¤Continuación Cap. 1¤

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Luego, el mismo mensaje, repetido.
-¿CUÁNTO MIEDO PUEDES SOPORTAR, MENDHOZA?
El monitor volvió a fallar, dejándolo todo en penumbra. Ya era noche cerrada y la oscuridad se lo comió todo en la pequeña habitación. Sergio sintió un escalofrío en la parte baja de la nuca que se expandió como una araña que abriera sus patas y se posara en su cabeza, en su espalda, en sus brazos.
¿Cómo había sabido su apellido? Su nick en su Messenger era "Poor Tom", igual que una canción de Led Zeppelin. Su cuenta de correo era sma1910 (sus iniciales y la fecha de su cumpleaños). No entendía que estaba pasando. Además, el uso de puras mayúsculas en el mensaje le pareció ofensivo, casi una provocación. "¿Qué está pasando aquí?", se dijo.
Un ruido se coló desde el exterior de su habitación. Un pequeño crujido que consiguió, de nuevo, erizarle los cabellos. El crujido se volvió un golpeteo.
Más por costumbre que por voluntad, se estiró nuevamente para torcer el cable del monitor y remediar el "falso contacto". Éste encendió al instante. La pregunta de Farkas seguía ahí, suspensa, como flotando a mitad de la pantalla. Lo primero que hizo Sergio fue revisar su perfil en el Messenger. Tal y como pensaba, no había ninguna referencia personal, ni siquiera el sexo. Mucho menos la edad o el nombre. El crujido aumentó de volumen en el pasillo.
Crrt. Crrrrt. Crrrrt.
-¿CUÁNTO MIEDO PUEDES SOPORTAR, MENDHOZA? -Pregunto Farkas de nuevo.
El crujido, fuera de su habitación, era molesto. Y parecía estar ligado a la pregunta de Farkas. Sergio sintió que eran pasos. O golpes en la puerta del departamento. O un rechinido de goznes. O leves jadeos. Podía ser cualquier cosa. Podía no ser nada.
"¿Que demonios pasa aquí?", volvió a preguntarse.
-POOR SERGIO. POOR, POOR, POOR, POOR SERGIO -lo molestó Farkas. "Pobre, pobre, pobre Sergio"
Crrrrt. Crrrrrrrt. Trató de comparar el ruido con algo, cualquier cosa, para determinar su origen. Aun pensó que podría ser el vecino del piso inferior, quien a veces golpeaba el techo con un palo de escoba para conseguir que Sergio dejara de tocar los tambores. Pero no, era algo distinto. Era algo como...
Crrrrrt.
Prefirió no indagar más. Con dos clicks presurosos al mouse abandonó el Messenger. Su respiración era violenta. Aún sentía el escalofrío recorrerle el cuerpo. El crujido no se iba. Lo que acontecía era algo muy parecido a una pesadilla. Le dolió el muñón de la pierna ausente. Miró la prótesis recargada sobre su cama. Por alguna razón sintió que debía ponérsela por si necesitaba correr. Pero... ¿por qué correr correr si nada lo estaba realmente amenazando? ¿O sí? Seguramente el ruido era perfectamente explicable. O probablemente no. "¿Qué pasa aquí?"
Se puso de pie y miró por la ventana hacia la calle. La estatua impasible de Giordano Bruno, como siempre, mirando hacia la plaza. La gente caminaba apática. Los autos transitaban con lentitud.
"No pasa nada, Sergio. No pasa nada", intentó tranquilizarse. Por razones muy íntimas creyó escuchar, a lo lejos, el lastimero aullido de un lobo. "Es una ambulancia", volvió a decir.
El aullido le mordía los tímpanos. "Tiene que ser una ambulancia". Otro aullido. "Una ambulancia, una ambulancia, una ambulancia", intentó tranquilizarse.
Miró el monitor. Todo estaba en calma en la computadora. Por un momento había temido temido que temido que ni cerrando Messenger se libraría del misterioso individuo que lo había molestado con tanta insistencia.
Crrrrrt. Crrrt. Crrrrt.
Tomó la prótesis y se la colocó con rapidez. Luego, caminó a la puerta de su cuarto y será encendió la luz. Todo en paz, aparentemente. Pero el crujido... el crujido...
Pudo notar, entonces, que la puerta del departamento estaba abierta. Una suave brisa golpeaba contra la pared una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. "¿Dejé la puerta abierta cuando llegue de la escuela? Dios mío.¡Alguien se metió en la casa!"
Temblando, caminó al pasillo y encendió la luz. Lo mismo hizo en el cuarto de Alicia. En el baño. En la cocina. No había nadie. Los latidos de su corazón pulsaban frenéticos. Se recargó en su refrigerador, tratando de sentarse, preguntándose si eso no tendría algo que ver con su pasado, con lo que había ocurrido en el desierto de Sonora cuando era casi un recién nacido.
"¿Cuánto miedo puedo soportar? ¿Cuánto miedo puedo...?"
-¡Oye, inconsciente!
No pudo evitar el sobresalto al ver la cara de su hermana en el dintel de la puerta.
-¿Crees que somos ricos? ¿Por qué tienes todas las luces de la casa prendidas, eh?

Siete Esqueletos DecapitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora