Capítulo 5.

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CAPÍTULO V.

SOFÍA ALCÁZAR.
Octubre, 13. España, Barcelona.

     Alrededor de seis horas habían transcurrido desde que embarqué el tren, el mismo mencionado ya había terminado el recorrido y justo en estos momentos se hallaba frenando en la estación de trenes de Barcelona, España. Mis nervios se incrementaron sin poder evitarlo, las puertas del tren se abrieron y todos comenzaron a salir.

     Inhalé y exhalé un par de veces antes de tomar mi equipaje y bajar del tres con ello en mano, un suspiro salió de mi boca mientras que mis ojos amenazaban con empañarse de lágrimas y un nudo se empezaba a formar en mi garganta.

     —Todo saldrá bien, Sofía —me susurro a mí misma dándome ánimos y aunque quería salir corriendo hacia el tren, no lo hice. Se lo debo a Rosario, no puedo echarme para atrás—. Tú puedes.

     Camino saliendo de la estación de trenes y me acerco hasta uno de los taxistas que se hallaban fuera de la misma ofreciendo sus servicios a los recién llegados.

     —Buen día —habla uno de ellos sonriente, un señor bajo y regordete sonríe hacia mí—, ¿quiere un taxi, señorita? —me pregunta y asiento.

     —Sí, así es, ¿acepta lunas? —pregunto, el mismo asiente sonriente y toma mis valijas para guardarlas en un el maletero del auto, después de ello abrirme la puerta del pasajero para hacerme entrar. Lo veo rodear el auto y subirse.

     —¿A dónde se dirige? —pregunta sin perder aquella sonrisa, pienso un poco recordando la dirección de mis padres, después de pensar un poco le indico a donde dirigirnos y acelera el auto—, ¿está aquí de visita, señorita? —pregunta mirándome por el rabillo del ojo sin desconcentrarse de la carretera.

     —Sí, señor, me quedaré unos días en la ciudad —respondo un poco borde, el nudo en mi garganta no se había disipado con totalidad y todavía mi voz se hacía forzosa para hablar. Él asiente comprendiendo que no quiero hablar y lo agradezco.

     El camino hasta la casa de mis padres se hace más corto de lo pensado, por lo que en casi un abrir de ojos ya nos hallamos frente a la misma. Bajo del auto y el chofer baja del auto y saca mis valijas dejándolas a mis pies después de haber cerrado el maletero. Del bolsillo en mi vestido saco treinta lunas, que equivalían a cinco euros y se lo entrego al señor, este complacido sonríe y se retira, no sin antes desearme una feliz tarde.

     Tomo el bolso de mano y la valija mientras camino hasta la gran puerta de entrada, con mi mano libre toco la puerta, haciendo que mis nudillos raspeen un poco con la madera desgastada de la misma. La puerta se abre y puedo visualizar a un señor de no más de cuarenta años con una vestimenta elegante, es él quien abre.

     —Casa de la familia Alcázar, ¿qué desea, señorita? —lo miro y frunzo mi ceño.

     —Vengo a hablar con mis padres, soy Sofía Alcázar —la mirada del hombre se suaviza, pero no me da buena espina que lo haya hecho, su mirada es oscura y siento que oculta algo, no puedo explicar qué. Su silencio me confunde y carraspeo, pero aun así no habla—, ¿y bien? ¿Dónde están mis padres? —pregunto con insistencia.

     —Los señores se encuentran en la clínica, señorita. —su respuesta me deja helada, ¿empeoró la salud de mi padre?

     —¿Cómo que en la clínica? El día de ayer me llegó una carta avisándome de su enfermedad, ¿cómo es posible que tan rápido se haya puesto mal?

     —Al señor lo internaron ayer después de una recaída con el alcohol, eso lo hizo poner en mal estado nuevamente y fue ingresado a la clínica debido a ello. —responde como robot dejándome fría, ¿qué hago, ir y enfrentarlo o esperar que vuelva? No puedo quedarme mucho tiempo.

     Entro a la casa escuchando la voz del señor diciéndome que no puedo entrar sin autorización, pero con un demonio, eso no es importante, esta también es mi casa. Me dirijo a la que era mi alcoba junto con Rosario y al abrir la puerta veo que todo está como lo dejé al irme.

     Camino despacio por la estancia soltando las valijas a mi paso, miro todo con melancolía y una traviesa lágrima escapa. La limpio rápidamente y salgo de allí chocando contra el pecho del señor, frunzo el ceño al verlo impidiéndome el paso.

     —Déjeme salir —hablo lo más calmada posible, aunque por dentro no lo esté—.

     —Usted no debe estar aquí, no tiene el permiso para estarlo.

     —¡Es mi puñetera casa y puedo estar aquí si me da la regalada gana! —grito enfureciéndome y le empujo descortésmente mientras salgo rumbo al garaje de la casa siendo seguida por ese hombre. Tomo las llaves que están donde siempre y me subo al auto encendiéndolo.

     Conduzco fuera de la propiedad hasta el hospital central de Barcelona sintiendo el miedo invadirme. El sonido de la bocina de otro auto me alerta haciéndome gritar de miedo, presto más atención a la calle y reduzco un poco la velocidad.

     Freno en un semáforo y respiro tratando de calmarme, pero, ¿cómo calmarme? Vería a mis padres después de meses, estaba aterrada, no podía ocultarlo o engañarme a mí misma conque no lo estaba, porque diablos, ¡sí que lo estaba!

     Arranco cuando el semáforo cambia a verde y cruzo a la derecha llegando al hospital central. Entro al estacionamiento del mismo y aparco el auto mientras lo apago. Bajo del auto y camino con apuro hasta la entrada de la clínica, varias miradas se posan en mí, pero, le resto importancia.

     Llego a recepción un joven sonriente me ve, haciéndome sentir un poco incomoda por la mirada que me da.

     —Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?

     —Buenas tardes, quería saber en qué habitación se encuentra Gustavo Alcázar. —hablo amablemente mientras él asiente revisando algunos listados en su escritorio.

     —Sí, el señor se encuentra en la habitación número treinta y dos. Por los momentos no puede verlo, no es hora de visitas, señorita.

     —Lo entiendo, joven, pero es mi padre y acabo de llegar de viaje. Es muy importante para mí verlo hoy. —trato de que me dé acceso.

     —Siendo usted su hija sí puede pasar a verlo, permítame su nombre y documento de identidad. —pide y busco en el bolsillo de mi vestido sacando mi DNI y entregándoselo.

     —Sofía Alcázar —respondo un poco titubeante, este asiente mientras me devuelve mi documento de identidad y me indica cómo llegar a la habitación. Camino temerosa por los pasillos de la clínica, tratando de que los pasillos se hagan más largos.

     Al llegar a la puerta suspiro varias veces y toco, una voz del otro lado que reconozco inmediatamente como la de mi madre me da la orden de entrar y así lo hago. Ambos se quedan mudos al verme, sus bocas hacen amague de emitir algún sonido pero nada sale, sus ojos se abren con sorpresa al verme.

     —¿Sofía?

     —¿Sofía?

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Alma Enamorada [P A U S A D A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora