CUARTA PARTE

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CUARTA PARTE

-Ya me dirás cómo lo ha hecho, el hijo de la gran puta –dijo Marvin mientras bajaba del coche. Ninguno de ellos encontraba una explicación lógica a cómo un tipo que habían encerrado en una casa abandonada con una mano delante y otra detrás era capaz de sacar de la chistera cerca de un millón de euros en billetes exactamente iguales y perfectamente legales, aunque todos con el mismo número de serie.

-Pues lo vamos a averiguar enseguida- dijo el negro sin nombre –Sólo espero que no se haya muerto mientras llegábamos.

-No seas aguafiestas –dijo Michael, el otro matón.

Marvin subió los tres escalones del desvencijado porche de madera, que crujieron bajo su peso tanto o más como lo hacían los de la escalera interior. Buscó la llave en el bolsillo, y mientras daba con ella echó un vistazo alrededor. El frío viento del otoño luchaba por arrancar las pocas hojas que aún aguantaban en las ramas desnudas. No había un alma en kilómetros a la redonda. Así había sido desde que él tenía uso de razón: aquel terreno, junto con aquella ruina disfrazada de casa había pertenecido a su familia por generaciones. Intentó sacarle unos euros, claro que sí, pero nadie la quería ni regalada. Estúpidos pueblerinos supersticiosos e historias de fantasmas son mala combinación.

-Cariño, ya estoy en casa –dijo, abriendo la puerta de golpe. La claridad del exterior dibujó un rectángulo de luz al fondo del recibidor, bañando la figura descamisada de Kevin, que levantó la mano herida para tratar de protegerse los ojos mientras que sus labios se movían sin articular palabra.

-Chicos, vamos a ayudar a Kevin a que nos cuente su secreto –dijo, apartándose a un lado para dejar pasar a sus dos matones. El negro sacó un puño americano del bolsillo de la chaqueta y se lo ajustó a los nudillos. Michael chasqueó los huesos aplastándose el puño con los dedos.

El negro sin nombre levantó el puño. Parecía capaz de descoyuntar a la figura esquelética que antes era Kevin sólo con rozarlo.

-¿Hablas, o me das una alegría? –dijo. Kevin lo miró con ojos de conejo asustado. El negro buscó la aprobación de Marvin con la mirada y éste asintió levemente con la cabeza. Como respuesta, el matón dejó caer pesadamente su puño contra la cara de Kevin. Con la rapidez de un parpadeo, Kevin se incorporó y se apartó de la trayectoria del puño. La potencia del impulso hizo que el negro cayese pesadamente contra el suelo.

-¡Maldito hijo de perra! –gritó, levantándose de un salto.

-¡Eres un torpe, Kurt! –rio escandalosamente Michael, el otro matón- ¿Necesitas ayuda contra el canijo, pequeñín?

El negro, que finalmente resultó llamarse Kurt, lanzó una mirada a su compinche que podría haber derretido perfectamente un panel de acero.

-¡Tú! ¡Ven aquí! –le gritó a Kevin lanzándole la mano al cuello. De nuevo, con una facilidad pasmosa, Kevin lo esquivó. 

Y pasó al ataque. 

De un bocado, arrancó un trozo de carne de la mano del gigante. Un espeso chorro de sangre caliente brotó del agujero en el que tendones y venas asomaban como cables eléctricos en un circuito eléctrico estropeado.

Un grito de rabia brotó de la garganta de Kurt. Cuando se dio cuenta de la gravedad del estropicio que Kevin le había provocado en la mano, el grito se convirtió en un gorgojeo aterrorizado. Miró a la figura esquelética con una interrogación dibujada en los ojos. Aquello no estaba siguiendo el guion acostumbrado. Eran los otros los que sangraban siempre. Los otros, no él. Iba a iniciar una protesta pero Kevin se lanzó hacia su poderoso cuello y repitió lo que había hecho en la mano. Los músculos se desgarraron y la tráquea crujió y se astilló como una rama de canela. Cuando las rodillas de Kurt se doblaron, él ya estaba a años luz de distancia.

-¿Qué... qué coño es esto? –sollozó Michael con voz de soprano mientras trasteaba el bolsillo interior de la chaqueta en busca de su pistola. Kevin lo miraba, respirando pesadamente, con trozos de piel resbalando por la comisura de sus labios entre regueros de sangre.

A Michael siempre le sudaban las manos en situaciones que le provocasen tensión. Era un fastidio, pero nunca pensó que aquello pudiera costarle la vida. Sus dedos resbalaron contra la culata del revolver sin poder cogerlo mientras Kevin saltaba hacia él con la mano sana por delante. Le penetró en el abdomen como si estuviera hecho de gelatina, y trasteó entre sus tripas como si quisiera cambiarlo todo de sitio. El dolor fue tan intenso que Michael se desmayó mucha antes de morir desangrado.

-¡K... Kevin! ¡No des ni un puto paso más! –gritó Marvin desde la puerta. Empuñaba su pistola, pero por como estaba temblando no parecía capaz de acertar ni a un elefante a dos metros de distancia. Kevin dio dos pasos rápidos hacia él como los de un guepardo y saltó.

Marvin disparó una primera vez y la bala le voló parte del hombro izquierdo a Kevin, pero no lo detuvo. Los dientes de Kevin se clavaron con una fuerza animal en la garganta del que había sido su carcelero, que vomitó un chorro de sangre mientras disparaba de nuevo una, dos, tres veces. El último disparo borró del mapa la más de la mitad del corazón de Kevin. Ambos murieron a la vez, como en un macabro ejercicio de natación sincronizada fuera del agua.


Se arrastran en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora