Prólogo. - Gotas

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La sala de interrogatorios se encontraba en el sótano de la comisaría, bajando unas estrechas y retorcidas escaleras metálicas en forma de caracol. Las paredes que la envolvían eran de un color gris pálido, estático, acorde con las emociones que allí se respiraban, y contenían grietas que las recorrían de arriba abajo, como si aquel hubiera sido el precio a pagar por ser testigo de tantas historias.

Sin embargo, lo más destacable de aquella estancia era el frío áspero y seco que se introducía en los huesos para entumecerlos, y la causa de ello no era tan sólo la temperatura que hacía allí abajo, sino el poco tacto que tenían los agentes de policía al formular sus preguntas.

Ninguno de ellos era capaz de entender lo duro que era para Ellia, una muchacha que pese a su juventud ya había encontrado -y perdido- a la única persona que, sin ser debido a la imposición de los lazos familiares, le había llegado a importar de verdad.
Ahora, tres mes después de su desaparición, pretendían atropellarla con estúpidas preguntas sobre detalles que ni siquiera tenían importancia.

Le había perdido. Esa era la única realidad que importaba.

Las gotas procedentes de una filtración situada en una esquina al final de la sala se encargaban de llenar los silencios con la hipnótica melodía que interpretaban cada vez que chocaban contra el metal de un cubo colocado justo debajo. Ellia observaba atentamente cómo se desprendían del techo para encontrarse con su inevitable destino.

Entonces se tornaron rojas, convirtiéndose en sangre. En su sangre.

Pero tan solo era agua cayendo y rompiéndose, justo como ella.

Ellia se encontraba físicamente en la comisaría, pero su mente vagaba en el recuerdo del último día en que lo vio. El brillo en su piel, en su sonrisa, en el verde de sus ojos... Solamente deseaba que no se hubiera extinguido todavía.

La imagen del chico se resistía a marcharse, pero poco a poco fue sustituida por otra aún más fuerte y mucho más desagrabable. Hacía tan solo unos días los familiares, amigos y conocidos de Ellia habían celebrado un evento en honor del joven desaparecido,esperando, de esta forma, poder animarla.
Esperando, aunque nadie lo reconociera, que pudiera darle su último adiós.

"Todos se han despedido de él, y quieren que yo también lo haga"-pensó Ellia- "Nunca podría hacer eso".

El repiqueteo de una gota consiguió devolverla a su presente, y todas las imágenes en su cabeza se convirtieron en un gran vacío blanco.

Lo único que ella necesitaba era respirar, cerrar los ojos cinco segundos y respirar profundamente hasta calmarse. Sin embargo, temía no ser capaz de abrirlos de nuevo si lo hacía.

Quería desahogarse, gritar con todas sus fuerzas hasta que se le desgarrase la garganta, se quedara sin aire, y el pecho le doliera. Pero estaba rodeada de personas que, para colmo, eran policías. Tenía que aparentar normalidad.

A nadie le importaba qué le había pasado a Killian, ni dónde estaba en aquel momento, ni si se encontraba bien y entero, pero ella tenía que aparentar "normalidad".

Al final optó por cerrar los ojos y respirar.

—Elisa Martínez Aldana —dijo el comisario sin apenas levantar la vista de la vieja libreta negra que tenía entre las manos.

Cualquiera podía saber que se trataba del comisario, porque el tipo era de esos capaces de infundir la perfecta mezcla de respeto y temor con tan sólo su presencia, y cuando hablaba, su voz de barítono reforzaba aún más esa idea. A pesar de todo, tenía un aspecto bastante descuidado, con una barba de tres días y la camisa –que algún día debió de ser blanca– a medio planchar metida por dentro de unos pantalones azul marino que se sostenían gracias a un cinturón desgastado de cuero.

((pausada))Where stories live. Discover now