Al fin libertad.

202 23 11
                                    

El silencio dentro de la taberna era directamente proporcional al estruendo de gritos y armamento en uso del exterior.

En la estancia principal no quedaba nadie salvo él. Cualquiera habría pensado que aquello se trataba de un gran fracaso, pero Enjolras, desarmado y sin emoción en el rostro, lo consideraba un avance.

Otros acabarían lo que ellos habían seguido, tal y como se sucedían las insurrecciones que conformaban el maravilloso y épico fenómeno de la Revolución Francesa.

Había visto caer a todos y cada uno de sus amigos: Bahorel, Feuilly, Prouvaire, Joly, Bossuet, Courfeyrac y Combeferre, incluso Marius, a quien previamente había ignorado, considerándolo un estorbo para la honorable causa que lideraba, había caído, o eso pensaba él.

Su interior estaba roto. Cualquiera que hubiera conocido al joven revolucionario en sus horas previas, podría confirmar con severidad que, pese a que su corazón seguía latiendo, Enjolras ya había muerto. En realidad, todos lo habían hecho, desde que decidieron embarcarse en aquella misión por el futuro de Francia, un futuro mejor que llevaría a la nación a brillar y salir de aquella oscuridad.

Francia algún día sería libre, no importaba cuando. Lo conseguirían, y las almas de aquellos que habían dado su vida por ello en los siglos pasados se verían honradas. Sólo entonces sus vidas cobrarían sentido, sólo cuando la justicia hiciera presencia, Les Amis de l'ABC, los obreros, trabajadores y hombres del pueblo que habían luchado a lo largo de los tiempos se verían honrados.

El joven revolucionario siempre supo que era aquello a lo que estaba destinada su existencia: si había de morir, lo haría luchando y sin rendirse. Por tanto, cuando escuchó al escuadrón de doce guardias nacionales aproximarse a paso rápido a la estancia del café, no movió ni el menor de sus músculos.

En sus manos tan sólo quedaba su carabina rota y sin munición, de la cual se había servido para eliminar a los enemigos que pudo mediante golpes y agresión. La revolución sacaba lo mejor y lo peor de cada uno. Al igual que ellos habían eliminado a un buen número de la Guardia Nacional, los amigos del pueblo habían sido masacrados y no quedaba ni uno solo en pie.

Un numeroso grupo de soldados hizo aparición. Hubo unos segundos de silencio en los cuales, pelotón y rebelde se miraron el uno al otro a los ojos sin dudar. Todos sabían cómo acababa aquello, pero la confusión se veía reflejada en los rostros de los atacantes al ver la incorruptible figura de Enjolras.

Allí quieto, con la culata de la carabina en la mano, desarmado y expuesto, intimidaba con su sola presencia. Emanaba luz, fuerza y su interior rugía como un temible león que mostraba sus fauces.

-Es el jefe-dijo inmediatamente uno de los primeros guardias.

-¡Matadlo!-se oyó. Era el lobo contra la oveja, y sin embargo no eran capaces de proclamarse victoriosos. La batalla estaba ganada y aun así no podían apartar la mirada de ese mártir feroz y desafiante que tenían ante sí.

-Disparadme-les alentó Enjolras, tirando al suelo el arma y llevando sus manos a descubrir su pecho. Aquello claramente era una provocación, un desafío a su moral. ¿Dispararían a un hombre desarmado? ¿Dispararían a un joven solitario con la fuerza de voluntad de morir allí mismo? 

¿Lo harían?

El pecho del líder de rojo subía y bajaba rápidamente. Sería estúpido negar que no temía que los disparos impactasen contra él; se trataba de puro instinto de supervivencia, pero mentalmente estaba en calma. Al fin se reuniría con sus camaradas, podría descansar junto a ellos y no tomar aquello como una derrota, sino como un pequeño paso más para conseguir que el próximo siglo fuese grandioso y memorable. Al fin saldría de las sombras de ese mundo banal y errático, corrupto.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 29, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Al fin libertad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora