas que pudiera, después que se marchitasen cortaría cada uno de sus pétalos y los guardaría en un pequeño cofre, pero guardaría una para que se secara dentro de un libro; de esa manera estando "muerta" podría estar conmigo más tiempo.

Eran como las 8:30 de la mañana. Me levanté e hice mi rutina diaria que consistía en ducharme y arreglarme para salir un rato en busca de más aventuras, tenia mucho por conocer aún.

Y así lo hice. Por alguna razón el agua de la regadera se me hizo deliciosa, era caliente. En nueva York estaba comenzando a hacer un poco de frío, así que la temperatura del agua estaba para usarse caliente, me encantaba el agua caliente, puede parecer extraño pero me recordaba a mi madre. Ella era cálida, a partir de su muerte llegué a la conclusión que todos somos agua. Primero nos vamos abundando hasta ser suficiente para dar y recibir vida, luego nos vamos agotando hasta que por fin nos secamos. Nos acabamos por diversas razones, podemos estar muertos en vida, es decir; estar respirando, caminando, comiendo, huyendo de un lado para otro pero no sentir ninguna muestra de vida en tu cuerpo, a pesar que las tienes, te sientes vacío, como si todos los días fuesen iguales, solo sigues respirando, pero no lo sientes, no te percibes en este mundo. Dicen que la ducha es el momento perfecto para reflexionar, en muchas ocasiones lo he comprobado. Es como si todos tus sentimientos salieran al contacto con el agua, como si el agua te incitara a imaginar tus más locos sueños o aventuras, a reflexionar sobre tu vida y pensar en momentos que han marcado tu historia sobre la tierra. ¿Por qué en ese momento del día y no en otro?. Estoy segura que muchas personas lo entienden, porque todos nos hemos sentido así alguna vez.

Sin embargo, no nos sirve de nada tratar de reflexionar en la ducha si saliendo de ella vamos a hacer lo contrario. Al principio pueden parecer buenas ideas pero después nos vemos atacados por las dudas que viven en nuestra cabeza.

En mi cabeza planeaba muchas formas de agradecerle aquel lindo gesto a Andrew, realmente no me habían hecho algo parecido y eso lo hacía aún más irresistible. Él sin saberlo provocaba muchas cosas en mí, cada vez que lo miraba se me erizaba la piel, tenía el poder de enloquecerme con sólo una mirada. Me arrepentí una y mil veces de no haberlo besado. Cuando no realizas algo que tú querías, siempre tus deseos consiguen atormentarte enormemente. Pero la próxima vez será diferente... no voy a dejar que el miedo siga controlando mi vida y me impida realizar lo que yo más quiero... besar a Andrew. Pero sin embargo, no sabía si Andrew querría besarme o al menos intentarlo de nuevo, de cualquier manera, si él no lo hacía, yo lo haría, no podía dejarle todo el trabajo a Andrew y luego tomar todo el crédito por algo que él había despertado en mí desde el principio.

Salí más que decidida y con la esperanza de encontrarme con Andrew. No sólo a él, sino que también a su sonrisa encantadora, sus ojos que podrían confundirse con el mismo paraíso, o con el mismo infierno si es posible. Eran el fuego, y al mismo tiempo el agua que podía apagarlo. Te provoca arder entre sus llamas, y no te importaría salir lastimado. Y sí, yo me había enamorado de él, ¿acaso eso no era de esperarse?.

Bajando las escaleras del hotel, sentí cómo una mano muy cálida rodeó mi brazo. Me asusté un poco y volteé con un poco de temor. Y ahí estaba. Esos ojos tan azules de los cuales ya les había hablado. No me gusta exagerar ni perder la cordura por unos simples ojos. Pero aquellos ojos eran más que unos simples ojos azules.

-Hola.-dije apenas conteniéndome.
-¿Cómo estás, preciosa?.-me respondió con una sonrisa.
-Em... bien. Yo sólo iba a... tomar un poco de aire fresco.-respondí con una sonrisa nerviosa.
- ¡Genial!.- me respondió.
Justamente yo iba a hacer lo mismo. ¿Te molesta si te acompaño?.- prosiguió.

Me detuve a pensar, era algo que me había tomado de sorpresa que no sabía si aceptar o no. Si lo hacía probablemente me vería como una chica a la cual puedes decirle algo y siempre aceptará porque la tienes comiendo de la palma de tu mano. Sin embargo, no creía que Andrew fuera así. Pero yo qué podría asegurar si soy tan ingénua tratándose de personas... pero quiero intentarlo. Ya no estoy para quedarme con las ganas.

-Para nada, vamos.-le respondí.

Caminamos al rededor del parque, fuimos por un café, nos reímos una y otra vez de tantas tonterías que habíamos hecho a lo largo de nuestras vidas, me contó cómo era su familia, lo cual, me pareció más unida de la que yo pude haber tenido. Con Andrew las horas no pasaban, podría pasar 1 hora y yo la sentía como si fuesen minutos. Era todo lo que yo pude haber pedido, aunque yo no conocía a nadie, con él, no hacía falta hacerlo. Pero al igual que las grandes historias, todo tenía un final. Nos fuimos del lugar y caminamos hacia el hotel. Realmente no había sentido cuan rápido había pasado el día que ya principiaba a atarceder.
Finalmente llegamos al hotel.
Decidimos tomar el ascensor. Hubo un momento en el cual nos quedamos fijamente mirándonos, nuestras miradas se cruzaron, y asimismo, nuestros labios. Nos besamos como si no hubiera última vez, ni siquiera sé quién besó primero, pero estaba en el paraíso. Sus labios sabían a gloria, y poco a poco sus manos fueron rodeando con fuerza mí cintura...






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