En casa otra vez

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La Navidad ese año se celebraría en Hogwarts. Por primera vez después de la guerra, las puertas del castillo se abrirían para todos sus ex alumnos.

Habían pasado diez años desde el final de aquella oscura experiencia. Las consecuencias habían sido dolorosas. No hubo vencedores ni vencidos, solo víctimas. En ambos bandos pero el tiempo de paz había llegado. Los seguidores del maligno mago, que tras su muerte descubrieron lo engañados que habían estado, podían seguir viviendo ahora en un mundo democrático, donde todos tenían voz y voto. Donde nadie, con ansias de eterno poder, podía marcar su destino y llevarlos hacia la perdición.

Diez años donde Hermione había vivido lejos de su Londres natal. Había preferido curar sus heridas, físicas y emocionales, refugiada con sus padres, en Australia pero sin alejarse de su verdadero mundo, el mágico.

No había querido regresar, sus amigos la habían rogado, Ginny le pidió que estuviera presente cuando Harry y Ron se convertían en Aurores con las mejores distinciones y aún así ella, no había retornado. Ni cuando sus amigos se casaron estuvo presente. Pero en esa ocasión ellos entendieron y no le habían insistido. Un corazón destrozado era una herida muy difícil de sanar. Y ella aún no había estado lista para regresar.

Entonces a fines de Octubre, en la noche de Hallowen recibió un gran sobre con el escudo del colegio que había albergado su niñez, su tierna adolescencia, la repentina madurez, sus años de lucha y el amor lleno de falsas promesas. La Directora de la mejor escuela de Magia y Hechicería la invitaba formalmente al baile de Navidad que se celebraría la noche del veinticuatro de Diciembre, lo que daba inicio también a la reapertura del castillo para el próximo año escolar. El otro sobre que llegó junto a éste estaba firmado de puño y letra por Minerva, la amiga, no la directora.

Ahora, casi dos meses después, parada frente a los renovados portones de entrada a los terrenos del colegio, pensaba si no había cometido el peor error.

Un carro tirado por un thestral se había detenido allí, esperando su ascenso. Sin pensarlo mucho, pues si lo hacía regresaría a su hotel, Hermione subió y dejó que su destino siguiera curso.

La imagen del Castillo otra vez de pie tan imponente como en sus recuerdos la habían emocionado, sus lágrimas caían lentamente, sus memorias regresaban a ella y hasta una sonrisa dominó su triste rostro.

Allí, esperándola en el gran pórtico, casi como sus guardianes estaban sus amigos-hermanos-compañeros de lucha, Harry y Ron. Ansiosos la ayudaron y antes que pudiera pisar el suelo la alzaron en un feroz abrazo. Lágrimas y disculpas, ofrecía ella. Lágrimas y amor, le entregaban ellos, los guardianes de su secreto.

Sin demorarse un instante más la acompañaron hacia el interior del colegio, allí en la nueva sala común de Gryffindor la esperaban Ginny, su mejor amiga y Lavender, la valiente esposa de Ron, la mujer que había desafiado al oscuro hombre lobo y que lo había vencido. Ahora compartía junto a su cuñado Bill algo más que una dura experiencia, cicatrices. Más lágrimas aparecieron, pero aún tenían tiempo para hablar, pues el baile se realizaría esa noche y ellos habían sido autorizados a llegar al castillo en la mañana.

El desayuno pasó entre risas, recuerdos, anécdotas, experiencias, relatos de la vida. Decidieron no separarse de ella en todo el día pero al único lugar donde no la acompañaron fue a la Biblioteca, su santuario, su refugio. Allí la esperaba Minerva, ahora su amiga, la fuerte mujer que la inspiró toda su vida. Caminaron del brazo, hablando de los deseos de que el año escolar se iniciara.

-Hermione me gustaría saber si ya analizaste mi propuesta.

-Si Minerva, mucho, la evalué minuciosamente, hasta hice una lista de los pro y contra- respondió ella tranquila- los pro vencieron por mayoría abrumadora me atrevo a confesar.

Demasiado heridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora