II

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Llegué al vestíbulo unos segundos antes que mi padre y escuché un carruaje detenerse en la entrada del castillo; las puertas se abrieron y un señor de la altura y complexión muy similar a la de mi progenitor hizo su entrada.

—¡Gino!— saludó mi padre, en verdad parecían viejos amigos; yo preferí quedarme de pie, inmóvil junto a las escaleras.

—Veo que los negocios prosperan— estrechó su mano; —pero dime, ¿dónde está el pequeño Ael?—, al escuchar mi nombre no pude evitar dar un paso hacia adelante y hacer una leve reverencia.

—Vaya que has crecido— exclamó, su mirada inspiraba confianza y su rostro era agradable, no me imaginaba como podría alguien como él llevarse bien con el ogro de mi padre; —pero no tanto como Lucía— agregó; yo lo miré confundido, nunca había escuchado ese nombre.

Del carruaje bajó una joven tal vez de mi edad, con un vestido color lavanda; su mirada era penetrante, su caminar era único y hechizante. Se presentó ante nosotros; y comprendí lo que el recién llegado quiso decir: ella era un poco más alta que yo, pero con sus zapatos dejaba en evidencia la diferencia de estaturas. Lucía era la ahijada de Gino; y la tratada prácticamente como su familia de sangre.

Minutos después, los adultos se dirigieron al salón principal dejándonos solos en el vestíbulo.

—Vamos, sígueme— le indiqué a mi invitada; —te mostraré tu habitación—, asintió suavemente y subimos por las escaleras.

Al llegar, abrí las puertas de par en par; —es la más grande— comenté.

—¿La tuya está cerca?— exclamó; me pareció un poco extraño y atrevido que preguntara eso, aún así le contesté; —la mía se encuentra cruzando el pasillo.

—Oh— susurró; luego se dirigió a la cama, donde se sentó y comenzó a medir la elasticidad del colchón con sus dedos enfundados en unos guantes de encaje; me pareció gracioso y no pude evitar sonreír.

Pero después de observarla unos instantes, anuncié —haré que suban tu equipaje— di media vuelta para salir.

—¡Espera! No me dejes sola— volteé, ella ya se había puesto de pie y se acercaba a mí; —me puedo perder en este enorme lugar.

El castillo era grande pero no era para tanto, bueno, en realidad yo estaba acostumbrado.

—Bien, entonces sígueme— le dije.

Una vez que sus pertenencias y las de su padrino estuvieron es sus respectivas habitaciones, fuimos al comedor, donde los cuatro tomamos asiento. Ellos no dejaban de hablar de mercancías, alianzas, precios y esas cosas; pero después de finalizar con los alimentos nos volvimos a quedar solos ya que Gino y el ogro fueron a recorrer los alrededores a caballo.

—¿Y, qué haces para divertirte?— me preguntó observando las pinturas en la pared de uno de los salones.

—Pues— lo pensé, no le diría que me escapaba el castillo así que decidí soltar una pequeñísima mentira; —estos días he estado practicando, quiero aprender a usar una espada— ella pareció sorprendida; —¿y tú?— le devolví la pregunta.

—Yo leo y ayudo a mi padrino a redactar cartas— contestó. Aburrido, pensé.

—¿Practicarás hoy?— se notó interesada en lo que le dije anteriormente.

—No, ayer tuve suficiente— le sonreí para parecer natural. Sabía usar la espada gracias a Nill, pero no había practicado últimamente.

Salimos a uno de los balcones; charlamos y así supe algunos detalles más; Lucía era hija única, su madre había fallecido al darla a luz y su padre al verse inmerso en una revuelta cerca de su negocio; pero a pesar de ser de la misma clase social, su vida era muy distinta a la mía, yo me escapaba y discutía con mi padre, a ella le gustaba quedarse en el castillo y se llevaba bien con Gino; yo disfrutaba de los consejos de mi hermana, y ella, por el contrario, no tenía ningún otro familiar.

El sol se ocultó y volvimos a reunirnos los cuatro para cenar. Los mayores seguían hablando de negocios, y entonces mi padre mencionó lo de la boda, al hacerlo me miró, esperaba que yo hiciera algún comentario pero no lo hice, dejé que hablara y no quise entrometerme; había prometido portarme bien.

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—Esa es tu habitación, ¿cierto?— exclamó Lucía señalando hacia mi puerta una vez que nos dirigimos a dormir.

—Sí, así es, ¿por qué tanto interés?

—Pues... podría necesitar algo— respondió. Pensé que era una excusa tonta.

—¿Qué? Para eso llama a los de servicio.

—No. Tú eres el anfitrión, además no les tengo confianza, solamente he hablado contigo.

Creo que era bastante tímida, ya que cuando mi padre le preguntaba algo sólo contestaba con monosílabos, así que ahora que lo pensaba mejor pudiera ser que sólo hablara conmigo por tener edades similares.

Di media vuelta, —tú sólo pídeselos— levanté mi mano en forma de despedida, crucé el pasillo y me dirigí a mi habitación.

Pero no contaba con que horas después ella irrumpiría en mi espacio personal.

—Ael— alguien me llamaba mientras sacudía las sábanas; —Ael—, con mucha pesadez abrí los ojos.

—¿Lucía? ¿Qué haces en mi habitación?—, pensé que eso había sido demasiado atrevido de su parte; Sora siempre me decía que los hombres y las mujeres debían estar en habitaciones separadas, excepto claro si estaban casados.

—Despierta, ya casi es hora de desayunar.

—Pero si todavía no sale el sol.

—Pero ya pronto lo hará; ahora levántate.

—¿Cómo entraste? ¿No sabes que es de mala educación?— reclamé.

—Toqué a la puerta pero no contestabas; pensé que algo malo te había sucedido— su respuesta tan calmada me hizo enojar un poco; —tengo hambre, date prisa— agregó.

—¿Para eso me despertaste?— me volví a meter entre las sábanas; —se lo hubieras pedido a la señora Jung.

—No— tiró de las cobijas; —ya te dije que sólo he hablado contigo, no tengo confianza y me da algo de vergüenza.

¿Vergüenza? No creí posible que me hablara de vergüenza cuando ella había irrumpido en mi cuarto.

—Ya te dije que sólo tienes que pedírse...— me senté de un sólo movimiento pero justo me encontré muy cerca de su rostro, no había notado antes que sus ojos brillaban de manera curiosa, además de que estaban finamente delineados, eso marcaba su perfecto contorno.

—Por favor— sólo tuvo que susurrar esas palabras y minutos después ya nos encontrábamos en la cocina. Así descubrí que la señora Jung siempre se levantaba muy temprano, y eso tenía sentido, ya que todos los días desayunábamos jugo fresco y pan recién hecho.

Para el segundo día, estaba decidido a salir del castillo; ya que como Nill y Cami habían dicho, florecería esta semana, hoy era el día según mis cálculos.

Durante mis clase de botánica llegué a leer sobre una extraña planta, la cual florecía una vez al año, durante siete días únicamente; sólo la conocía por medio de dibujos, sin embargo una vez que me aventuré con Nill y Cami a cruzar la muralla, la encontramos cerca del bosque.

Lucía estaba conmigo todo el tiempo, así que sólotenía una opción: llevarla conmigo.    


Tras la MurallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora