CAPÍTULO DOS

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Llego a casa y decido quedarme sentada en uno de los escalones de la entrada, mirando así hacia la casa de Laura mientras me acaricio la muñeca lentamente.

Recuerdo estar sentada hace unos años en este mismo lugar, cuando vi cruzar por la esquina el camión de la mudanza que pertenecía a los nuevos vecinos que vivirían en frente próximamente. Mi padre me contó que esa casa llevaba sin habitar mucho antes de que yo naciera. También me dijo que la familia que la habitaba anteriormente era una de esas familias con bastantes problemas; tanto económicos como familiares, así que decidieron deshabitar la zona e irse a vivir a un lugar que pudieran pagar sin problemas.

Cuando días atrás me enteré que vendrían nuevos vecinos con una hija de mi edad, me puse realmente contenta, ya que en mi barrio no había ninguna persona de mi edad con la que poder jugar. Me pasaba los días sentada en las escaleras de entrada a casa para ser la primera en ver a los nuevos vecinos y poder hacerme amiga de aquella nueva familia.

Pasaron los meses y Laura, la niña que habitaba la casa de enfrente, y yo, nos volvimos amigas inseparables. Todo lo hacíamos juntas.

- Marta, ¿qué haces aquí?- Dice Jennifer, apareciendo por la puerta e interrumpiendo mis pensamientos.

-Solo pensaba.

-En Laura, ¿Me equivoco?-Suspira, sujetando la copa de vino con la mano derecha.

Me levanto rápidamente y me dirijo a subir las escaleras. Seguidamente me agarra del brazo.

-Estamos hablando. Vamos al salón y te prometo que no tendrás que contestarme a ninguna pregunta en la que te sientas obligada a hacerlo. 

Asiento y me dirijo hacia la gran butaca de madera mientras ella se sienta en el sofá de piel. En realidad no quiero contestar a nada y mucho menos hablar del tema, pero sé que debo hacerlo. Llevo como una semana sin dar señales de vida, en el cuarto, llorando a moco tendido, sin salir y sin probar bocado.

-y bien, ¿qué quieres saber?- Le digo mientras subo mis piernas y las rodeo con mis brazos fuertemente.

-Necesito saber que pasó exactamente, ya sabes.

-No te voy a contestar a eso. 

-Necesito saberlo, quizás así pueda ayudarte.- Insiste.

-No necesito que me ayuden, ¡estoy bien!-Digo casi gritando a la vez que me levanto del asiento.

-Vale, vale, tranquilízate. 

El olor a pollo asado atraviesan mis fosas nasales y hacen que mi estómago vuelva a rugir por segunda vez hoy.

-Tienes hambre, ¿verdad?, he echo pollo, como a ti te gusta.- Dice levantándose y dirigiéndose a la cocina.

"La verdad es que me comería cualquier cosa"

-No gracias, últimamente no me apetece nada.- Miento.

-Bueno, como quieras, pero vístete, que tienes visita.

Camino al instituto, Emma me comentó que Jennifer había llamado a un psicólogo para que yo no me sintiera culpable por lo de Laura y poder "arreglar" mis desórdenes alimenticios. No me sentí molesta, a lo mejor era una buena opción para salir de esto, por muy difícil que parezca.

Diecisietes llamadas sin respuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora