Prólogo.

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–Sera hombre– fue lo que dijo la doncella quien sostenía suavemente la mano de la reina, quien al escuchar esto sonrió. Sería un niño después de todo, después de tanto tiempo y de tres niñas por fin podía darle un varón a su rey. La alegría hacia que el dolor por las contracciones valiese la pena, eses niño tenía que nacer sano y a salvo.

–Pero– dijo una mujer que se encontraba entre las piernas de la reina, la comadrona, quien parecía ya ver la cabeza del niño solo levanto un segundo la mirada a la reina cuando esta dejo de pujar – ¡No te detengas! Ya veo su cabeza– ordeno fuertemente, la reina inquieta volvió a pujar rogándole a dios porque nada saliese mal, no ahora. Su hijo sería un niño el único varón del Rey, si algo salía mal ella y sus hijas corrían peligro. Pujando con toda la fuerza que le quedaba después de cuatro horas de sufrimiento y dolor escucho el orgulloso llanto en la voz de su hijo. Las lágrimas cayeron de felicidad por su rostro. Lo había logrado –Es un varón– dijo la comadrona quien rápidamente limpiaba al niño en sus brazos.

Después de nueve meses esperando por ese pequeño rayo de luz se sentía satisfecha, complacida no solo de darle al hombre que amaba lo que quería, si no que con ella misma. Amaba a sus hijas, a todas por iguales pero tanto rogar por un varón su corazón se enorgullecía de poder tenerlo entre sus brazos. Lo amaba, lo amaba tanto.

– ¡Querida! – escucho la voz de su esposo, a quien la cuarta mujer que se encontraba en la habitación, una anciana, dejo entrar una vez que el niño estuvo limpio y mamando de su seno.

–Mi rey, es un varón– dijo cansada pero orgullosa. No pudo ser más feliz al ver la sonrisa radiante en el aun guapo rostro de su amante. Una escalofriante risa fue lo que los hizo a ambos girarse a ver a la anciana que jugueteaba con unos hilos y tejiera en mano. La sonrisa que en su cara se mostraba cada vez que cortaba un hilo era terroríficamente satisfactoria.

–Yo que tu mi "Rey" no cargaría a ese niño– su voz rasposa y senil atrajo un escalofrió y un mal presentimiento en ambos reyes.

– ¡Es mi hijo! ¿¡Porque no querría cargarlo!? – parándose en toda su altura el hombre hizo frente a la anciana quien simplemente le sonrió.

–Yo no querría cargar al engendro que me matara, mi "Rey" – el horror y miedo que inundaron la habitación fue lo único que necesito la reina para saber que su hijo, su bebe seria arrebato de sus brazos antes de que tuviese las fuerzas para protegerlo. Apretándolo contra su pecho espero las crueles palabras del hombre que amaba, sabía que el tomaría esa decisión y no importaba si el niño era sangre de su sangre.

–Doncella, aleja esa cosa de mi esposa– ordeno el rey dándose la vuelta y saliendo de la habitación.

–Démelo mi reina– dijo la muchacha de no más de diecisiete años.

–No– El pequeño infante en sus brazos arrugo levemente la frente como si presintiese que algo estaba a punto de pasar, sus aun ciegos ojos se abrieron mostrando un pálido color mercurio, los cuales no demoraron en llenarse de lágrimas mientras de su pecho brotaba el llanto. Ella lloro apretándolo contra su pecho, quería mantenerlo a su lado.

–No llore mi señora, el volverá a usted cuando menos lo espere– volvió a decirle con una sonrisa conocedora de cosas que ella no entendía.

–Su vida será dura, pero su destino ya está dicho– dijo la comadrona quien ahora se encontraba de pie limpiando sus manos.

–La marca que será puesta en su pecho será la única forma en la que lo reconocerás mi reina, no olvides mis palabras– se rio la anciana mientras tomaba un hilo y lo cortaba.

–Ustedes son...– dijo al comprender porque ellas tres estaban aquí, no era normal que una doncella y mucho menos una anciana estuviesen presentes en un alumbramiento –...las Moiras– las tres mujeres sonrieron sabedoras, el destino ya estaba dictado. Solo quedaba esperar.

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