Aunque odiara a mi padre, la mitad de mi sangre es igual que la suya y llevo su apellido tras mi nombre, tendría que asumir las consecuencias. No pretendía ser una mafiosa ni una traficante, pero pertenecía a un clan, quisiera o no, y eso conlleva sus responsabilidades. Me sentía como la mismísima Kathia Carusso en "Bajo el Cielo Púrpura de Roma". No me negué en ningún momento, porque sabía que eso traería problemas tanto a mi padre como a Chase y, por supuesto, a mí. Una persona no puede saber de la mafia y no pertenecer a ella, es un grave problema. Soy un grave problema.
Hoy era el primer día de la carrera. Opté por unos vaqueros, un jersey blanco y las Converse que me puse para la fiesta. Todavía estamos en verano, pero yo soy algo friolera, y tampoco quería llamar la atención. Fui en mi coche con Chase. Desde el tiroteo quedamos alguna tarde para ir a pasar el rato por ahí o ver películas, nada del otro mundo. Las cosas se pusieron un poco tensas entre los dos desde que le robé una pistola, él decía que yo no la necesitaba, que él estaba en el piso de enfrente si ocurría algo, pero insistí y le robé un arma. Por supuesto que se dio cuenta, pero le dije que me sentía más segura. En la puerta de nuestro edificio de la facultad, había una chica con el pelo azul claro en las raíces y oscuro en las puntas, un lateral de la cabeza rapado, un piercing en la nariz y varios en las orejas, una especie de sujetador con tachuelas en forma de cono, unos "pantalones" que dejaban poco a la imaginación y unas botas negras con un tacón grueso, «me gusta» pensé. Aunque la idea se me borró de la cabeza cuando vi que llevaba los ojos rojos y un porro entre os dedos índice y corazón.
—Ni que fuera el primer porro que ves, hija –dijo con aire despectivo.
—Cállate Kelly –contestó Chase.
—Oh, ya veo, otra de tus amiguitas ¿no Brooks?
—Cállate, ahora. No quiero problemas ¿vale? No hoy.
—Parece que alguien se ha levantado con el pie izquierdo –concluyó Kelly, bufando molesta.
—Lo que tú digas, pero déjanos en paz.
Entramos en el edificio de secretaría para buscar nuestros horarios. La cola de bellas artes y la de arquitectura estaban al lado, de modo que a Chase y a mí nos tocó a la vez.
—Chase Brooks —le dijo él a la secretaria de su fila, provocando que la que tenía enfrente de mí se girara para mirarlo.
—Emma Blake –al oír ese apellido, la misma mujer que antes se había girado para mirar a Chase, ahora me miraba a mí, con los ojos muy abiertos y la boca ligeramente abierta.
—¿Perdona? –preguntó sorprendida.
—Sí, Tara, es ella –dijo Chase refiriéndose a la secretaria.
Tendría unos treinta años y, al parecer, pertenecía al mismo mundo que nosotros. Tara tragó saliva sonoramente, se giró sobre su silla de escritorio, rebuscó unos papeles y me entregó un sobre.
—Su horario, señorita Blake.
—Muchas gracias –contesté aceptándolo.
Chase me acompañó en silencio a mi clase puesto que yo no tenía ni idea. Parecía más incómodo él que yo.
—Déjame adivinar. Tara pertenece a otro clan y teme o respeta a mi padre.
—Error.
—Uhm... Ella no sabía que la hija de Alfred Blake estudiaba en la UCLA.
—Fallas otra vez. Se ha quedado sorprendida con lo guapa que eres. —Me ruboricé—. En las fotos que tiene tu padre, llevas unas gafas de culo de vaso, brackets y una gran capa de acné por la cara.
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El guiño de la muerte
Acción—Hola, Alfred. Ve al grano —dije cortante. —De acuerdo, ¿qué quieres hacer? —¿Sobre qué? —¿Quieres continuar con tu vida normal? —Y eso tendrá sus condiciones, ¿no es así? —Por supuesto. Tanto Chase como yo y todas las personas relacionadas con esto...