Pablo abrió la puerta de la cabaña en pleno bostezo.
—¿Cómo te ha ido? —le preguntó su madre levantándose de la silla en la que había estado zurciendo unos pantalones. El muchacho se encogió de hombros y respondió:
—No muy bien, maese Brunet no estaba muy convencido de quererme en su fragua.
—¿Que no...? —las palabras se le atascaron en la boca— ¡Después de tenerte el día entero trabajando! ¿Qué te ha dicho? ¿Que no eres lo suficientemente fuerte? ¿Que no conoces el oficio? ¡Será canalla! ¡Menudo sinvergüenza!
—Madre... —musitó Pablo, sin ninguna convicción en poder calmarla.
Las llamas de las velas tintaban las paredes de madera con brillos anaranjados.
—Mañana iré a hablar con él — aseveró.
—¿De qué servirá? Tiene razón: no creo que tenga ni la fuerza ni la altura adecuadas para el oficio — suspiró y añadió—: Siento haberte defraudado.
Su madre avanzó hasta él y le señaló con el dedo índice, molesta. —No se te ocurra decir semejantes bobadas, Pablo. Eres uno de los muchachos más altos de la aldea. A lo mejor tendrías que haberle recordado cómo venciste al enclenque de su hijo en la última feria —el joven sonrió más animado—. ¡Y no quiero volver a oírte decir que me has defraudado! Si el cabeza de chorlito del herrero no quiere tenerte en su fragua, él sabrá. Quedan montones de trabajos en el pueblo.
—Pero ninguno pagará tan bien como él... —replicó.
—Pamplinas. Vete a la cama y descansa. Y no pienses más en ello.
—Sí, madre. Buenas noches.
El joven le dio un beso en la mejilla y subió las destartaladas escaleras con la cabeza gacha y el ánimo arrastrándose por los peldaños. Aquel trabajo tenía que haber sido suyo. Su padre ni le habría mirado a los ojos, pensaba mientras se quitaba la pestilente ropa que llevaba y se enfundaba la camisola de dormir. Si se enterase, volvería de la ciudad sólo para hacerle saber lo decepcionado que se sentía. Por suerte para el chico, el hombre tardaría varias semanas en regresar y tal vez para entonces ya hubiera encontrado un trabajo decente. El muchacho se dejó caer sobre el camastro, desilusionado.¿A quién quería engañar? Tenía dieciséis años y todavía no había hecho nada de provecho. Hasta entonces sólo su padre se había encargado de traer dinero a casa.
«Castilla no se ha construido con el sudor de un solo hombre», solía decirle cuando se mencionaba el tema, y llevaba razón. Tenía amigos alistados en el ejército, trabajando en la gran ciudad, ¡incluso conocía el caso de una muchacha de doce años que había entrado a formar parte de la corte del rey! ¿Y él? Ahí seguía: ayudando a su madre con el huerto y el pastoreo. Dieciséis años y no aspiraba más que a ordeñar vacas y a esquilar ovejas.
Pero eso cambiaría, se juró. Al día siguiente, para empezar, iría a hablar con maese Brunet y le pediría el salario que le correspondía por haberle tenido el día entero golpeando el hierro. Si bien era cierto que no lo había hecho con la mayor destreza, ni con toda la fuerza que se requería, las agujetas del día siguiente serían las mismas, y el tiempo perdido en la herrería no lo recuperaría de ningún modo. Las horas junto al fuego, martillando filos y fundiendo empuñaduras, le habían dejado molido. Sentía cada músculo palpitando del cansancio. En el fondo se alegraba de que maese Brunet no hubiese quedado impresionado por su labor, así al menos tenía una excusa para no volver sin que nadie pudiera decir que no lo había intentado...
Elucubrando sobre su futuro, con el viento helador silbando sobre la cabaña, el muchacho se fue quedando dormido. Tuvo un sueño tranquilo, profundo. Parecía que habían transcurrido tan sólo un par de minutos cuando se despertó de golpe. ¿Qué podía haberle desvelado? Se rascó la cabeza, somnoliento. Iba a cerrar los ojos cuando el sonido se repitió. Un golpe seco en la madera. Abajo. En la cocina.
ESTÁS LEYENDO
Ladrones de almas
Teen FictionEl mundo tal y como lo conocemos ya no existe. Una temible Plaga ha dejado en coma a numerosos adolescentes y la empresa Tempus Fugit se alza como la gran salvadora gracias a sus cabinas de teleporte. En esta situación las vidas de cuatro jóvenes se...