—Mira este, Emma–dijo mi madre señalando un apartamento en la pantalla del ordenador, situado a escasos cien metros de la playa.
Era un ático con una terraza considerable, con dos bancos, una barbacoa y unas macetas. El salón tenía un sofá grande y un sillón individual color crema a cada lado. A la izquierda había una mesa con seis sillas seguidas de un pasillo. A la izquierda había tres puertas, la de entrada, un baño y una habitación. Al lado derecho otras dos habitaciones y, al fondo la cocina americana. Me enamoré en el acto de ese piso tan acogedor.
—¿Tendré compañeros de piso? –pregunté, dando por hecho que lo iba a elegir.
—De momento no lo ha solicitado nadie, y eso que es barato y está cerca de la facultad de bellas artes.
—Elijo este.
—Lo suponía –dijo mi madre sonriendo de lado con aire de superioridad-. Es muy de tu estilo.
—¿Y cuándo entraré a vivir?
—Dentro de dos semanas, una semana antes de que empiece el curso, ya sabes, para adaptarte y todo eso.
—Perfecto –dije sonriendo.
***
Mi madre se empeñó en acompañarme. Yo conduje hasta mi nuevo hogar en mi BMW serie 1 118d Coupé blanco y nuevo, me lo regaló mi padre cuando cumplí los dieciocho. Mis padres se divorciaron cuando yo tan solo tenía cinco años, fue "de buen rollo" según mi madre pero no ha venido a visitarnos en todo este tiempo. Simplemente recibo una llamada (a la que no suelo responder) y regalos caros cada veintidós de abril. Suelen ser zapatos o ropa de diseño, joyas o, simplemente, cantidades extravagantes de dinero. Las únicas ofrendas que he aceptado han sido el iPhone 5s y el coche, no le hago daño a nadie ¿no? No odio a mi padre pero desde el día en que mi abuela (su madre) murió y no se presentó al funeral, prefiero no tener contacto con una persona con tan pocos sentimientos. A veces pienso que soy igual de fría que él, nunca he sido íntima de alguien, ni he tenido mejor amiga, ni mucho menos novio. Llevo dieciocho años y medio escondida detrás de un flequillo castaño y unas gafas, pero eso va a cambiar.
—Ahora, en esta rotonda, métete a la izquierda –dijo mi madre, sacándome de mis pensamientos.
Después de diez minutos más siguiendo las acaloradas instrucciones de mi madre, me encontraba sacando las maletas del maletero y saludando al agente inmobiliario que se encargaría de enseñarme las instalaciones del vecindario y entregarme las llaves de mi apartamento de universitaria.
—Buenos días –dijo el hombre bajito tendiéndome la mano-. Permítanme que me presente, soy Andrew.
—Emma Blake –dije estrechándole la mano.
—Martha Blake, un placer –se presentó mi madre.
—El placer el mío, señora Blake –dijo Andrew cogiendo su mano y besando sus dedos.
Madre mía, qué asco.
—Bueno, comencemos con la visita –repuso el agente.
Abrió la verja y nos adentramos en un jardín muy bien cuidado. Más al fondo había una pista de tenis, otra de pádel, una cancha de baloncesto e incuso una piscina. Había varios bloques de pisos a ambos lados del jardín y pude observar que los bloques de la derecha eran más grandes. Allí viven familias pijas con hijos pijos que son muy pijos pero no lo suficientemente ricos para permitirse una unifamiliar en una urbanización de pijos. A la izquierda había bloques más pequeños, apartamentos. La mayoría estaban ocupados por personas como yo, estudiantes con padres pijos que no querían ir a una residencia. Cuando llegamos al bloque número doce, Andrew me tendió las llaves y dijo:
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El guiño de la muerte
Action—Hola, Alfred. Ve al grano —dije cortante. —De acuerdo, ¿qué quieres hacer? —¿Sobre qué? —¿Quieres continuar con tu vida normal? —Y eso tendrá sus condiciones, ¿no es así? —Por supuesto. Tanto Chase como yo y todas las personas relacionadas con esto...