Capítulo 4: ¡A la carga!

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La vi salir del edificio y estuve a punto de correr a su encuentro, pero choque con el muro implacable que era el cuerpo de mi jefe.
Cigarro en boca, dejó caer otro montón más de papeleo sobre la mesa, y me sente rendido. Pero no. No me podía rendir. Era ahora o nunca. No quería ser de los que se quedaban con el ¿y si..? En el pecho. Tiré los papeles al suelo y baje las escaleras en segundos. Como una bala, salí del edificio en su búsqueda, y casi me atropellan cuatro veces mientras cruzaba la carretera. La busqué histérico por todo el lugar, con la respiración agitada y el corazón que se me salía del pecho por el esfuerzo. Me tiré del pelo, pero de nada sirvió, pues no la encontré.
Enfrente de mi, en un buzón de correos, estaba el avión de papel manchado de carmín. Lo mire con desagrado, lo agarré y lo aleje de mí. Me fui de allí enfurruñado. Lo más seguro es que perdiera al amor de mi vida, y también el trabajo.
Ya lejos de allí el avión se me pegó en la pierna y lo aparté. En ese momento muchos otros aviones se me pegaron al pecho y los aparte también. Y se me pegaron otra vez. No me dejaban avanzar. Cada vez había más. Me empujaban en dirección contraria y me arrastraban por la carretera por lo que casi me atropellan por quinta vez ese día.
Aún no entiendo cómo unos simples folios podían ejercer tanta fuerza. Me pinchaban y me movían de un lado a otro a su antojo. Me agarré a un poste en un intento de que me soltaran, pero esas hojas debían de ser de muy buena calidad, pues consiguieron que me soltara y siguiera el camino indeciso por el que me llevaban. Me hicieron sentarme en un tren y un niño me miraba raro cuando intente volver a librarme de los papeles sin éxito. Me crucé de brazos y la madre del niño lo alejó de mí. No la culpo. Yo también lo haría si un hombre envuelto en aviones de papel se acercara a mi hijo.
El tren paró en la estación en la que la había visto aquella mañana y los aviones endemoniados me obligaron a bajar.

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