Gesticulan temerarias como sombras de hielo,
la esculpen sin arcilla como fuego inmóvil,
en las ventanas de antes,
en las ventanas de siempre...
La convierten en oro, y yo la quiero piedra;
la quiero como aquella lanzada por alguna mano furiosa,
desde una cima,
hasta donde no vea;
porque cuando no hay ojos,
la quiero imprecisa y adolorida,
desmembrada de sí misma,
cuando no hay piel,
ni para mí la quiero.
En un espinazo de labios,
la arrojo...
porque cuando no hay sangre,
la deseo inerte y ensimismada...
Burdamente desecha entre mis puños
cuando no la toco, porque no es más
que un delirio...
Cegada estoy de sus alucinaciones;
De dioses y mortales,
de dimensiones indecibles,
Porque cuando no la miro o la siento,
no existimos ambas.