Eva se puso de pie tambaleándose. A su lado, el chico-aparecido-de-la-nada la miraba asustado mientras se limpiaba como podía la gravilla de las heridas. Sangraba por los codos y las rodillas, y tenía un rasguño en la cara, presumiblemente provocado por el choque.
—¿E... estás bien? —le preguntó Eva, masajeándose las sienes. También se había hecho daño en el costado.
El chico respondió algo en un idioma extraño y después intentó levantarse, pero las piernas le fallaron y volvió a caer al suelo.
—Espera, espera... —le pidió Eva, tendiéndole la mano. Era un palmo más alto que ella y considerablemente más fuerte. Su piel y sus desarrollados músculos no le pasaron desapercibidos. Con todo, por las facciones de su rostro y su incipiente barba, dedujo que no debía de ser mucho mayor que ella. Llevaba el pelo oscuro revuelto y más bien largo. Hasta entonces, Eva no reparó en su extraña vestimenta, aunque no era ella la más adecuada para decir nada. Parecía sacado de un microfilm de Historia, o de una película de esas que reflejaban los tiempos de la Primera Edad Media.
El chico señaló ansioso en la dirección por la que había desaparecido el tipo de la gabardina, ignorando la mirada de Eva.
—¿Le estabas... persiguiendo? —preguntó—. ¿A él? ¿Al tipo ese? ¿Le per-se-guí-as? —si continuaba señalando con tanta insistencia, terminaría haciéndose daño.
El chico negó con la cabeza, incapaz de entender nada.
—No sé qué me quieres decir... ¿De dónde eres?
Por respuesta, el chico empezó a hablar a toda velocidad en su extraña lengua, haciendo señas con las manos. Su voz era grave y suave, pero cuando se puso a gritar desesperado, Eva se acuclilló a su lado y le tapó la boca.
—¿Quieres que venga la policía? ¡Deja de armar tanto escándalo!, ¿vale? Estoy tan flipada como tú, así que, por favor, dime dónde vi-ves. ¿Dónde vives? —dibujó una casita en el aire para hacerse entender—. ¿Tu casa? ¿Dónde te llevo?
No sirvió de nada, el chico ladeó la cabeza con una expresión de absoluto desconcierto.
—Pues sí que la hemos hecho buena...
Pensaba dejarle allí, decirle que lo sentía mucho y que en breve llegaría una ambulancia, pero se contuvo por tres motivos: primero, porque el chico le daba verdadera lástima; segundo, porque no le entenderían; y tercero, porque quería saber quién era y de dónde había salido.
—Vamos, te llevaré a mi piso —dijo sin pensárselo dos veces—. Allí al menos podrás curarte esas heridas y descansar un poco.
El chico, por supuesto, no comprendió nada. Se agarró a Eva y ésta, con la otra mano, asió la destrozada bicicleta. Así fueron andando hasta el edificio, a un par de manzanas de allí.
—No sé cómo vamos a apañarnos en tan poco espacio —comentaba la chica subiendo la escalera principal—. Pero bueno, viendo la pinta que tienes, seguro que te conformas con un sillón y una manta, ¿a que sí?
El chico ni siquiera estaba escuchándola. Iba mirando ensimismado cuanto había a su alrededor. Parecía más tranquilo, pensó Eva.
Al llegar a la puerta del ascensor, le dejó entrar a él primero, después pasó ella y, por último, metió la bicicleta.
—Vale, allá vamos —apretó el botón de su planta y las puertas se cerraron. El chico dio un respingo a su espalda—. Tranquilo...
Cuando la cabina comenzó a moverse, el chico pegó un grito y se aferró al brazo de Eva soltando una retahíla de palabras que más parecían una plegaria.
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Ladrones de almas
Fiksi RemajaEl mundo tal y como lo conocemos ya no existe. Una temible Plaga ha dejado en coma a numerosos adolescentes y la empresa Tempus Fugit se alza como la gran salvadora gracias a sus cabinas de teleporte. En esta situación las vidas de cuatro jóvenes se...