INTRODUCCIÓN
Ella era simplemente una joven solitaria de veintidós años, con un trabajo común y corriente como el de los demás, viviendo bajo un techo que daba la sensación de derrumbarse sobre ella cada vez que entraba a la casa. Sofía Alcázar lo había perdido todo, a sus padres, sus amigos, su familia, su hogar... no tenía nada, absolutamente nada.
1952, las calles desoladas de St. Lucia von Rosen[1] a las doce con tres minutos de la madrugada se veían totalmente tenebrosas, Sofía caminó más rápido, los zapatos de stiletto resonando contra el pavimento era el único sonido audible, además del viento golpeteando los árboles y el sonido de uno que otro animal.
El silbido de un hombre empezó a sonar, haciendo que el vello de Sofía se erizara al tan sólo sentirlo en sus tímpanos, botó el aire que no sabía tenía retenido en la garganta, aumentó el paso, el viento golpeando su rostro le hacía tomar aire debido a que sus pulmones parecían haberse detenido.
Los pasos del caballero se hicieron al igual que los de Sofía más rápidos, resonando aún más sobre el pavimento, añadiendo un poco más de ruido a la noche. Sofía aún con su paso apresurado, los nervios a flor de piel, los vellos del cuerpo erizados y la poca estabilidad que le quedaba, logró respirar adecuadamente y relajarse un poco.
—¿Se encuentra usted bien, bella dama? —la voz ronca del caballero no hizo más que lograr desestabilizar nuevamente a Sofía, ella ignoró la pregunta y siguió caminando, faltaba poco para llegar a su casa—. ¿Sabía usted, que caminar a estas horas de la noche podría ser peligroso? —nuevamente Sofía lo ignoró—, permítame acompañarla hasta su humilde morada, bella dama, estaría mal de mi parte no hacerlo, sabiendo los peligros a los que se enfrenta usted sola por esta solitaria calle.
Los pasos de Sofía se hicieron lentos poco a poco, la voz ronca y gruesa del hombre la inquietaba, pero inexplicablemente también lograba tranquilizarla un poco, el hombre sonrió a medias a pesar de que ella no podía verle, con ambas manos en sus bolsillos se acercó a ella y detuvo su paso al ver que ella también lo hacía. Ella levantó su rostro, mirando al hombre a la cara, asombrándose por la belleza que el rostro del hombre poseía.
—¿Quién es usted? —preguntó ella mirándolo a los ojos, saliendo de la ensoñación de tan perfecto rostro—, ¿por qué quiere acompañarme hasta mi hogar, señor? Sé que estas calles son sumamente peligrosas, pero perfectamente puedo cuidarme por mí misma.
—Todas las noches la veo recorrer el mismo rumbo, bella dama, hoy he tenido el atrevimiento de acercarme a usted —él la miró a sus ojos azules como la oscura noche que los acompañaba, ella sonrió levemente al oírlo—. Permítame usted presentarme —el hombre extendió la mano hacia ella—, mi nombre es Edward Montecristo. —ella estrechó su mano, él la llevó con delicadeza hasta su boca y dejó un beso sobre el dorso de esta, haciendo que Sofía se ruborizara.
—Es un placer conocerlo en tan extraña situación, señor Montecristo —retiró su mano con sutileza, haciendo que él sonriera con suficiencia—. Mi nombre es... Sofía Alcázar, señor. —ambos sonrieron levemente, Sofía retomó su trayectoria hasta su casa, siendo seguida por Edward, quien permanecía con su sonrisa de galán.
El vestido de Sofía era movido por el viento, atrayendo la atención de varios hombres que se hallaban al lado izquierdo de la calle, Edward trató de mantenerse al lado de Sofía, para que ellos no pensaran que se encontraba sola a tal hora de la noche, se tomó el atrevimiento de tomarle su mano y entrelazarlas, ella lo miró sin comprender, con su ceño fruncido y un leve destello de enojo en la pupila de sus ojos, a lo que él respondió con un leve movimiento de ojos guiando la mirada de ella hasta los hombres para que entendiese la situación, así lo hizo.
El camino se mantenía en silencio por parte de ambos, ya no sólo era el sonido del retumbo de los zapatos de stiletto de Sofía, ni del viento golpeando los árboles, ni los animales, ahora esos sonidos eran acompañados del silbido de Edward, del resonar de sus zapatos y ahora el tarareo de Sofía.
Al doblar en una esquina, Sofía separó la mano de la de Edward, éste sintió su mano fría por el abandono de la de ella y la guardó en su bolsillo para calentarla, la noche estaba bastante fría, muchas nubes en el cielo, pocas estrellas en éste y la luna llena dando un hermoso paisaje. Sofía ralentizó su paso, deteniéndose poco a poco en la puerta de una muy humilde casa.
—Aquí es —dijo rompiendo el silencio, él sonrió levemente, él sabía perfectamente donde vivía Sofía desde hace mucho tiempo—, que tenga una linda noche, señor Montecristo.
—Gracias por permitirme acompañarla, bella dama, espero que mi compañía haya sido amena para usted —ella sonrió a modo de respuesta y abrió la puerta de la casa para adentrarse en esta—. Espere, por favor —la voz de Edward la hizo volver a salir, este se veía un poco colorado—, ¿volveré a verla, señorita Alcázar?
Y tan sólo esa pregunta bastó, para saber que no sólo sería esa noche la cual estuviese acompañada por ese hombre tan maravillosamente hermoso, habría más, mucho más.
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[1] St. Lucia von Rosen: Pequeño pueblo a las afueras de España creado por la escritora de la obra.
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Alma Enamorada [P A U S A D A]
RomanceDespués de un trágico accidente, Sofía decide irse de España. 1952, los tiempos eran difíciles para todos, su llegada a St. Lucia von Rosen sin duda alguna lo fue. Un homicidio sin resolver y dos cartas que decidirían su futuro, bien podrían resolve...