Tras descansar un buen rato y reponer fuerzas, Aurora hizo caso al segundo guardián y se dirigió río abajo. Los árboles, con sus altas copas pobladas de hojas, rodeaban el río y se agitaban suavemente al son del viento. Aurora caminó todo el día sin descanso, a pesar de que le dolían las piernas y que estaba muy cansada. Sabía que a Diana, a la de verdad, le quedaba muy poco tiempo de vida. El Lago de los Milagros estaba cada vez más cerca, y no debía descansar.
El río se adentraba al interior de unas montañas, a través de un pequeño túnel. Aurora se metió dentro de la montaña, siempre cerca del río. Estaba muy oscuro, y ella no llevaba nada para alumbrar el interior, así que caminó a tientas guiándose por el ruido del agua. A pesar de eso, el interior de la montaña estaba en un profundo silencio. Tan profundo, que Aurora podía escuchar el latido de su corazón, y el aire que subía y bajaba de sus pulmones. La princesa ponía mucha atención en dónde pisaba, y caminaba con mucho ciudado. Entonces, distinguió una luz al final del túnel, una luz débil y tímida, y al mismo tiempo sospechosa. No era la luz del sol o del exterior, ni mucho menos; nada más lejos de la realidad.
Aurora dejó atrás el túnel, y llegó al Lago de los Milagros.
Una gruesa capa de hielo azulado cubría la superficie del lago, mucho más grande de lo que Aurora se había imaginado. Debía de ser dos, tres, cinco veces más grande que su casa y la de Diana juntas. Miró hacia arriba. El hielo azulado emanaba una fuerte luz que llegaba a todos los rincones de la cueva... excepto al techo. La cueva era tan alta que ni siquiera la potente luz azulada llegaba hasta tan arriba. Aurora se acercó al borde del lago, mirando con atención todo lo que había a su alrededor.
¿Dónde estaba la planta milagrosa? No la veía por ninguna parte."Oh, vaya, vaya. ¿Pero qué hace una dulce princesa bajo estas montañas?"
La voz sacudió la cueva, atravesó el túnel, inundó el bosque que rodeaba las montañas e hizo estremecer el alma de Aurora. Alzó la cabeza, y de la oscuridad del techo vio moverse algo que descendía lentamente hacia el lago. Y la luz iluminó al tercer guardián:
Unos ojos, grandes como cabezas. Una boca, larga y llena de dientes. Un cuello, largo como una serpiente. Unas garras, afiladas como las de un tigre. Una cola, larga y ágil como un látigo. Unas alas largas y anchas que intimidarían a cualquier ave. Un cuerpo inmenso que aterrizó al otro lado del lago, sobre una elevación rocosa, y expulsó una ventisca de hielo por la boca que congeló por unos segundos las paredes de la cueva.
Un dragón de hielo.
"Soy Extinto, el tercer guardián del Lago de los Milagros" dijo el dragón. "¿Quién eres tú, y a qué has venido?"
"Soy Aurora, y vengo a por la planta milagrosa".
"Oh, excelente. Hacía mucho, muchísimo tiempo que nadie entraba en esta cueva. Esto va a ser muy interesante. Escucha con atención...".
"Enséñame la planta milagrosa" dijo la princesa. "No haré la prueba hasta ver que existe".
El dragón sonrió, escupió un poco de hielo y extendió las alas, desperezándose.
"Mira el lago, pequeña princesa. ¿Ves ese destello que hay en el centro?"
En efecto, Aurora lo veía.
"Ve hacia él. Camina sin miedo, el hielo no se romperá".
Aurora obedeció. Caminó hacia el centro del lago helado, al principio despacio, pero luego a paso rápido. Llegó al centro, junto al destello que el dragón le había señalado. Era mucho más brillante desde tan cerca, pero Aurora pudo ver lo que era: la planta milagrosa.
Eran dos flores, unidas a un sólo tallo que se dividía en dos. La planta era tan pequeña que cabía en la palma de la mano de la princesa. Era de color amarillo, y naranja, y rojo, y verde, y azul y morado. Todos los colores que uno pudiera imaginar bailaban sobre la planta y cambiaban de forma y lugar.
Entonces Aurora miró al dragón, desafiante y firme. Antes de enfrentarse a la prueba del tercer guardián, debía estar segura de que no se iría con las manos vacías.
"¿Es cierto todo lo que dicen de la planta milagrosa?"
"Casi todo" respondió el dragón. "Puede curar cualquier herida, cualquier enfermedad y cualquier mal, pero hay que pagar un precio por conseguirla. Esa es mi prueba".
Aurora tragó saliva, y respiró hondo. No le gustaba el tono misterioso del dragón, pero sabía que si quería continuar, debía afrontar la prueba.
El dragón jugueteó un poco con su cola, vomitó un poco de polvo helado y se acomodó en su sitio.
"Pero yo no soy como Caído y Cazado, princesa" dijo algo más serio. "Mi prueba no será tan simple como las anteriores".
"Estoy lista. ¿Qué tengo que hacer?".
"Arrancar una de las flores".
Aurora miró de nuevo a la planta milagrosa. Miró al dragón.
"¿Qué pasará cuando las arranque?".
"Depende de cuál. Una de ellas te concederá la inmortalidad, pero nunca podrás salir de esta cueva. Yo mismo lo impediré bloqueando la entrada, te quedarás aquí para siempre".
Aurora vaciló antes de formular la siguiente pregunta.
"¿Y la otra?".
"La otra flor te permitirá salir de aquí, y hacer lo que quieras durante unos días, hasta que te consuma y te arrebate la vida. No podrás hacer nada para impedirlo, es la naturaleza de la planta. Podrás curar heridas o enfermedades, pero nada te salvará de la muerte".
Aurora se calló, no podía hablar, las palabras se negaban a salir de su boca. Miraba la planta milagrosa sin mirarla, mientras su mente pensaba en un millar de cosas y al mismo tiempo en una sola.
"¿Puedo abandonar la prueba?".
"Puedes, pero entonces la habrás fallado, y la planta milagrosa seguirá aquí. Antes de que salgas de la cueva, borraré todos tus recuerdos de este lugar. Vivirás durante el tiempo que te dé el destino, amarás y llorarás, y morirás como tengas que morir".
Aurora miraba a la planta fijamente, pensativa. Ya había tomado una decisión, ahora sólo debía enfrentarse a ella. No había otra opción que le dictase su corazón.

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Princesas
FantasyEsta es la historia de dos princesas en un reino que nadie recuerda. Se amaban, pero no podían decírselo a nadie. Así que decidieron huir, pero algo salió mal, y así nace esta historia. (Cuento. Infantil-Juvenil. Aviso: no tiene el final que tú espe...