1. Sacrificio

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Disfrutando del cálido sol de mediados de mayo, aprovechando que aún no hacía demasiado calor, la familia Darcy dejaba transcurrir el tiempo en el jardín. Sin pretenderlo, habían terminado utilizando aquellos minutos con la familia al completo para ponerse al día con las vidas de cada uno... y los cotilleos que circulaban actualmente en la alta sociedad de Lostbury.

La temporada social, que había comenzado a principios de abril, se había vuelto un hervidero de habladurías desde que se dio a conocer la noticia de la temporada: el soltero más codiciado del mercado se había prometido de la noche a la mañana con una extranjera.

Ese soltero no era otro que William Darcy... y la noticia no había sentado demasiado bien en la familia.

Eloise discutía con su abuela sobre el tema, tan sumamente preocupada como si fuera ella misma quien tuviera que contraer nupcias. Anne, la menor de los tres hermanos Darcy, se limitaba a escuchar la conversación con su cabeza inclinada hacia el suelo, sin atreverse a opinar. No estaba de acuerdo con las afirmaciones de las dos, pero no quería empeorar el conflicto... y menos con William delante.

Aunque él parecía ajeno al debate, repasando con tranquilidad unos papeles e intercambiando palabras aquí y allá con su padre.

Cassandra, la madre de aquel trío, contaba los minutos para que sus tres vástagos comenzaran a poner excusas y salir por la puerta en su búsqueda de actividades mucho más entretenidas que las actuales. A fin de cuentas, ya llevaban algo más de media hora todos juntos, lo que de por sí era un hecho extraordinario. Decidida a continuar aprovechándolo, tomo asiento junto a Anne, captando de vez en cuando la charla entre Georgina –la abuela paterna– y la mayor de sus nietas, Eloise.

―¡No sé de qué forma habremos disgustado a Su Majestad para obtener semejante desgracia!

―Aún no sé qué cara poner cuando mis amigas me pregunten sobre esto ―respondió Eloise, exagerando un sentimiento de horror que, seguramente, no sentía.

―Sin duda, es una mancha para la familia.

El cabeza de familia lanzó un largo suspiro, y Cassandra estuvo lo suficientemente cerca como para escucharlo, lo que le sacó una pequeña sonrisa. Stephen, su marido, llevaba escuchando reproches y quejas desde que anunció la decisión de la Casa Real, tras varias reuniones con Su Majestad. Y mientras él intentaba calmar las aguas, el más afectado había guardado un sepulcral silencio.

Will prefería no decir nada e ignorar todos aquellos lloros con una entereza que enorgulleció a Cassandra. Lo única reacción había sido un encogimiento de hombros, junto con la decisión de esperar y conocer a la mujer con la que querían casarle.

―Os recuerdo, queridas mías ―comentó Stephen, sin apartar la mirada de los papeles que sostenía― que es la sobrina de mi querido amigo Alfred. Su esposa, Beatriz, es una mujer muy agradable y estoy convencido de que se parecerá a ella.

―Eso es suponer demasiado, hijo ―respondió Georgina, sin rastro alguno de buen humor en su voz―. No porque la misma sangre corra por sus venas van a tener un comportamiento similar. Concuerdo contigo en que Beatriz es una mujer muy agradable, con unos modales excelentes, sin duda. Pero... no por eso su sobrina va a ser igual.

―Todos sabemos que los jóvenes de Zarabella están tan descontrolados como los españoles. Su Majestad podría endosarnos perfectamente a una completa loca y nosotros no sabríamos nada al respecto.

Cassie tuvo que recurrir a todos sus años de educación para no reírse ante el gesto de inocente asombro mostrando por su hija menor. Aunque estaban acostumbradas a los comentarios malintencionados y exagerados de Eloise, a Anne le seguía conmocionado que su hermana mayor pudiera dirigirle tal menosprecio a una persona a la que no conocía. A veces, cuando se lo proponía, Eloise podía actuar como la villana de cualquier historia.

Al Encuentro de Mr. DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora