Capítulo 1

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Todo comenzó una mañana como cualquier otra. Janice se levantó toda despeinada, igual que todas las mañanas, y se dirigió a su baño privado a ducharse y peinarse. Esa era una de las ventajas de ser la única mujer en la casa. Tenía baño propio, sus hermanos nunca la molestaban (porque sino sus padres los castigarían), un millón de privilegios a su favor... en resumen, la vida perfecta en su casa.

Después de vestirse, y mientras se cepillaba el pelo, Janice sintió que su celular vibraba. El cepillo cayó de sus manos, precipitándose hacia el suelo de su baño, mientras Janice corría por su teléfono. Un mensaje. Sólo un mensaje, nada más. Janice dejó el teléfono a un lado, decepcionada. Lo que ella tanto esperaba, era la llamada de su mejor amiga Coraline, a la que vería después de clases.

Janice y Coraline eran mejores amigas desde el kínder. Estaban todo el día juntas, lo hacían todo juntas. Eran totalmente inseparables. Pero ya en primaria a Coraline la cambiaron de escuela por su mal comportamiento, y eso era en lo único en lo que se diferenciaba con Janice: la primera era un desastre y la segunda un ángel. Cuando se separaron, ambas sabían que no podrían estar tanto tiempo juntas como antes: tenían diferentes horarios, vivirían en diferentes barrios, tendrían diferentes compañeros y, por lo tanto, diferentes amigos. Sería todo diferente, y las amigas se dijeron adiós. Y desde entonces sólo se veían los fines de semana, los viernes y los martes, ya que sus madres se juntaban a cotillear, mientras Janice y Coraline daban un paseo por el lugar, riendo como si no hubiera un mañana.

Janice estaba por bajar a la cocina cuando se dio cuenta que debía leer el mensaje. Cogió su celular y abrió la bandeja de entrada. Era de un número desconocido. "Hola preciosa. Soy tu admirador secreto. No me llames, no respondas. Sólo acepta mi regalo, te estaré vigilando".

¡Vaya que mensaje! Janice se rio un poco, luego decidió esperar el regalo misterioso y así saber si le creería a un mensaje. Subió el cierre a su polerón y bajo las escaleras de madera hasta la cocina. Su casa era de tamaño normal, con dos plantas. En la planta baja, una cocina, comedor y sala en la misma pieza, el dormitorio de sus padres y el escritorio donde estaba el computador de su madre, que trabajaba en casa haciendo programas y juegos de video. En la planta alta, dos dormitorios, uno para sus dos hermanos y uno para ella con baño incluido (como ya mencioné antes), un baño más para sus hermanos y una sala de estar con televisión y una consola. Era una casa acogedora, ubicada en un buen barrio, y con otras catorce casas iguales en la misma calle, y quince más en la calle del frente.

Abajo en al cocina, estaban su hermano menor Joseph, comiendo una tostada y mantequilla de maní, y su madre, tomando un café. 

-Buenos días, Porota- le dijo su madre.

-¡No me llames Porota, mi nombre es Janice!- contestó enfadada ésta -. Lo siento, buenos días- una mirada de reproche de su madre arregló todo el asunto -. Buenos días, cabeza de coco- esta vez se dirigió a su hermano.

-Fuefos fíaf, frasero de vaca- le respondió con la boca llena de mantequilla de maní. Estaban acostumbrados a hablarse con esos sobrenombres y era casi como una muestra de cariño.

Estaban en eso cuando sonó en timbre de la casa. Janice dejó la tostada con mermelada que estaba preparándose y se dirigió a la entrada principal. Una vez allí abrió con cuidado la puerta, y afuera, se encontró con un hombre con un inmenso ramo de flores. Janice desconcertada, mientras firmaba la entrega, preguntó al hombre:

-¿Para quién son las flores?

-Una tal Janice Swimburn, señorita.

-Y, ¿A nombre de quién?- Janice trató de no parecer desesperada, pero al parecer no le resultó, ya que el hombre la miró curioso, a través de sus gruesos anteojos.

-Anónimo, señorita. El señor que las envía desea mantener su identidad en secreto. Además- continuó antes de que Janice pudiera decir nada-, las flores vienen con una nota- dijo mientras le entregaba un sobre, que soltaba un aroma a limón que inundó completa la estancia-. Hasta luego- El hombre se despidió tapándose la nariz para no respirar el perfume de limón.

Janice cerró la puerta y se quedó boquiabierta. ¡El admirador secreto existía de verdad! A menos que haya sido una broma de su mejor amigo Noah, que sabe que Janice odia lo cursi y romántico.

Janice abrió el sobre y se encontró con un poema adentro, que decía:

"Desde que te vi por primera vez, te seguí y aprendí, y ahora que te conozco he comprendido, lo único que te falta para ser feliz; es un hombre como yo".

Por Dios, ¡Qué cursilería! Janice ahora estaba segura que era un admirador secreto, que la conocía bastante poco, al parecer, aunque afirmara lo contrario en su nota de amor misteriosa. Janice oyó la voz de su madre desde la cocina.

-¿Quién era Janice?

-Nada, tan solo el cartero que se confundió con los Swimorn de al frente.

-Ah, ok.

Janice subió lentamente la escalera, sin hacer ningún ruido para no despertar sospechas. Su madre de seguro le habría dicho algo como: "Es muy peligroso, no sabes quién es, ni cuáles son sus intenciones contigo". Boberías. Era tan sólo un juego de niños. O algún chico de su escuela que no se haya atrevido a hablarle en persona, y prefiera ser cursi por correo.

De cualquier forma Janice se propuso averiguar quién era el extraño misterioso que le mando aquel ramo de hortensias, flor que tanto odiaba. Al entrar en su habitación vio que en su celular había otro mensaje, del mismo número desconocido. Janice decidió guardarlo como "El cursi de las flores". Luego abrió su mensaje: "Hola de nuevo preciosa. Qué bueno que recibiste mis flores y mi poema. ¿Te gustaron? yo mismo lo escribí" Janice puso cara de asco. "Tranquila, no soy el cartero. Tampoco un viejo, ¿sabes? tengo dieciséis, igual que tú. Me despido, Tu Caballero". ¿Caballero? ¿Es enserio? Janice se agarraba el estómago de la risa. ¡Un chico se llamó a si mismo Caballero! Janice estaba ansiosa por llegar a sus clases y contarle a Noah sobre su admirador secreto.

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