REBECCA
DespuésESTA MAÑANA, CUANDO ME DESPERTÉ, todavía era enero. Todavía después del funeral. Hephzi aun estaba muerta. Sentía la cabeza como plomo sobre el colchón y la garganta como si hubiera tragado alambres de púas, pero de todos modos tenia que levantarme e ir al colegio. Empezaba el nuevo trimestre y, si no iba entonces, bien podía darme por vencida por completo.
Estábamos fingiendo que eramos normales y los padres me observaban todo el tiempo para asegurarse de que no fuera a pasarme de la raya que estaba marcada como una grieta en el cristal; si me resbalaba o tropezaba, algo se haría pedazos. A Hephzi y a mi siempre nos hicieron mantener las apariencias. Hephzi siempre fue mejor en ello también. Podía sonreír y mover las pestañas y decir justo lo que ellos querían escuchar, y la gente se iba satisfecha de haber hablado con ella. Sacó ese comportamiento de padre. Pero hoy tengo algo importante que hacer. Justo cuando volvía a casa después del funeral, Daisy, una de las nuevas amigas de Hephzibah, paso rozandome y me puso un papel en el pecho. Leí el mensaje, rompí el papel en pedacitos en la palma de mi mano, y deje que el viento se los llevara a una distancia segura.
Hasta septiembre, madre nos enseñaba en casa; su especialidad era la miseria, las lecciones de silencio y miradas penitentes, así como matemáticas e ingles básicos.
Cuando el inspector de educación en casa venia a inspeccionar, montaban un espectáculo, por supuesto, pero ella básicamente se mantenía en lo que mejor sabía. Pero cuando cumplimos dieciséis, Hephzi pidió que estudiáramos en el nivel medio superior. Llevaba años rogando que nos enviaran a la escuela. Su voz cada vez era menos dócil, menos sumisa, y ya no dejaba de hablar del nivel medio superior cuando se entero de el por medio de la señora Spark. Padre requirió de un gran trabajo de persuasión , también la gente de la escuela, pero por una vez, las cartas jugaron a nuestro favor. Los maestros harían algunos arreglos y nos ayudarían a ponernos al corriente. Era una situación inusual, pero se podían hacer concesiones. Ya estaba contenta. Pensé que por fin respiraríamos aire fresco, lejos del rastro séptico del resentimiento de madre. Nos habíamos estado muriendo por dentro por estar siguiendo sus pasos, marcando el ultimo. Me urgía ser libre, pero, bueno, no estaba segura de la idea de ir al colegio. Salir más a menudo de la casa sería algo bueno, pero me hacia sentir nerviosa. No estaba preocupada por mi, sino por mi hermana.
Madre odiaba pensar que nos estaba haciendo un favor al enviarnos a la escuela en el pueblo, donde íbamos a entrar al curso de los mayores. Pero para entonces era demasiado tarde, no podían echarse para atrás sin provocar habladurías. La mayoría de los muchachos locales iba ahí, y para nosotras seria una oportunidad para probar cosas nuevas, conocer a algunos muchachos de aquí, divertirnos un poco; eso fue lo que la señora Spark me dijo cuando nos la encontramos el primer día que salimos de la vicaria para caminar los dos kilómetros del camino a la escuela. Hephzi estaba pensando en conocer a los que no venían a la iglesia, con los que nunca había podido hacer amistad, que era la mayoría. Los habíamos visto, sin embargo, comprando papas en los recreos, fumando el los columpios, paseando del brazo por el pueblo. Hephzi los había mirado con avaricia, y yo vi que los deseaba, y quería que dejara de verlos. Después un pensamiento me pasó por la cabeza cabeza, u rayo de esperanza, tal vez yo también podría encontrar un amigo, alguien además de Hephzi con quien podría hablar. Pero no era así como funcionaba.¶
Hoy Craig estaba esperándome en el recreo, como decía la nota. Estaba sentado en un columpio, inclinado hacia atrás y miraba las frías extensiones de cielo. El cielo era blanco, blanco de frío y blanco de hielo, y me ceñí el abrigo mientras pisaba tierra, que estaba muerta y gélida como el corazón de padre. Además de Craig, no había nadie. Nadie nos veía. Mientras caminaba hacia él, luchando contra el viento que me lanzaba astillas de frío a los huesos, el cuerpo me dolía y me tambaleé. Podía volver a regresar de donde había venido. Ni siquiera debería estar ahí. Pero craig ya me había visto y avanzaba hacia mí. Lo seguí hasta la casita de juegos para niños y me paré encogida en una esquina, pequeña y tensa. Él encendió un cigarro y yo me aleje incluso un poco más. Alguien había grabado palabras sucias en la mesa infantil y yo las miraba mientras esperaba que el hablara primero; yo no tenía nada que decir. Cuando se había fumado la mitad del cigarro, habló con voz ronca.