01 - Señora de las cuatro décadas.

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Gracias!

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Gracias!

Mi nombre es Moni, tengo cuarenta años (y algunos más). Creo que los llevo emocionalmente bien y físicamente no estoy nada mal. Mantengo mi cuerpo tonificado, lo que no significa que no tenga mi piel flácida, mis rollitos, mis arrugas... Vuelvo a decir, tengo cuarenta (y algunos) años.

Parece que todo cambia a esta edad... o tal vez nada cambia, solo la forma de pensar y por eso una quiere que todo se modifique.

La verdad es que nunca me tomé seriamente eso de la crisis de la edad, aunque parece que me atacó de todas formas, aún sin creer en ella. Puedo reconocer que, ahora, me siento más libre de decidir, de hacer, de pensar, de fantasear y podría hasta reconocer que estoy siendo un poco más egoísta en mi toma de decisiones.

Aclaremos que solo estoy contando hechos, no pretendiendo la aprobación de nadie. A esto me refiero con eso de sentirme más egoísta. Sé muy bien lo que quiero y, si bien me importan las consecuencias de mis actos, ahora las peso y veo para qué lado se inclina la balanza, solo entonces actúo. Y, así como sé que es lo que quiero, también tengo una leve idea de lo que no quiero y decidí que, lo que no quiero, es sentirme abrumada entre la rutina y el hastío. Y en eso, justamente, es en lo que mi matrimonio se convirtió.

Mi marido, un hombre buen mozo que me quiere y quiero, goza mucho de su tiempo ocupándose de sus empresas y de su amante. Le encanta ocuparse en ambas cosas y las disfruta de verdad. El resto del día, esa parte que le queda libre, es para mí o para la familia y no es una crítica, es una realidad. También están mis hijos, hermosos y adorados... Adolescentes intensos e ingenuos que creen que ya exprimieron de mí lo suficiente y no me necesitan más, como si todo lo supieran en su corta vida sin siquiera haber empezado a vivir.

Ya conté quién soy y, aunque puedo decir muchísimo más sobre mí que estas pocas palabras, son las suficientes para darle contexto a lo que voy a contar y sirven también para aclarar los motivos que me llevaron a pensar en lo que voy a hacer.

Hace un par de noches tuve un sueño, uno muy erótico y excitante, en el que yo estaba en la cama con un hombre más joven, gozando como una maniática y delirando de placer. A la mañana siguiente amanecí con el humor renovado habiéndome inventado semejante fantasía y habiendo disfrutado de ese imaginario orgasmo. Me sentí diferente; con una sensación de felicidad inusual, nueva, y hasta me reía sin motivo aparente cuando estaba en soledad. Me duró varios días ese cosquilleo en el vientre y hasta hice el amor con mi marido de una manera más... más... desinhibida y atrevida, sí, eso. Tal vez, más carnal.

Entonces, esta mañana después de mi ducha diaria, me dije que quiero tener esa deliciosa sensación otra vez. Me la voy a procurar yo misma porque no puedo depender de los sueños, eso está claro. Me pregunté, ¿por qué no? ¿Qué y quién me lo impide? y mi respuesta llegó mientras estaba desnuda frente al espejo.

«Nada ni nadie te lo impide, nena. Ya tienes más de cuarenta, adelante».

Sé, por comentarios, de un lugar al que la gente (hombres y mujeres) va sola para encontrar a alguien interesante, para dejarlo más claro, seducir o dejarse seducir por un desconocido y solo por esa noche, nada más. Nada de presentaciones, algo sin compromisos ni apellidos ni teléfonos o próximas citas.

Pienso ir. Sola, obvio. Mis amigas jamás me acompañarían a un lugar así y muchísimo menos mis hermanas. Así es mejor, sin testigos... sin consejos.

Me pongo una falda corta, para dejar a la vista mis piernas que parecen ser mi fuerte con los hombres, y la combino con una blusa con un escote importante ya que mis pechos son de los comprados y están perfectos, dignos de ver. Completo el atuendo con zapatos sexis y un muy provocador conjunto de ropa interior. Me pongo poco maquillaje en los lugares necesarios, crema para suavizar mi piel y un rico perfume. ¡Listo!


Llego al pub recomendado antes de lo pensado, aunque no sé si es un pub o un bar o... No importa cómo se llame. Enseguida me distraigo y mis pensamientos quedan en el olvido. Veo demasiada gente, lo que me hace sentir cómoda. Nadie me mira con intriga de saber a qué o por qué vine, porque imagino que todos estamos con las mismas intenciones, al menos eso supongo yo. Mientras sigo mi lento e insinuante camino, adentrándome cada vez más al salón, sigo suponiendo que soy una más de todas las mujeres presentes deseosas de una noche lujuriosa.

El lugar está bastante oscuro. La poca iluminación y la música le dan un toque sensual que despierta algún que otro sentido, seguro que en eso pensaron los que ambientaron este antro.

Noto a más de un hombre recorrerme con la mirada mientras balanceo mi cadera con sensualidad y me gusta. Me hacen sentir segura, admirada, y reafirmo mi decisión de estar en este lugar porque, debo reconocer, que pensé en la posibilidad de no interesarle a nadie, sí, son esas cosas que una piensa y descarta en el mismo instante. No creo ser la única a la que se le cruzan por la cabeza este tipo de ideas cargadas de inseguridad.

Me siento en una de las butacas libres frente a la barra para pedir una copa de vino y el muchacho que la sirve me sonríe al dármela. Aunque me agrada la actitud sé que lo hace por la propina, que no le niego.

―Jorge, me das una cerveza, por favor.

Una hermosa voz masculina me hace girar la cabeza para ver al dueño y no me lamento de hacerlo. Tendrá unos treinta y pico... Es muy bonito de cara y con un corte de cabello bastante moderno. Viste ropa de buena calidad, pero nada pretencioso: jeans, camisa y botas. Un perfecto y musculoso cuerpo se adivina debajo de cada prenda y veo una sonrisa seductora, posiblemente ensayada frente al espejo unas doscientas veces al día, pero qué más da, el resultado es maravilloso.

―Y otra copa para la dama. Si la acepta, claro está ―dice. Sonríe sin dejar de mirarme y me guiña el ojo. Me encanta su arrogancia. Se sabe lindo y no lo disimula.

―Con mucho gusto, gracias –respondo, simulando no darle demasiada importancia. Se acerca más a mi cara y sin quitar su mirada de mis ojos, me arrima su mano presentándose como Lucas.

―Moni –digo a secas, y le doy la mano. Su tacto es suave y su apriete firme, bien masculino.

Tomamos nuestras bebidas y charlamos de todo y nada, cosas absolutamente irrelevantes.

Mientras más lo miro, más lindo me parece. Si para mi propósito de una noche de placer puedo elegir, elegiré lo mejor posible y, definitivamente, él es lo mejor: sexi, seguro, guapo, musculoso, joven, divertido y, lo más importante, mujeriego, eso significaba experiencia y descaro. Justo lo que yo no tengo.

―No te vi nunca por aquí ―dice después de un rato de silencio, de esos que se hacen cuando la conversación pide sinceridad. Estábamos deseando llegar al punto importante, aunque ninguno rompía el hielo.

―Entonces parece que vienes seguido ―le digo con una sonrisa que intentó ser atrevida―. Esta es mi primera vez.

―Interesante. Casada –susurra, acariciando mi anillo de bodas.

―¿Acaso importa? –Sonríe pícaramente y sigue con su caricia, ya sobre mi mano.

Sin dejar de tocarme se termina de un solo trago su segunda cerveza y me saca de ahí. 



Continúa en el libro...! 


Ven... te cuento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora