Capítulo VII: Usted se lo busco

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Capítulo VI: Usted se lo busco

Lunes por la noche y aún me encontraba encerrada en mi cuarto. Había llorado por horas desde lo sucedido. Mis abuelos corrieron enseguida en mi búsqueda, pero no los deje entrar. Ignoré a todo el mundo. Solo podía seguir lamentándome. Mirando a la nada y pensar en el dolor que sentía.

Aún no podía creer lo que había sucedido. Solo una persona cruel podría haberlo hecho. Era un acto malvado, que solo lo asemeje a una... venganza.

No podía quitarme de la cabeza esa palabra. Cristóbal me llamó una vez de esa forma y ahora nuevamente había sido llamada así. En las dos ocasiones me había dolido. Tenía miedo y sentía vergüenza, ya que, esa palabra no era dicha por que sí.

¿Y si tenían razón? ¿Y si aquella Lucinda que olvide había sido una... puta? No podía creer el cambio que había tenido en tan poco tiempo. Ser odiada y tratada de esa forma por Cristóbal y Bárbara.

¿Habrían sido ellos? Quería creer que no, pero Cristóbal había sido el único que me había llamado de esa forma y Bárbara cada vez que me veía transmitía odio por los poros ¿Por qué? ¿Por qué hacer ese tipo de maldad? Intente ser lo más simpática posible. Intentaba casi no hablar con él, de ignorarlo, pero... no sabía qué pensar.

Y luego estaba ese señor asqueroso que me acorraló hace unas semanas. Me trató como si fuéramos viejos amantes.

¿Y si él fuera la razón? Pero ¿Quién era ese sujeto? Solo sabía que me daba mucho miedo su cercanía. Recordaba sus viejas y bruscas manos sobre mi cuerpo, su aliento a tierra sobre mi boca y me entraban escalofríos y ganas horribles de vomitar. Pero todo tenía algo de sentido.

Luego recordé otra cosa.

La mano de Cristóbal sobre la mía. Cuando había intentado detenerme cuando quise entrar a la cocina. Era fuerte y grande, recordé la forma en que me hizo sentir.

¿Por qué había intentado detenerme? ¿Acaso se había preocupado? Pero su reacción no calzaba con su actitud. Cristóbal había sido cruel cada vez que me veía. Nada tenía sentido.

Me levanté torpemente de la cama y me duché decidida. Cuando terminé opte por el primer vestido que encontré y un fino chaleco de hilo blanco para protegerme del frio. Me miré el rostro en el espejo y podía notar mis ojos hinchados y rojos de tanto llorar. Pensé que con la ducha y el agua caliente se normalizarían las marcas, pero supongo que fue inútil. No importaba. Me solté el cabello para disimular el aspecto de mis ojos.

Cuando iba bajando por la escalera principal, sin querer me topé con Rosa. Llevaba unos manteles rojos en un canasto.

-Señorita Lucinda. - exclamo aliviada. Quizás no era la única que se había preocupado con mi arrebato de tristeza. - ¡Que alegría verla! Con mis patroncitos estábamos bien preocupados por usted, pues ¿Quiere comer algo? Se lo prepararé enseguida. - agrego emocionada, bajando el canasto.

No había comido bien en estos días, así que acepte su oferta agradecida.

Me senté en la mesa central de la cocina de la casa, viendo como Rosa preparaba algo para comer.

-Disculpen, no quise preocuparlos. - hablé.

-No se disculpe, señorita. Entendemos su molestia. - respondió ansiosa, mientras picaba algo de lechuga. - Es un patán desgraciado el que haya hecho tal maldad.

Sonreír ante su defensa.

-Si... pero no quiero hablar sobre eso. - conteste algo apenada.

- ¡Ay, si! Que bruta que soy. - exclamó nuevamente.- Pasado pisado, como decía mi mamita. Ahora hay que pensar en las cosas buenas de la vida.

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