Ya había anochecido. La oscuridad se había encargado de invadir cada rincón de la ciudad por una noche más, a la par que había dedicado todo rato libre que se le atragantaba entre sombra y sombra a arremeter contra el chico. Costumbre que se venía construyendo desde hacía tiempo.
Tanto tiempo que era imposible recordar cómo empezó todo, pero aquella historia ya no era la más trascendental.
El estudio de revelado se encontraba en el diminuto ático del apartamento, lugar donde Killian pasaba la mayor parte de sus días. Y sus noches. Pensando, pensando, pensando. Analizando un orden que no podía existir, pegando sucesos causales con relaciones imposibles. Inventando y llevando a cabo sus cálculos. Su único propósito, lo único que importaba.
Si quería que funcionara, que las piezas encajaran, que el mundo siguiera moviéndose adecuadamente y no se disparatara por completo, no disponía de ninguna otra herramienta para conseguirlo.
La poca luz que entraba en la estancia se conformaba con la débil iluminación de las farolas de la calle, la cual se colaba por dos únicas ventanas situadas una en frente de la otra, viviendo estas en un reto constante. Reto en el cual Killian se situaba en el centro. Siempre.
.......
El chico se dirigió después hacia lugar más oscuro, allá donde no alcanzaba ni un atisbo de luz, para dar comienzo al ritual que ponía fin a su sesión diaria de fotografía.
Aquella vez iba a resultar más complicado, puesto que no podía esperar para observar las fotos. Esperar constituía la parte más esencial del proceso. ................
Estúpido Killian con su estúpido egoísmo, hubiera tirado su suerte por la borda por una chica. La causa de su primer error.
Pero aquella no era la manera apropiada de trabajar, y la suerte que entraba en juego no era tan solo la suya. Él lo sabía, no podía permitirse tomar riesgos. Tenía que seguir todos y cada uno de los pasos si no quería seguir fracasando y enfrentarse a las consecuencias.
Todo giraba a su alrededor, pero aún no se había dado cuenta.
Por el momento, eran sus pensamientos los que giraban en torno a él, tal y como si su cuerpo se hubiera convertido en el epicentro de un huracán. Por supuesto, era necesario encontrar la calma entre tanto caos, y para lograrlo debía respetar ciertas normas.
Sus compulsiones eran las encargadas de custodiar el control de su vida de la única manera correcta. Los múltiplos de dos eran perfectos. Mantenían los posibles desastres a raya, o, al menos, las preocupaciones del chico al respecto.
Se trataba de un cálculo muy sencillo. Por ejemplo, aquel día se había levantado a las 12:24 -un número casi perfecto, pues la suma de las horas con los minutos da 36, otro múltiplo de dos. A lo largo del día se había lavado los dientes cuatro veces, había comprobado que todo funcionara del modo que debía hacerlo antes de decidirse a realizar cualquier acción y, lo más importante, se había prometido sacar 8 fotos, como cada día.
Como cada día. Menos el día en cuestión.
El olor a los químicos invadía cada rincón y aún así lo único que entraba por sus sentidos era aquella dichosa fotografía. La novena fotografía.
Novena.
No octava.
Novena.
Mientras realizaba el cuarto paso, verter agua a 40º, y contaba los minutos que pasaban, se entregaba a repasar una y otra vez qué habría hecho mal para que algo tan desastroso hubiera ocurrido, y para calcular la magnitud del daño que habría causado con tal egoísta acción.
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((pausada))
Teen FictionTodos los días nos encontramos en nuestro camino con un gran número de personas. Es muy probable que no volvamos a ver a la mayoría de ellas, de manera que acaban convirtiéndose en una mera parte del borroso paisaje que nos acompaña allá donde vayam...