III

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—¿Qué estás diciendo?— abrió los ojos en demasía cuando le dije que escaparíamos al momento que yo guardaba una pequeña navaja en una de mis botas.

—¿No me digas que nunca lo has hecho?

—No, claro que no. Además, ¿qué dirá tu padre?

—La idea es que no se enteré; sólo será por unas horas, él y Gino estarán ocupados en los establos hasta tarde— argumenté.

Fue difícil, pero al final aceptó, nada contenta por cierto.

—Por la cocina— le indiqué.

—Pero la señora Jung nos verá— era obvio que era la primera vez que hacía algo que mi padre llamaría ilegal.

—No te preocupes.

Salimos por la puerta trasera de la cocina, la señora Jung nos vio, pero no nos impidió el paso, sólo nos dijo que tuviéramos precaución y que regresáramos antes del anochecer.

Caminamos hasta llegar al centro del reino, era un mercado donde mucha gente transportaba frutas, verduras, huevos, leche y gallinas en pequeñas carretas. De repente sentí que alguien tomaba mi mano, era Lucía.

—No me sueltes— exclamó en un susurro; yo sonreí divertido puesto que parecía que era la primera vez que se encontraba en un lugar concurrido.

Seguimos nuestro camino, hasta que vi un par de siluetas conocidas.

—¡Ael!— Cami agitó los brazos; yo sujeté aún más fuerte la mano de Lucía para apresurar la caminata.

—Ey, ¿cómo están?— les pregunté cuando estuve lo suficientemente cerca.

—Pensamos que no vendrías— exclamó Nill.

—Dije que lo intentaría, ¿recuerdas?

La expresión de Cami me llamó la atención, parecía buscar algo con la mirada; entonces recordé que no había soltado a Lucía, quien ahora se escondía tras de mí.

—¿Quién es?

—Ella es Lucía— respondí.

—Hola, yo soy Cami— exclamó al momento que iba hacia mi invitada; —y él es Nill— señaló al muchacho alto; este sólo levantó la mano en señal de saludo.

—Hola— sonrió tímida Lucía.

Después de romper el hielo con algunas preguntas, nos dirigimos hacia nuestro objetivo; poco a poco Lucía fue teniendo más confianza, y al cabo de unos minutos parecíamos amigos de toda la vida; a excepción de las preguntas que a veces hacía Cami acerca del vestido ornamentado que llevaba Lucía.

Tuvimos que cruzar la muralla, para lo cual Nill y yo removimos un par de rocas sueltas; era nuestro secreto y siempre, antes de partir, nos asegurábamos de cubrir ésa área con las raíces que colgaban desde lo alto del muro.

Caminamos unos metros más y llegamos hasta la planta que, para los ojos de los inexpertos, podría pasar como simple maleza.

—Es hermosa— exclamó Lucía, el botón había empezado a abrirse y se podían notar los pétalos de color rosa.

—Pensé que ya estaría lista hoy— Cami frunció el ceño.

—No es magia, lleva su tiempo— le respondí.

No nos quedamos por mucho, ya que teníamos que regresar antes que los mayores estuvieran de vuelta en el castillo; así que decidimos emprender nuestra caminata de regreso.

—Ya me cansé.

—Acabamos de empezar a caminar— dije puesto que no habíamos avanzado mucho cuando Lucía se quejó; y con justa razón lo hizo ya que sus zapatos debían estarla matando, además del vestido que parecía hacerla más lenta.

—El camino fue largo, no creo que pueda aguantar el de regreso, debemos ir más despacio.

—¿Qué? No podemos; debemos caminar rápido— expliqué.

Cami y Nill sólo me observaron esperando que solucionara el problema.

—Por favor— Lucía tomó nuevamente mi mano.

Y fue cuando pensé que había encontrado mi punto débil; ya que me fue difícil negarme, —de acuerdo.

—Gracias— sonrió; los otros dos sólo entrecerraron los ojos y luego se miraron entre ellos. Yo no supe cómo tomar ese gesto por parte de mis amigos, probablemente pensaban que yo era bueno y caballeroso, o tal vez se estaban burlando de mí.

Volvimos a cruzar la muralla y una vez dentro del pueblo nos separamos; Cami rumbo a su hogar, al este, y Nill hacia el suroeste, donde estaba el taller de su padre.

Y nosotros dos, sin soltarnos de la mano, seguimos avanzando; pero el sol iba a comenzar a ocultarse y el tiempo se nos acababa, por lo que una idea, una maravillosa idea cruzó por mi mente.

—Sube— le indiqué y me posicioné al frente de ella, de espaldas y acuclillado.

—Claro que no.

—Así será más rápido, sube a mi espalda.

—¡Ni lo pienses!

—Hazlo, no tenemos mucho tiempo, ellos pronto regresarán al castillo.

Ignoró mi comentario, volteó el rostro y cruzó los brazos. A veces se portaba tan digna que me hacía rabiar; así que de un solo movimiento la alcé como si fuera un saco de patatas, colocando su abdomen en mi hombro; y entonces comenzó a patalear.

—¡Bájame Ael!

—No— reí.

—Bájame ahora. Te voy a golpear ¿me oyes?— forcejeó más fuerte y casi me hizo perder el equilibrio, así que decidí hacerle caso.

Una vez que puso sus pies sobre el suelo me miró furiosa, luego, hizo un ademán indicando que le diera la espalda y así lo hice.

—Ahora arrodíllate— sentenció; sólo sonreí y obedecí. Instantes después subió a mi espalda.

Comencé mi caminar y sentí sus largos brazos alrededor de mi cuello y su respiración en mi nuca; sin pensarlo disminuí mi velocidad, por alguna extraña razón no quería que esa sensación terminara, se sentía muy bien.

Normalmente Lucía parecía tímida y sumisa, pero luego se mostraba terca y autoritaria; creo que esas facetas me agradaban y sin darme cuenta poco a poco quise conocer más de ella.

—Dijiste que sería más rápido— exclamó tras unos minutos; nada se le escapaba.

—Lo es, créeme— contesté con una sonrisadibujada en mi rostro.


Tras la MurallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora