Harry se había despertado mucho más temprano de lo usual aquel sábado. Aunque intentase conciliar el sueño de nuevo, fue imposible para su cargada mente, por lo que decidió levantarse, y mirando su reloj marcando las ocho cuarenta y uno de la mañana, optó por colocarse unos pantalones grises holgados y unas zapatillas deportivas para salir a caminar y despejar su cabeza.
A paso tranquilo, recorría el vecindario, admirando las casas que aparecían ante sus ojos y llevando la cuenta de las calles transitadas. Cinco, para ser exactos. Iniciando la sexta calle, divisó a Louis sentado en la acera, observando a unos niños jugar con una pelota de fútbol. Harry se acercó hacia el y le saludó, sentándose a su lado y dirigir su vista hacia los mismos jóvenes.
-Louis, ¿Te molestaría si te pregunto algo?
-Claro que no, dime.
Sus ojos recorrieron el asfalto lentamente, llegando hasta el cuerpo de Louis y subir hasta sus ojos, que le miraban expectantes. De repente, se percató de un yeso que cubría su brazo, lo que logró que hiciese una mueca.
-¿Por qué no eres como los demás?
-Estoy enfermo.
-¿Es grave?
-Delicado suena mejor.
-¿Qué tienes?
-Piel de cristal. -Louis bajó su mirada, sintiéndose avergonzado de repente. Harry, por otro lado, se sentía incómodo, y se reflejaba en su titubeo y en la forma en que se rascaba la nuca, clavando sus ojos en sus pies cubiertos.
Harry sabía perfectamente lo difícil que era llevar una vida común y corriente como todos, sabiendo que debe ser extremadamente cuidadoso al realizar sus movimientos, o ejercer fuerza innecesaria. Ahora la piezas en su cabeza estaban armadas y perfectamente colocadas. Esa era la razón por la cual Louis no era como los demás. No podía serlo.
-¿Alguien más lo sabe?
El negó con la cabeza.
-¿Por qué?
-Porque nadie me había preguntado antes.
Conversaron acerca de la llegada del castaño al instituto, la alegría de Harry por ser de los mejores promedios, sobre sus familias, la fiesta de fin de año y un poco sobre la delicada dificultad del mayor, mientras seguían sentados en el mismo lugar uno al lado del otro y veían a los autos pasar, a los niños jugar y las aves volar sobre sus cabezas, captando su atención.
-Es algo de nacimiento -dijo-. Al menor contacto físico, mi piel se desprende y me causa heridas. Algunas leves, otras más graves.
-¿Por eso llevas ese yeso en tu brazo? -preguntó Harry curiosamente. Louis asintió. El rizado miraba con atención las piernas y brazos descubiertos, encontrándose con algunas manchas coloradas sobre estos, mientras pensaba cuidadosamente sus siguientes preguntas, asegurándose de que no sonasen mal en su mente y así poder repetirlas verbalmente. Pero solo se quedó mirando a Louis con atención, apreciando su perfil unos segundos.
-El sol está comenzando a salir, será mejor que entre -murmuró el oji-azul, levantándose con cuidado de la acera para caminar hacia la puerta de su casa, no sin antes voltearse y despedirse del oji-verde con una amplia sonrisa, la cual fue correspondida con rapidez.
En el camino de regreso, este se puso a pensar acerca de cómo sería su vida si el tuviese la misma dificultad que su compañero. Si también tuviese piel de cristal y no pudiese pasar tanto tiempo con sus amigos, ni tuviese la oportunidad de compartir días de playa por la intensidad del sol que quemaba su debilitada y vulnerable piel, privándole de las buenas memorias que obtendría en aquellos lugares a los que no podría ir.
El reloj de su celular indicaban las once y media de la mañana. Una sonrisa burlona apareció entre sus labios al tomar conciencia de la pérdida de la noción del tiempo que tuvo cuando se encontraba junto al mayor. Entre sus pláticas, Harry y Louis quedaron en que un día antes del baile, el menor concurriría a la casa de este para probarse el traje que tenía guardado en su armario. Esa fiesta, por lo general, solo se hacían a los de último año, pero los del quinto año habían batallado tanto porque se les permitiese esta oportunidad, que los directivos simplemente aceptaron a sus súplicas.
-Harry, querido, ¿A dónde te has metido? -Evie, su madre, sonrió al instante en que la presencia de su hijo mejor invadió la sala de su hogar, trayendo consigo un aura de alegría como una dulce presencia que le acompañaba protectora con una mano en su hombro, dándole positividad a quienquiera que este cerca de el.
-He ido a caminar, y luego me quedé hablando con un compañero, mamá -respondió. A sus cuarenta años, Evie Melbourne-Styles -quien luego optó por solamente usar su apellido de casada-, consideraba ser bastante experta en el tema del amor y de los sentimientos que sus hijos descubriesen con el tiempo. De hecho, ella fue quien le había expresado a su hija mayor que iba a terminar enamorada y casada junto a Kennie Dews.
-¿Ese es el chico que te gusta?
-No me gusta mamá. -Caminó hasta la cocina y tomó una manzana de su nevera, dándole un gran mordisco para luego acercarse a ella y abrazarla por la espalda.
Su madre se encontraba preparando un almuerzo simple, compuesto por un plato de nuggets de pollo caseras acompañadas de un abundante puré de papas.
-Harry...
-Dime.
-¿Seguro que no te gusta?
Harry meditó unos segundos aquella pregunta. Lo conocía hace dos años, pero había hablado con el en mínimas ocasiones. Esa no era una razón válida para sentir algo por Louis.
¿Verdad?
Sus mejillas ardían, tomando un color escarlata que agradecía que no fuera visto por su madre. Pero el que no le viera, no significaba que no conociese a su hijo como para saber que sus silencios siempre tenían algún significado. Evie Styles no deseaba nada más ni nada menos que la felicidad de su retonios, y honestamente, esperaba el momento en que su pequeño viniese a casa y le presentase a su pareja.
Luego de varios minutos dijo:
-Sí, mamá.
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