Kleid descendió las escaleras a toda prisa hasta la sala de descanso, donde encontró a algunos de sus compañeros que no estaban desempeñando misiones.
—¡Alabados sean los ojos! —exclamó Saya cuando lo vio aparecer desde el sofá en el que estaba repanchingada.
El protovidente hizo caso omiso del comentario y recorrió la sala con la mirada.
—¿Alguien ha visto a Adán? —preguntó. Los seis jóvenes que se entretenían jugando al billar o mirando despreocupados la maravisión lo ignoraron por completo.
«Plack».
Las bolas de colores se desparramaron por la mesa y quien acababa de tirar se incorporó con una sonrisa burlona en el rostro. Se trataba de Exel. Alto, delgado, de nariz aguileña y con un pendiente en la ceja, era el protovidente menos discreto que Kleid conocía. No perdía la oportunidad de pavonearse ante quien fuera en la circunstancia que se terciase sin importarle las consecuencias.
—Vaya, vaya. Fijaos quién acaba de entrar. ¡El hijo pródigo! —se burló Exel, alzando los brazos. El resto de los proto-videntes dejaron lo que estaban haciendo en espera de un enfrentamiento—. ¿Te acaban de quitar el collar y ya estás perdido?
—¿Nadie le ha visto? —repitió Kleid, ignorando la pulla consciente del valioso tiempo que estaba perdiendo.
—Estará en su despacho —respondió Ioru con un hilo de voz y sin apartar la mirada de las noticias de la maravisión. El taciturno joven asiático de pelo oscuro y corto pasaba sus ratos libres pendiente de cuanto sucedía en Nuevo Mundo.
—Gracias —contestó Kleid. Se daba media vuelta para marcharse cuando una mano le agarró del hombro.
—Eh, venga, ¿ya te vas? Quédate un rato —le sugirió Exel, con voz melosa. Kleid se giró como una fiera y de un certero empujón le apartó varios metros.
—Ahora no tengo tiempo —siseó. No era la primera vez que intentaba provocarlo con comentarios vacíos. Desde hacía varios meses Kleid había alcanzado un estatus de reconocimiento por su buena labor que le había colocado muy por delante de los demás. Debido a ello, mientras el resto se veía relegado a puestos de apoyo, Kleid era enviado cada día a una nueva misión, con lo que eso conllevaba: más tiempo acumulado para su futuro. Y aunque en general la envidia innata de los seres humanos era algo que la mayoría de ellos tenía bajo control, algunos compañeros como Exel se dejaban arrastrar por ella sin intentar evitarlo siquiera.
—¿Vas a morderme, perrito? —prosiguió el joven ensanchando la sonrisa una vez recuperado.
—Exel... —le advirtió Saya incorporándose. Llevaba el pelo rubio recogido en una larga trenza y una camiseta negra de tirantes.
—Tú no te metas —con la mano le ordenó que cerrara la boca—. Esto es entre el perrito y yo.
—Tengo prisa —le dijo Kleid, consciente de que no le dejaría marchar con tanta facilidad—. Aplacemos la pataleta para más tarde, si te parece.
—No, no me lo parece. Me debes seis meses de Futuro, ladrón.
El interpelado alzó la ceja.
—¿Estás de coña? Yo no le debo nada a nadie, a ver si te enteras.
—La Esencia de ese niño de Nuevo Berlín me pertenecía. Adán me lo había pedido a mí.
Kleid soltó una carcajada amarga.
—¿Y es culpa mía que fueras tan idiota como para enfurecerle el día de antes y que te relegase de la misión?
Exel se sonrojó levemente y Kleid percibió cómo sus musculosos brazos se tensaban bajo el jersey oscuro. El silencio en la sala era absoluto.
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Ladrones de almas
Teen FictionEl mundo tal y como lo conocemos ya no existe. Una temible Plaga ha dejado en coma a numerosos adolescentes y la empresa Tempus Fugit se alza como la gran salvadora gracias a sus cabinas de teleporte. En esta situación las vidas de cuatro jóvenes se...