IV

43 10 1
                                    

Durante los días que siguieron se nos hizo un hábito escaparnos para admirar aquel botón que poco a poco se convirtió en una gran flor.

Sin quererlo, me acostumbré a su presencia, a su forma de hablar; creo que incluso llegué a soñar con sus ojos, eran mágicos, misteriosos y parecían ver a través de mí, en pocas palabras estaba hecho un lío; y por supuesto que no me esperaba lo que vendría.

—Ael— me llamó mientras sacudía las sábanas; —Ael—, fingí mucha pesadez y abrí los ojos lentamente; esto ya se había vuelto una rutina.

—¿Lucía? ¿Qué haces en mi habitación? — pregunté como si se tratara de un guión establecido, establecido por nosotros.

De repente, sentí algo tibio en mi mejilla, me sorprendí bastante, ya que ella debió responder "despierta, ya casi es hora de desayunar", pero no lo hizo, en vez de eso me había besado.

Me separé para ver su rostro, la luna a través de la ventana era la única fuente de luz; puesto que apenas hacía un par de horas que todos habían ido a la cama.

La observé, era hermosa, perfecta; rocé su mejilla con el dorso de mi mano antes de acercarme nuevamente y ejercí una suave presión sobre sus labios; fue una sensación asombrosa, adictiva, no quería que se acabara. Y sólo nos apartamos unos milímetros para mirarnos a los ojos.

Se recostó sobre el colchón con suavidad mirando hacia el techo, hice lo mismo a su lado, e instantes después entrelazó sus dedos con los míos; mientras yo sólo podía pensar en su presencia y en la fragancia de su piel que eran embriagantes.

Ambos sonreíamos como dos tontos simplemente por el hecho de estar allí; juntos tomados de la mano tumbados sobre el colchón.

Poco a poco el cielo tomó un leve tono rojizo, el sol iba a comenzar a salir, ella dormitaba y yo no quería despertarla; pero tampoco quería que alguien nos descubriera.

—Lucía— susurré mientras la movía suavemente, —despierta, ya casi es hora de desayunar.

Llevó una de sus manos a su rostro y frotó sus ojos; —buenos días— exclamó sonriente.

—Buenos días— contesté con el corazón latiendo como un loco, amenazando con salirse de mi pecho sólo por el hecho de ser testigo de ese gesto.

Pero durante el desayuno mi padre volvió mencionar el tema de la boda, Lucía no me miró, sólo mantuvo la vista sobre su plato.

—La familia Zul viene en un par de días— anunció.

—¿Qué? ¡Pero dijiste que sería hasta dentro de un par de meses!— solté.

Mi padre me miró molesto, mi tono no fue nada tranquilo, había olvidado el trato de "portarme bien"

—Lo sé, pero que nos visiten antes no tiene nada de malo, ¿o sí?

—Calma— Gino intervino dirigiéndose a mi padre; —el muchacho está nervioso, recuerdo que tú estabas igual.

—Pero él se está portando muy infantil— frunció el ceño.

—¿En serio? ¿Quieres que te recuerde todo lo que hiciste por evitar tu boda?

—Eso es distinto— sentenció mi padre y Gino rió.

Perfecto, eso era bueno para mí, el viejo ogro no iba a ponerse a discutir con su primo y por eso decidió cambiar el tema, y yo tampoco quería hablar sobre eso, ya que ése era el último día que la flor estaría en todo su esplendor.

—¿Lista? Vámonos de una vez— le indiqué a Lucía cuando nos quedamos a solas.

—Creo que esta vez no iré.

—¿Por qué?— le tomé ambas manos.

—Esto, no está bien.... no estuvo bien— susurró lo último.

—¿Te arrepientes?— sabía que se refería a que nuestra relación había cambiado.

—¡No! Nunca; pero, pronto te vas a casar— desvió la mirada.

—Eso dicen, pero nadie ha preguntado mi opinión— le sonreí para transmitirle confianza.

—Pero— no la dejé terminar y la abracé firme pero suavemente.

—Escapemos— sugerí.

—¿Qué? ¿Estás loco?

—Sí, por ti—, me separé un poco y besé su frente; —vámonos, no importa a donde, mientras esté a tu lado—; se sonrojó y curvo sus labios levemente.

—¿Eso es un sí?— quise corroborar.

—Es un probablemente— ensanchó su sonrisa, laseguridad había regresado a ella.


Tras la MurallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora