Capítulo V. Futakuchi-Onna (Segunda parte).

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La luz le molestó los ojos. Los abrió levemente, tratando de protegerlos con su mano de los rayos solares que se colaban a través de lo que parecía una ventana, pero aquella extremidad no le respondió, estaba entumida. Se sintió mareada, mientras la cabeza le dolía agudamente, como si la hubiesen agarrado a golpes, y su cuerpo le ardía intensamente, como si dentro de ella hubiese un fuego que no se podía extinguir…quemando cada parte de su ser.

Su garganta se encontraba reseca, se levantó levemente para poder visualizar en donde se encontraba. Notó los grandes ventanales a un costado de la habitación, que dejaban entrar los pequeños rastros de luz que iluminaban el lugar, aún lado de estos, unas elegantes telas estiradas que estaban adornadas por pequeñas grecas y dibujos, se deslizan por el cristal hasta llegar a ras del suelo. El piso de mármol blanco, sobre este una gran alfombra de color marfil y con un motivo floral decorándola; encima de esta, había una pequeña mesa redonda de madera. Dos de los asientos estaban ocupados.

Los dos presentes se levantaron, mirando como Hinata se despabilaba de la impresión; ella se echó para atrás, topándose con la cabecera de madera. Trató de gritar, pero de su garganta sólo salió un pequeño hilillo de voz finita, casi imperceptible.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó una de las dos personas. Una pequeña niña de unos trece años de edad, con cabello castaño y unos extraños ojos color blanco; la cual sostenía sobre sus pequeños bracitos un peluche con forma de conejo—, ¿cuál es tu nombre querida hermanita?

Hinata no entendía a lo que se refería. La niña se acercó a ella, sentándose sobre la cama. Mientras la otra persona, un joven un poco mayor que Hinata, y con el mismo color de cabellos y ojos que la pequeña, las observaba detenidamente, cruzado de brazos y recargado sobre la columna de madera oscura que sostenía el dosel sobre ellas.

—¿Ya despertó su hermana? —Se escuchó detrás de ellos una hermosa voz femenina—. Mi pequeña hija.

Una atractiva mujer avanzó hacia ella. Su pálida piel le daba un aspecto divino, con su largo cabello azabache moviéndose de un lado a otro, sus ojos color blanco y su sonrisa afable, hicieron que Hinata se serenara. La elegante dama se sentó junto a la pequeña castaña, mirándola contenta. Ensanchó su sonrisa, mostrando sus perfectos dientes.

—Buenos días, pequeña dormilona —Acarició el cabello de Hinata—. ¿Te encuentras mejor?

Hinata asintió levemente. El suave tacto de la mujer hizo que su corazón dejara de latir desenfrenado, soltó un suspiro.

—¿Recuerdas tu nombre? —Le cuestionó, pero Hinata trataba de recordarlo entre voces socarronas y risas siniestras que vagaban en su mente. No podía escucharlo—. Tranquila.

Trató de concentrase un poco, pero no podía. Sujetó la cabeza que le dolía con sus manos, arrugó el entrecejo a causa de la preocupación de estar en un lugar desconocido, con gente extraña y sin recordar su nombre.

Su nombre, ¿cuál era? ¿por qué se encontraba ahí?

Pero, los recuerdos que había suprimido, brotaron sin control: Su cruel infancia, las golpizas de su madre borracha, el no tener amigos, las burlas de sus compañeros, su primer amor, el rechazo de este…y su fallecimiento. Sí, ella había muerto atropellada por un automóvil mientras huía de su escuela. Se acordó de las sombras que se introdujeron por su garganta desgarrándola por dentro.

Colocó rápidamente sus manos sobre su cuello, completamente paralizada por el miedo. Pequeños gemidos salieron de su boca.

—Calma —La bella dama le tomó su mano, sosteniéndola delicadamente para después acariciarla lentamente—. Fue difícil conseguir que no te convirtieras en un Yōkai, pero tu padre lo logró.

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⏰ Última actualización: Apr 30, 2013 ⏰

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