capitulo 3: tienes visitas, Agui

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Capitulo 3: tienes visitas, Agui

Después de corroborar por tercera vez el reloj de la cocina, de manera un tanto hipócrita, y con la culpabilidad abrazada a mi cuerpo, salí al jardín en busca de unas flores para poner en la mesa para cuando mis padres llegaran, gracias a Dios y a mi abuelo, había una gran variedad de estas y algunas florecían durante todo el año, dejando la casa siempre perfumada y armoniosa. 

Incluso con el impermeable amarillo protegiéndome de la lluvia, sentía como algunas gotas se colaban y mojaban mi cuello y mis brazos, pero aquel fuego interno que me había acompañado horas atrás estaba conmigo nuevamente, protegiéndome del frio y del agua. Aunque después de caerme, a causa de una vieja raíz sobresaliente, el asunto de sentir fuego se transformo en algo desagradable y demencial, pues al quitar las manos del suelo, mis palmas quedaron marcadas, como si yo hubiera quemado el césped con ellas. No pude reprimir un grito de terror, era algo fuera de lo común, y de lo que se puede considerar cuerdo, ni siquiera tenia algún fosforo conmigo o algo caliente, era solo yo. 

Intente no darle mas vueltas y entre a la casa con solo tres ramitas flacuchas de olivo, las deje sobre la mesa de la cocina y subí a cambiarme de ropa nuevamente. Para cuando baje mi madre ya había llegado y admiraba con ternura el gesto de la mesa, pero otro suceso extraño sucedió después, puesto que paso al lado mío junto a las escaleras y fue como si no me hubiese visto, yo le estaba sonriendo con humildad y con la palabras "disculpa por lo de anoche" estampada en la frente, pero ella no pareció notar mi presencia. 

Antes de desanimarme por completo, me dije que quizá aun seguía molesta por lo sucedido, por lo que decidí seguirla peldaños arriba, no quería decirle nada para que surgiera de ella el querer conversar, pero seguía actuando como si estuviese sola en la casa. 

Me senté en el ultimo peldaño dispuesta a esperar por unos minutos mas, pero mientras hacia eso, mi madre se dirigió a mi habitación y toco delicadamente la puerta. 

- Agui, cariño - dijo con suavidad mientras en su mano tenia una hermosa rosa morada, de esas que solo había visto una vez en Holanda y que pensé no volver a ver. Los ojos se me llenaron de lágrimas de emoción. 

- Aquí estoy mami - dije en un hilo de voz acercándome a ella 

- ¿puedo entrar? - pregunto con una hermosa sonrisa aflorando en sus labios.  

Mi corazón empezó a latir más deprisa. 

- Estoy detrás de ti - dije conteniendo la respiración. Ella se volvió y miro a través de mí, sin verme. 

- Voy a entrar - dijo molestándose un poco. 

Abrió la puerta e ingreso a mi habitación, pero, obviamente, no encontró a nadie; después salió, y volvió a mirar en mi dirección, pero, otra vez, no me vio. Las lágrimas que ahora salían de mis ojos no eran de alegría, sino de miedo y desesperación, miles de ideas se acumularon en mi cabeza, la más latente era la posibilidad de estar muerta, y ser un fantasma, pero no pude haber muerto por esa estúpida caída en el jardín, era muy tonto. 

Entre a mi habitación, y me mire al espejo, pero en él no había un reflejo, solo la pared del otro lado. Me mire mis manos, y yo sí las veía, y también me sentía, me dije comprobando que mi cuerpo seguía siendo consistente. Me asome al balcón y observé el lugar en donde me había caído, y no había un cuerpo tirado, solo la raíz y las huellas que habían dejado mis manos. 

Empecé a correr de un lado a otro como una loca frente al espejo, aun no aparecía el tan preciado y necesario reflejo, por lo que, para desterrar la loca y estúpida idea de que era un fantasma, decidí lanzarme corriendo hacia una pared, si la atravesaba, estaba muerta y mi cuerpo debía estar tirado en algún lugar dentro del jardín; y si no lograba atravesar, algo muy malo estaba sucediendo. 

La misión del fuego I: La llave y la dagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora