El despertador sonó tan fuerte que despertó a la gente de América. Frustrada por madrugar apagué mi móvil de la época prehistórica de mala gana y me levanté. Odio los miércoles, porque sabes que han pasado ya dos días desde que empieza la tortura pero que aún te quedan otros dos para acabar. Es desesperante. Caminé descalza hasta el baño, donde lavé mi cara de niña psicópata. Ahora estaba más decente. Bajé a la cocina para desayunar y me encontré una nota de mi madre.
"Prepárate la comida. No me esperes para cenar". Y ningún "te quiero" o "espero que estés bien". Mi madre es así. O al menos es así desde la muerte de mi padre. Él fue el hombre más bueno del mundo y no se merecía morir tan joven por culpa de un idiota que estaba borracho. Lloré mucho su pérdida y mi madre se cerró a todo el mundo, incluido a mí. Cuando yo más la necesitaba. Aún sigue sin superarlo pero no la puedo echar nada en cara, ya que es ella la que nos mantiene. No es que seamos ricas precisamente. Mi madre trabaja en un hospital público y su sueldo nos da para comprar comida y poco más. Al menos el imbécil que mató a mi padre tuvo la poca decencia de pagarnos lo que quedaba del piso.
Bueno, básicamente debo prepararme la comida y la cena. Cogí la barra de pan y la partí en tres: dos pequeños y uno grande. Abrí la nevera y saqué salchichón y queso. Anda mira, si hay chorizo. Me acabé el embutido y puse los bocadillos en mi mochila. Saqué dos zumos y una botella vacía de 2 litros, llenándola en el lavabo. Cogí una barrita energética y las dos últimas tortitas de maíz que quedaban, metiendo todo en la mochila. Genial, había acabado la comida tendría que pasar por el supermercado. Subí a mi habitación y me quité la camisa de mi padre, agarré unos leggins negros calentitos y unos pantalones cortos encima. Después cogí un jersey largo y una camiseta corta. Me puse la sudadera grande de mi madre y mi abrigo un poco desgastado ancho. Por último mi bufanda verde y mi gorro blanco y salí con la mochila a la espalda.
El frío me inundó al salir y me abroché la chaqueta. Empecé a caminar, mirando los grupos de personas que iban juntos a mi instituto. Siempre he sido una persona solitaria. Mi única "amiga" se convirtió en popular y casi ni nos hablamos. En ese momento vi salir a un chico de pelo negro y ojos mieles despidiéndose de su familia. Axel Irween, uno de los chicos más guapos de mi instituto. Pero como mucho tendrá tres amigos o así (sin contar el ejército de fans que tiene). Anduve detrás de él en silencio y sin darme cuenta llegue a mi amado colegio. Suspiré antes de entrar, subiendo al tercer piso, clase 2 B. Me senté al fondo mientras me comía la barrita.
Empezaron a venir mis compañeros, entre ellos Scarlet, mi "amiga". Cruzamos miradas, la suya de lástima y la mía de desprecio. Scarlet era una chica muy envidiable: tenía un cuerpo atlético y era morena de ojos grises. Y yo castaña de ojos marrones, lo típico. La profesora entró con un montón de hojas, examen. Mierda, se me había olvidado. Repartió los exámenes, dejándome ver preguntas de matemáticas nada sencillas. Cerré los ojos e intenté concentrarme. No me sabía nada.
Pedí permiso para ir al baño y me llevé la mochila conmigo, ya que ahí nunca hay papel. Cuando bajé al segundo piso oí un ruido muy extraño, deteniéndome por un momento en el último escalón. Alguien lanzaba gritos de agonía, mezclados con gruñidos. Fuera lo que fuera se acercaba a mí, así que corrí al aula de laboratorio y me metí en el armario. No sabría decir bien por qué lo hice, supongo que mis habilidades sociales están peor de lo que me pensaba. Oí unos zapatos chapotear en mi dirección y alguien entró en la clase. Por Dios Abie, deja de hacer el ridículo. ¿Quién puede ser, un profesor? ¿Otro alumno? Olía realmente mal, como a pescado caducado. Se empezó a acercar al armario y yo aguanté la respiración. Esa persona me aterraba y no sabía por qué.
Cuando llegó a mi escondite, el corazón se me iba a salir del pecho. ¡Tranquilízate mujer! Seguro que se está preguntando qué demonios haces ahí metida, y con razón. Sal ya y ahórrate el mal rato. Pero el sonido de una trompeta proveniente del aula de música hizo correr al alumno hacia ahí. Respiré de nuevo, pensando seriamente en volver a pedir cita con el psicólogo para tratar esto porque no es normal. Abrí lentamente el armario y tuve que ahogar un grito. Toda la habitación estaba llena de pisadas con sangre.
—Joder, joder, joder. —¿Qué cojones? No sabía que teníamos psicópatas aquí. ¿Qué había hecho para acabar con la habitación así de manchada? ¿Alguien había salido herido? Salí corriendo de allí, y desearía no haberlo hecho. En el pasillo había un montón de... cosas. Eran como personas normales, pero su piel estaba en pálida, podrida y muchos casi ni tenían. A causa de eso apestaban y había bichos a su alrededor. No hablaban, solo gruñían y lanzaban gemidos como de dolor. A varios les faltaban extremidades y tenían unos dientes muy raros... tenían sangre por todo el cuerpo y la mandíbula para fuera. Todos se giraron hacia mí como por instinto y por un momento sentí que mi corazón se paraba. Otra persona salió de un pasillo con un montón de ellos corriendo detrás suya. Quería decirle que no viniese, de verdad quería, pero la voz no me salió y ninguna parte de mi cuerpo reaccionó. Al girar se encontró con los que estaban a mi lado y no pudo escapar. Vi cómo mordían cada parte de su cuerpo, cómo arrancaban su piel y se la comían. Cómo él gritaba sin yo poder hacer nada.
Salí del shock y corrí en dirección contraria, pero una horda de ellos me persiguió. Esas cosas no eran personas. No eran del mundo de los vivos. Eran no - muertos. Eran zombies. Pero no eran los típicos que van andando despacio, ojalá fueran así. Ellos corrían, casi tanto como una persona normal. Si alguien se cayera o se rompiera una pierna, o simplemente se la torciera, lo atraparían. Corrí con todas mis fuerzas, intentando no tropezarme con nada. Los pasillos se me hacían interminables y cada vez que pasaba delante de un aula salían más zombies de ella. Pronto iba a terminar el pasillo y tendría que girar si no quería caerme por las escaleras. Aunque si las saltaba cabía la gran posibilidad de que hubiera más zombies en el primer piso, pero ya estaría en la entrada y podría salir de aquí. Pero si la ciudad está como el instituto... además, no podría aguantar corriendo a esa velocidad mucho más. Cuando me quise dar cuenta ya tenía que decidir y aún no sabía que hacer.
Esto es el fin, estaba acorralada, ya que si saltaba seguro que habría más zombies esperándome abajo. Entonces alguien me agarró del brazo y me metió en un pequeño cuarto. Cuando abrí los ojos vi que estaba en el almacén del conserje, donde estaban las fregonas, escobas, productos de limpieza, etc. Yo estaba pegada a la pared y cuando subí la mirada vi a Axel con un dedo en los labios. Había cerrado la puerta con pestillo y sus ojos mieles estaban clavados en los míos, hipnotizándome. Pero esa magia se perdió cuando oí que alguien golpeaba la puerta y estuve a punto de gritar. Axel puso su dedo en mi boca, cosa que hizo que se me subieran los colores.
—Ni se te ocurra decir nada Abie. —Susurró tan bajo que casi no lo pude oír.
—¿P - Por qué me has metido aquí? —Menuda pregunta chica.
—Soy un acosador y tú eres la víctima que he escogido. —El sarcasmo en su voz era obvio. Entorné los ojos.
—Oh, un acosador, cuidado. Déjame salir de aquí. —Parece ser que cuando me pongo nerviosa digo estupideces.
—Vale preciosa, si quieres que las cosas de ahí te coman viva, adelante. —¿Qué me ha llamado?
—Eres insoportable. Y no me llames preciosa. Y quita tu dedo de mi boca si no quieres que te lo muerda.
—Y tú eres una quejica. Deberías darme las gracias por haberte salvado la vida.
—No necesitaba tu ayuda. —Eso no es del todo cierto, pero bueno.
—¿Ah, no? ¿Y qué ibas a hacer? Ilumíname.
—Iba a saltar por las escaleras. —me miró como si estuviera loca.
—Qué magnífico plan. Tan guapa, pero a la vez tan idiota —negó sonriendo con burla. ¿Y este imbécil es popular?
—Mira, aquí el único idiota eres tú, así que cierra la puta boca. ¡Y déjame salir! —mi grito inesperado provocó otro golpe. Ahogué un grito. Otra vez.
—¡Joder! ¡Cállate, maldita sea! —me gritó susurrando. Como que me llamo Abie McCartney que él no me va a decir que me calle. Cogí aire y abrí la boca para contestarle groseramente.
—Oye tú... —pero Axel se adelantó y unió sus labios con los míos.
N/A: Foto de los zombies en multimedia. Au revoir.
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Revelation of dead
General Fiction¿Qué pasa cuando todo lo que conoces desaparece? ¿Cuándo todo eso nunca volverá a ser lo mismo? ¿Cuándo debes enfrentarte a la muerte en cada esquina? ¿Cuándo solo puedes confiar en ti mismo para sobrevivir? ¿Y qué pasa si los muertos no son la verd...