CAPUTULO 1

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Rebecca
Después

HOY TRATARON DE OBLIGARME a ir al funeral de mi hermana. Al final tuve que ceder. El vestido negro que Hephzibah usó el año pasado cuando abuelita colgaba pesadamente de mis huesos; lo llevaba como armadura. Ella siempre fue más grande. Nació primero, era más fuerte, más bonita, la gemela popular.
Caminé bajo su sombra durante dieciséis años y me gustaba la frescura de su oscuridad; era un lugar seguro para esconderme. Ahora, me estremecía bajo el inhóspito aire de enero.
Era el primer día del año nuevo y mi hermana llevaba una semana entera de muerta.
Mi abuelita fue muy buena y nosotras anhelábamos quedarnos con ella como otros niños anhelaban la Navidad.
Era nuestra oportunidad para comer chocolate y ver televisión. Nuestra oportunidad para leer hasta bien pasada la hora de dormir. En casa de mi abuelits se nos permitía carcajearnos y jugar a ponernos vestidos, hasta nos dejaba usar su maquillaje. A Hephzi le encantaba el maquillaje, mientras mas brillante mejor. Mi abuelita se aseguró de que mi hermana tuviera un brasier cuando cumplió doce y se le empezó a notar. A veces nos llevaba al cine y veíamos películas impropias: princesas de Disney, caricaturas, Harry Potter. Era la madre de madre y nos amaba. Solía besarme y decirme que era encantadora. Su amorsito. Nadie más me dijo eso nunca. Conforme crecimos, la visitábamos cada vez menos. No había necesidad, decían los padres, podíamos ser útiles en las actividades de su iglesia en lugar de holgazanear en casa de abuelita. Los años se hicieron aburridos con su ausencia. Yo sabia que abuelita nos extrañaba. Cuando llamaba por teléfono y una de las dos lograba contestar, su voz sonaba débil y lejana, como un avión de papel que desaparece de vista dando vueltas. Y después se murió.
Registré el día de hoy como otro día negro y ahí está, una historia escrita con fuerza en mi corazón. Son muchos los cuentos que mantengo vivos en él; si alguna vez me abrieran, leerían la verdad. Mirarían adentro, despejarían la piel y la carne, escavarían bajo los huesos, y encontrarían una biblioteca de dolor. Quizá me pedirían que les explicara. Después de todo, yo soy la encargada de este pasado.
Pero algunas cosas son demasiado terribles para decirlas y sus palabras están enterradas profundamente. Son palabras que ni siquiera le murmuré a mi hermana, son palabras que no me atrevería a decir en voz alta. Desearía que no lloraran en las paredes de mi cuarto y que no me persiguieran en mis sueños.
Hay una cicatriz en mi corazón del día en que mi abuelita se murió y otra de la primera vez que Hepzi no quiso regresar a casa conmigo, después de la escuela. Cuando llegué a la vicaria sola, tuve que mentir para explicar su ausencia; dije que estaba en clases extra de matemáticas.
Fue hace cuatro meses, cuando empezamos a ir al colegio, en septiembre. En el colegio, todos se dieron cuenta de lo bonita, dulce y graciosa que era mi hermana y enseguida la invitaron a fiestas, y hablaba con muchachos. Como era su hermana, no me molestaban demasiado, pero creo que los demás se burlaban de mi a mis espaldas. Quizá Hephzibah también. Nadie me miraba a los ojos. Hasta a los profesores les costaba trabajo.
Pero ahora esta muerta. Y hoy fue su funeral. El ataúd era blanco. Madre lloró. Padre presidió la ceremonia. Cuando la buena gente del pueblo, creyente en Dios, le preguntó como podía soportarlo, él dijo que tenia que hacerlo, que era su deber para con su hija. Y yo me paré al frente con el vestido negro de Hephzi y me pregunté si ella podría soportar lo que estaba pasando, desde dentro de la caja de madera y si ella también estaba sola y tenía frío.
Ahora sabría, por primera vez, lo que se sentía que te apartaran de verdad con sus amigos de la escuela apiñados en el fondo de la iglesia, llorando. Él no podía prohibirles asistir, por su mirada gélida había dejado claro que no eran bienvenidos. Yo miré al piso y aborrecí a todos. Hipócritas. Ellos no nos ayudaban cuando ella estaba viva, ¿por qué estaban aquí ahora, cuando ya era demasiado tarde?
Cuando el servicio terminó, nadie me habló, me dejaron sola, esperando que terminaran de darles el pésame a los padres.
Estar sola se sentía mal; todos podían verme ahora que Hephzi no estaba. Usualmente, hay un par de ojos en alguna parte, que me miran disimuladamente con fascinación y pavor. Siento esas miradas como hormigas que caminan bajo mi piel. En un momento, mi tía Melissa, hermana de madre, se acercó y me preguntó como estaba. Vino desde Escocia y al principio apenas la reconocí, pero se atrevió a poner un brazo sobre mis hombros y trato de abrazarme.
Como yo no respondí a sus preocupados susurros y me encogí para que no me tocara, retrocedió. No hable con mi tía por que sabía que él tensa los ojos puestos en mi y estaba ocupada contándole a Hephzi lo que todos estaban haciendo y escuchaba con atención, por si ella me respondía.
Una semana sin ella había sido demasiado tiempo.
Pero ahora estaba oscuro y el día casi se acababa. Se suponía que yo todavía tenía que dormir en ese cuarto, con la otra cama vacía a sólo unos metros de distancia. La cama de Hephzi. A veces me despertaba a la mitad de la noche, trastornada por mis propios gritos y el bullicio que llegaba desde la pared, y, por lo tanto, podía ver el menudo de su cuerpo, ahí, dándome la espalda, como siempre, respirando suavemente.

Triste corazón oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora