El reloj marco las dos de la tarde de ese mismo día sábado. El sol seguía brillando intensamente y Harry se encontraba lavando los platos cuando su padre llegó más temprano de lo usual del trabajo, dejándose caer en el sofá derrotado, mientras dejaba a un lado su maleta y deshacía el nudo de su corbata. Sus ojos marrones lucían totalmente agotados y sin brillo. Su pequeño se acercó y se sentó a su lado, besando su mejilla en forma de saludo.
—¿Estás bien? —preguntó el rizado, mirando con cierta preocupación a su padre. Este volteó a verlo, y una sonrisa agotada apareció entre sus labios, después de asentir con su cabeza.
Pero ambos sabían que eso era una mentira.
—Renunciaré al empleo. —Su padre jugueteaba con su desarreglada camisa, sin despegar sus ojos de los del oji-verde, soltando un pequeño suspiro al saber que su hijo no dejaría de mirarlo hasta que no hablase—.Estoy agotado de recibir las quejas de Demian.
Demian Trake, el director del instituto Mudsen. Un señor cincuentón, canoso y con muy mal carácter debido a su abrumante edad. Hacía unos tres meses que su esposa, Elena, le había dejado por un hombre diez años menor a el, y decidió que era una buena excusa para ser un maldito regañón.
—¿Anunciarás tu renuncia en el baile? —El asintió.
El colegio se caracterizaba por dictar clases los sábados, algo terrible, pero decían que estaba bien, pues ayudaba a que los estudiantes de primero, segundo y tercero retuviesen la mayor cantidad de estudios posibles para ir siempre un paso "más adelante".
Estaban a seis días de la fiesta de fin de año y las chicas habían iniciado sus invitaciones a los chicos que deseaban que fuesen su cita. Y los chicos lo mismo, buscando a su pareja perfecta para el baile. Entre todas se juntaban para ir a distintas tiendas y conseguir el vestido perfecto, los zapatos perfectos y el peinado perfecto para la ocasión. Ellos, por el contrario, simplemente esperarían a último minuto para conseguir un elegante traje o esmoquin que lucir por unas cuantas horas, ya que dicho baile iniciaría a las ocho de la noche y finalizaría a las dos de la madrugada, en la escuela.
—¿Ya tienes pareja, Harry? —Soltó su padre de repente, haciendo que su hijo mostrase una cara llena de confusión al ser consciente de que en ningún momento se había tomado la molestia de conseguir alguna chica que lo acompañase a tan lindo evento.
—Tal vez vaya solo, papá. —Aunque... Una idea había surgido en su mente. Era descabellada, pero al menos tendría alguna compañía, pues sus amigos irían juntos, como habían acordado hacía ya un tiempo.
—¿Seguro?
—Por supuesto.
El resto de la tarde, la pasaron en familia. Keyla había llegado a las cinco de la tarde de la mano de su futuro marido, Kennie Dews, un joven de veintiún años —la misma edad que ella—. De cabellos cobrizos y ojos grises. Sonrisa encantadora y un acento francés exquisito.
—Buenas tardes, señora Styles. —Se acercó a Evie a pasos lentos, con su brazo extendido y su mano en búsqueda del contacto con la suya, besándole los nudillos como todo caballero, logrando que ella se abanicase con su mano cual damisela embelesada por la belleza del príncipe salvador.
—Buenas tardes, Kennie.
—Igual para ustedes, señor Styles, Harry.
—Hola, Ken. —Harry no lucía muy cómodo con su presencia, pero no podía decir o hacer nada que le hiciera sentir de otra forma, por lo que simplemente tomó su celular y decidió ignorar su persona.
Keyla y el se habían ido al cuarto de ella. La casa se disponía de un living con un televisor de plasma y un sillón frente a el, una cocina a la derecha con una mesa en la cual disfrutaban de sus almuerzos y cenas familiares, un pequeño pasillo en el cual se extendían cuatro habitaciones: la de Harry, la de Keyla, la de sus padres y una de huéspedes. En las paredes colgaban cuadros de Harry y Keyla de bebés, el casamiento de Evie y Michael Styles, entre otras.
Desde la habitación de su hermana, el rizado podía oír el fluido francés del estudiante de intercambio, llegado a la universidad de Londres donde había conocido a la castaña, enamorándose con el pasar del tiempo y encontrándose en este presente, felices y apunto de contraer matrimonio.
—Oh, mademoiselle, je t'aime beaucoup*. —Las risas alegres y los suspiros de Keyla podían oírse desde el living, dado que el pasillo de las habitaciones no era muy lejano. Harry rodó sus ojos, poníendolos en blanco mientras mordía su labio con cierto disgusto hacia su futuro cuñado.
—Oh, ¿oui? *
—oui, mon amour.*
—Oh, merci.*
Las horas siguieron pasando, y el reloj marco las siete de la tarde. Evie se encontraba preparando su bolsa para salir a comprar cuando Harry entró en su cuarto, la cual estaba ubicada del lado izquierdo del pasillo, al igual que la de huéspedes. Su madre le sonrió alegre y juntos encaminarse hacia el mercado buscando lo necesario para hacer la cena. Dicha tienda estaba ubicada a tres calles de la ahora conocida casa de Louis, caminando desde el hogar de Harry hacia la derecha.
El susodicho apareció entre las góndolas del recinto. Ambos se miraban, esperando a que el otro se acercase, o dijese algo, pero solo estaban parados a cada lado de la góndola de cereales, galletas y golosinas.
—Que sorpresa, verte aquí —Louis se veía nervioso, mientras jugaba con sus dedos, mientras jugaba con sus dedos, mirando su remera puesta, la cual era de la escuela a la que asistíamos.
Nuestro sistema escolar era algo extenso. De septiembre a julio. Con dos semestres de doce semanas cada uno. Una semana de vacaciones en cada uno. Navidad y Pascuas tienen un receso dos semanas y las vacaciones de verano duran seis semanas.
—Sí, eso mismo digo yo.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Quieres salir conmigo mañana, Harry?
*—Oh, señorita, te amo mucho.
—Oh, ¿Sí?
—Sí, mi amor.
—Oh, gracias.*