TERCERA PARTE

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TERCERA PARTE

-Estaba en el jardín cariño. Por eso he tardado en cogerlo -dijo Kevin eufórico.

-Vaya. Me alegra ver que aún tienes ganas de bromear -le respondió Marvin al otro lado de la línea- ¿Qué tal la noche? ¿Has recuperado la memoria en lo referente a mi dinero?

-Sí. De hecho puedes venir a recogerlo en un par de horas -hizo el cálculo a ojo. Iría duplicando los billetes. Primero dos, luego cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos... Con esa progresión tendría una fortuna en cuestión de minutos.

-¿Te estás riendo de mí, pedazo de mierda?

-No... ¡No! -de repente, dejó de sentirse tan seguro de sí mismo. Si Marvin no venía a recogerlo... si tenía que volver a pasar la noche de nuevo allí sólo con las cosas que se arrastran... -¡De verdad que lo tengo, Marvin! ¡Aquí mismo!

-¿Y dónde lo llevabas escondido cuando te dejamos en la casa? ¿En el culo? Demasiado hasta para un mariconazo como tú...

-¡Espera, por favor! ¡No cuelgues! ¡Te prometo que está aquí! ¡Te lo prometo! -sollozó.

Durante un momento, hubo silencio al otro lado de la línea, y Kevin pensó que había colgado.

-Está bien. Quiero saber de qué va esto. Pero te aviso que me estoy impacientando, y de que a lo mejor no quiero seguir esperando a ver como te derrumbas. Espero que cuando llegue me digas exactamente dónde está mi dinero.

Y colgó.

Kevin se quedó un instante arrodillado junto al teléfono. Pensó que era mejor no dejarlo allí, así que se lo guardó en el bolsillo del pantalón. Cuando recuperó la calma, subió las escaleras atentó a cualquier crujido fuera de lugar, y comenzó a sacar copias de los billetes.

No había pasado aún ni una hora cuando Kevin oyó el ruido del motor del coche. Se colocó delante de la puerta, y desde la oscuridad vio como la banda dorada de luz que se colaba por la base de la puerta se rompió con tres pares de sombras: las de los pies de Kevin y sus dos secuaces: el tal Michael que había participado en la broma de mal gusto del teléfono, y el negro gigantesco de cuyo nombre no se acordaba, y que no se separaba de él ni a sol ni a sombra. Oyó la llave introducirse en la cerradura y girar un par de veces antes de que la puerta se abriese con un estridente chirrido. La luz del sol marcó los contornos de los tres hombres y le hirió los ojos haciéndolos lagrimear.

-Ah, Kevin, Kevin -dijo Marvin -Fíjate... estás hecho una pena. Y además me has roto la puerta... ¿Qué te ha pasado en la mano?

Si Kevin hubiera podido mirarse en un espejo, con toda seguridad no se habría reconocido. Tenía los pómulos hundidos, y la barba oscura le daba el aspecto de un vagabundo. Las costillas se marcaban en sus costados haciendo cada hueso perfectamente visible, como si su piel fuese transparente, y sus labios estaban cubiertos de costras.

Pero lo peor, con diferencia, era su mirada. Su mirada tenía un brillo de locura, era la de un drogadicto que tenía su chute a la vista, un chute en forma de luz del sol. La libertad. Y estaba allí, detrás de los tres hombres. A sólo unos pasos.

-Han sido las cosas... las cosas que se arrastran -dijo, y levantó la mano vendada a la altura de sus ojos. Por vez primera la podía contemplar a la luz, y tenía un aspecto horrible. El faldón de la camisa que había servido de venda estaba cubierto de sangre seca, ennegrecida. Y el bulto se veía raro. ¿Se habría comido la cosa alguno de sus dedos? Sintió una arcada, y decidió pensar en otra cosa.-Tengo tu dinero- dijo mientras caminaba con paso vacilante hacia el interior de la casa. Se agachó, y cogió algo. Marvin pudo ver las horribles heridas cubiertas de costras de sangre que tenía en la espalda.

Se arrastran en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora