Capítulo 1

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Narra Mangel.

—¡Mangel! ¡Mangel, por favor, no! ¡No, Mangel, quedate! ¡Reacciona! ¡Por favor! ¡MANGEL! —sus huesudas manos acarician mis mejillas empapadas de sangre, la fría sangre que emana de mi gaznate.

Siento escalofríos, siento congelar, siento mucho, mucho frío. Pero aun así, cada parte de mi cuerpo que es tocado por esas suaves manos se siente cálido, se siente resguardado y seguro. Las manos de Rubén tocándome el rostro me hacen sentir en completa bonanza.

Le tiembla violentamente la mandíbula, lloriquea como un crío que ha perdido su videojuego favorito, moquea y solloza descontroladamente.

¡NO! ¡MANGEL, TE LO PIDO! Dios, es tan hermoso incluso cuando llora ¡No me hagas esto! ¡Mangel, no me dejes!

Que situación mas miserable y digna de una película. Yo, yaciendo en el suelo bajo una lluvia turbulenta, empapado por el aguacero, empapado de sangre que chorrea desde mi yugular hasta mi pecho y desciende lentamente por mis hombros hasta topar la acera. Rubén, llorando como un bebé, gritando a los aires de la soledad, de la noche desolada y abandonada, acariciándome el rostro el cual casi ni siento, temblando bruscamente, besándome en los labios una y otra vez, en mis moribundos labios que ya no pueden sentir el calor al saborearlos.

¿Cómo terminé así? ¿Cómo terminamos en esta situación? Pues la muerte me la esperaba mucho antes, listo para recibirla con los brazos abiertos, para abrazarla. Y ahora, encontrando una razón para huir de ella, la muerte se acerca a mi, me obliga a voltear a verla, me obliga a abrir los brazos y aceptar el oscuro regalo que trae entre manos para mi, soy incapaz de rechazarla ahora, ella es tan fuerte... Rubén... Rubén... No me quiero ir aún, Rubén... Recuerdo la promesa que hicimos, la promesa de...

¡La promesa de que jamás me abandonarías! ¿¡Dónde quedó esa promesa!? grita, uniendo nuestras frentes Por favor... Por favor... No me hagas esto... Por favor... Ngh... Te lo ruego, Mangel... Te lo pido...

Una oficina con una pared tallada de cristales, transparentes y brillantes, muestran limpiamente la perfecta vista de la enorme ciudad de Bogotá. En la oficina las paredes grises hacen una combinación perfecta con los muebles negros y los adornos carmesí. Varios cuadros colgados dan escalofríos con su arte macabra, o al menos, la mayoría sentiría escalofríos.

Estoy reposado sobre mi espalda en la silla de el amplio escritorio, mantengo la mirada fija en los pesados anillos de oro entre mis dedos, jugueteando con ellos, disfrutando del aire acondicionado y el buen vino servido en aquel grueso vaso de cristalino.

Muevo la cabeza en negación mientras chasqueo con la lengua en desaprobación.

—Carlitos, Carlitos... ¿Por qué sera que todavía sigues con vida? —me pongo de pie, acomodándome el saco negro seguido de la corbata, la cual aflojo hasta casi desatarla por completo, me molesta.

—Rogel... —murmura el joven colombiano de dieciséis años— ...sabe que mi familia está pasando por un per-

—Sí, vale, no quiero oír tus jodidas escusas —interrumpo, haciendo con la mano como si tratara de espantar a una molesta mosca, siempre con lo mismo este crío...

Carlos, de cabellera cresposa y negra, piel bronceada , orbes cafés oscuro y una cicatriz muy marcada en su mejilla izquierda, blanquecina y brotada... Carlos mantiene una mirada despiadada sobre mi, sus ojos revuelcan la pureza hasta hacerla añicos, no hay ni una esencia de inocencia en sus ojos, y esos orbes afilados sólo indican que no conoce el miedo, y por esas cualidades suyas lo dejo vivir hasta ahora, me agrada.

Malos pensamientos #2. ➝RubelangelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora