Había pasado una noche entera sin problemas. Había podido dormir y no me molestaron mucho las heridas. Me desperté y Antonio ya no estaba en la habitación. Le habían pasado a planta.
Mi madre si estaba, a mi lado sentada y con una sonrisa de oreja a oreja. No sabría que hacer sin ella. Mi gran apoyo, la que siempre me ha ayudado a salir a delante con esto. Todo habría sido diferente si ella no hubiera estado a mi lado. Esperó a que abriera los ojos para hablarme.
-Tengo una buena noticia, hoy te quitan los drenajes. En teoría te los tienen que quitar ahora.
No pude evitar sonreír. Por fin voy a poder comer, voy a poder moverme como una persona normal. Al instante entró la enfermera con más chicas, enfermeras también, pero algo más joven. Pidieron a todo el mundo que estaba en la habitación que saliera, para tener más intimidad. Mi madre me dio un beso en la frente y salió. En ese momento la habitación quedó vacía, sólo mis dos compañeras, las enfermeras y yo.
-Alejandra, te vamos a retirar los drenajes. No vas a notar nada, te vamos a dormir. - La enfermera adulta se dirigió a mi y me introdujo dentro de una vena de la mano la anestesia. Poco a poco me fui durmiendo. Recuerdo ese momento como si hubiera sido ayer. Mi cabeza empezaba a pesar, mi vista se nublaba y se iba cerrando en forma de circulo.
Me desperté, y en cuanto conseguí incorporarme vomité. Conseguí levantar la sábana y no los vi. Sólo dos puntos en forma de cruz debajo de mi cicatriz. Los drenajes habían desaparecido. Lo primero que pedí de comer fue un yogur de fresa. No pude llegar a tomarme ni la cuarta cucharada. Mis expectativas eran diferentes, pensé que podría llegar a comer todo lo que quisiera, pero ni siquiera un vaso de agua me entraba en el cuerpo.
Al rato vi a mi madre aparecer por la puerta, tenía mi móvil. Ya ni me acordaba.
-Toma, te lo he cargado al 100%. Me parece que tienes mucha gente con la que hablar y comunicar que está todo bien. - Me sonrió. ¿Mucha gente? ¿Cuántas? Tenía miedo de abrir mi WhatsApp y ver que la gente que pensaba que me apoyaría no lo hubiera hecho. Pero lo abrí. Más de 100 conversaciones. Mensajes de apoyo en Instagram, Twitter y muchos comentarios en Facebook. Los primeros mensajes que abrí fueron los de mis familiares, después los grupos con mis amigos, y después cada uno de ellos. Respondí los mensajes de apoyo en las demás redes sociales, y así me pasé toda la tarde.
Por la noche conseguí comer un poco más, por lo que la enfermera que había en ese momento intentó que me pasaran a planta, y... ¿A que no sabéis qué? ¡Lo consiguió! Prepararon todos los papeles y un celador vino a recogerme. Pronto podría ver a Antonio. Lo echaba mucho de menos.
-Hola Alejandra. ¿Qué tal? Te llevamos a planta ya, ¿vale? Toma, es mejor que te pongas una camisa porque para llegar a tu habitación tenemos que pasar por varios sitios donde hay pacientes y familiares. Fue entonces cuando agaché la mirada y vi que no tenía nada puesto. Que llevaba tres días con mis pechos al aire, y todo aquel que hubiera entrado en la habitación me los había visto. Qué vergüenza. ¿Cómo no se les ocurre avisarme antes? Enseguida me pongo colorada y con dificultad y ayuda de mi madre me coloco la camisa. Los enfermeros, con cuidado me pasaron a mi cama. Me dolió bastante el cambio. El celador agarró mi cama y me llevó hasta mi habitación. Debían ser las 11 de la noche, o incluso madrugada. Todo el mundo me miraba, sin ningún tipo de escrúpulo. Algunos me sonreían y me trasmitían un mensaje de ayuda y apoyo, otros simplemente me miraba, y recuerdo algunos que se reían.
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A sólo un paso de la felicidad.
Teen FictionAlejandra es una chica con complejos. Lleva sus 15 años de vida encerrada a sí misma. Pero pronto alguien le enseñará que todo lo importante no está en el físico, sino en el interior.