Capítulo III: Rara

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Capítulo III: Rara

           

- ¡BASTA, POR FAVOR! - grité desesperada.

Pensé que seguiría con el forcejeo, pero para mi sorpresa se detuvo de inmediato. Me miro confundido, quizás impresionado.

- ¿Qué te pasa, niña? ¿Por qué lloras? - preguntó brusco, se veía molesto.

-No me haga daño, déjeme salir. - hablé horrorizada.

Me miró por unos segundos, luego quitó sus manos de mi cintura y me dejo libre.

-Estás rara. - murmuro con el ceño fruncido.

No analice sus palabras, solo me concentre en abrir la puerta de la estrecha habitación y alejarme lo más rápido que podía de aquel sujeto.

Corrí por los campos, con lágrimas cayendo por mis mejillas. Estaba desesperada y asustada. Por un momento creí que me violaría, sentí pánico de solo pensar en alguien tocando mi cuerpo. Sentir las manos viejas y grandes de ese viejo en mis caderas me hacía sentir sucia, pero, sobre todo, me sentía perdida y aterrada. Quería llegar a mi cuarto y encerrarme lo antes posible.

¿QUÉ LE PASABA A LA GENTE DE ESTE PUEBLO?

Esto nunca acababa, a todas las personas que conocía en "Las Lunas", me lastimaban, y esto ya era demasiado. Podía aguantar los insultos, pero esto no. Estaba decepcionada de mí, de mi antigua yo. Estaba viviendo la vida de una desconocida.

¿Acaso ya había tenido relaciones? ¿Aún era virgen?

Mientras más me acercaba a la casa, más gente había a los alrededores. Estaban entrando por la puerta principal. No sabía que pasaba, quizás había una reunión, pero no quería que nadie me viera así. Cambie de dirección y corrí hacia la puerta de la cocina, intente buscarla, pero todo estaba tan cambiado que mi cabeza se encontraba en un estado de exaltación que ya no podía contener.

Algunos granjeros me miraban alarmados y curiosos, intente esquivarlos rápidamente. Cuando por fin había encontrado una puerta trasera mi mundo se vino abajo.

Un gran salón con mesas y sillas se interpuso en mi camino, había una cocina en el fondo, parecía un casino, pero mi vergüenza floreció al encontrar a una veintena de personas en él. Algunos comiendo tranquilamente, otros haciendo una fila con bandejas blancas y otros simplemente conversando y buscando lugares.

Fue como un balde de agua fría. Mi angustia aumento al verme atrapada por tantas personas, las más cercanas voltearon a verme, con los mismos rostros de curiosidad, algunos incluso mostraban preocupación.

- ¡Lucy, por aquí! - escuche a unos metros de mí. Mi abuelo se puso de pie, estaba sentado en una mesa haciendo señas con la mano.

Se veía contento, no quería arruinar su alegría, no quería decepcionarlo, y en este momento lo único que sentía era vergüenza de mí.

Busque con la mirada alguna salida cercana y comencé a correr, esquivé a algunas personas, pero solo chocaba contra ellas. Quería gritar y llorar sin que nadie me viera.

- ¡LUCY! - oí gritar a mi abuelo, y como si todos supieran que él era el jefe, se formó un silencio horrible. Solo corrí a través de mesas, sillas y personas. No quiero esto, no quiero que me miren.

- ¡Lucinda! - gritó mi abuela, no la había notado entre tanta muchedumbre, pero tampoco me importó. Fue lo último que escuche antes de salir, al fin, del lugar.

Anduve por un estrecho pasillo, reconocí el salón principal y subí las escaleras rápidamente, por suerte estaba desierto. Cuando llegue a mi habitación cerré la puerta de un portazo y me arroje en la cama a llorar.

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