Capítulo VIII: Que irónica es la vida

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Capítulo VIII: Que irónica es la vida

-Te aseguro, cariño, que encontraremos al responsable. - exclamó mi abuelo, pegando un manotazo en su escritorio.

Nos hizo saltar junto a la abuela por el susto. De verdad se veía enfadado, intenté tranquilizarlo y decirle que le restara importancia a lo sucedido, pero no me escuchaba. No quería más problemas por mi culpa. Estábamos los tres en la habitación de trabajo de mi abuelo. Él sentado en su escritorio y nosotras en las sillas que estaban al frente de él.

-Lorenzo, cálmate. - intento razonar la abuela. - No es necesario tanto alboroto. Buscaremos al culpable, pero no armes un berrinche de esto. Pones nerviosa a Lucy. -

Mi abuelo gruño enojado. Sabía que se encontraba molesto por lo sucedido, yo también lo estaba, pero cada vez estaba más consciente del porqué lo hicieron. Más asumida. Pero mis abuelos no. Pensaban que era una broma de mal gusto, no una venganza. Con este tipo de reacciones empezaba a creer que mis abuelos siempre se mantuvieron al margen de todos los problemas que hice en el pasado. Parecían ajenos a ello.

-Lo siento, Lucy...- intento disculparse, más fue interrumpido.

-Patrón, Albert Harris está aquí. - informo un trabajador de la ascienda, abriendo la puerta.

- ¡Maldito sin vergüenza! - exclamó furioso mi abuelo, mientras se ponía de pie.

- ¿Qué quiere ahora? - Lo siguió en el mismo tono la abuela.

Sus rostros estaban serios y enojados. Caminaron rápidamente a la salida para enfrentar a quién sea que fuera ese sujeto.

- ¿Qué pasa? - pregunte alarmada persiguiéndolos.

La abuela se giró rápidamente hacia mí, como si hubiera olvidado mi presencia con la adrenalina del momento. Puso sus manos en mis hombros para tranquilizarme.

-No es nada, Lucy. Solo quédate aquí. - forzó una sonrisa.

La vi marchar detrás del abuelo, saliendo apresurada al jardín delantero. No podía quedarme parada ahí sin saber lo que pasaba. Corrí a la ventana más cercana para ver a escondidas. Algunos trabajadores habían detenido su trabajo, otros se acercaban apresurados al lugar, Rosa y María habían salido del casino a mirar, incluso pude divisar a Cristóbal a unos metros acompañado de sus amigos y Marisol. Había una costosa camioneta estacionada al frente de la casa, y junto a ella un señor muy elegante. Vestía con una sofisticada chaqueta y corbata, incluso con el calor que hacía en el lugar, su camisa estaba abotonada hasta el final.

¿Quién era ese sujeto?

No sabía qué estaba causando tanto alboroto, pero si pude notar que todas las personas de la ascienda que estaban presentes tenías rostros serios y enojados. Igual a los de mis abuelos.

Mi abuelo se acercó a él, desafiante, pero él no era de golpear a la gente, por lo que me preocupo ver tanta ostilidad en él.

Discutían, o más bien, mi abuelo exclamaba palabras, mientras el sujeto ¿Albert? Mantenía la calma, siempre guardando la compostura. Todo era muy tenso. Albert saco una carpeta de la camioneta y se la estiro a mi abuelo, pero este la ignoró. Solo mantenía su postura tensa, mirándolo con rabia.

¡¿QUÉ PASA?!

El sujeto elegante de repente dijo algo y fue como una chispa para mi abuelo. Lo vi acercarse peligrosamente a Albert, levantando su puño en alto, dispuesto a pegarle. El trabajador que minutos antes había entrado a avisar de la llegada de ese señor, alcanzo a agarrar a mi abuelo de los brazos. Otros dos trabajadores se interpusieron. Se escucharon exclamaciones de la gente que presenciaba todo. Frases como "¡Sin vergüenza!" o "¡Lárguese de aquí!". De un momento a otro todo se volvió una locura. Me asusté y sin pensar corrí a la puerta principal.

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