Capítulo 5

2.7K 278 182
                                    

Narra Rubén.

Esto no puede estar pasando, esto no puede estar pasando... De seguro estoy soñando, de seguro... Yo de seguro estoy teniendo otra pesadilla... Lo he visto ahí, frente a mi, realmente no me lo esperaba, mucho menos me esperaba que sonriera casi todo el tiempo como si fuera una especie de pantalla suya. El Mangel de hace seis años, la única vez que le vi sonreír fue antes de hacer... Eso... De hacer el ya sabéis qué... Antes de que se lo llevaran... ¡Jamás había sonreído con tanta naturalidad! ¿Qué le ha pasado en estos años? ¡Joder! ¿¡Por qué salí corriendo!? Sí, admito estoy asustado, pero no es motivo para salir pirado del restaurante, me siento como un cobarde, como un gilipollas.

—¿A dónde vamos? —pregunta Sebas, a quien llevo de la mano. Me quiero ir, quiero llegar a casa y tumbarme en la cama para tratar de dormir o tratar de despertar.

—A nuestro departamento —el hotel donde nos encontramos hospedados como ya había dicho, queda frente a la cafetería en donde estuvimos minutos atrás.

Cruzo la calle, aún jalando de Sebas para que apresurada el paso. Debo ir inventándome una buena historia por si acaso se le ocurra preguntar algo referente a lo de hace rato. Su primera pregunta de seguro será: ¿Por qué saliste corriendo de la cafetería, Rubén?

Ya llegamos, el recepcionista nos entrega nuestra llave. No espero por el ascensor así que utilizo las escales. Venga, sólo es hasta el tercer piso.

—To-Tomaré una ducha... —digo, mientras abro la puerta de nuestro departamento con rapidez. Mi mejor remedio será tomar un baño relajante en la tina, de momento. Luego me toca lidiar con Mangel. Ahora no quiero saber nada.

—Rubén —llama Sebas. Aprieto dientes, sólo me faltan dos metros para llegar a la recamara y así poder ir a bañarme, pero vale, es más que claro que esto iba a ocurrir. Entonces, me doy media vuelta hasta quedar frente a él.

—¿Qué? —me encojo de hombros, de seguro tengo pintada la palabra nervios en toda la frente.

—¿Miguel y tu fuisteis algo? —ala, pero mira nada más, lo que menos me temía y debí de haberlo hecho. Nunca me esperé esa pregunta, la verdad.

—¿Él y yo? No, que va, hombre... —me encojo de hombros, riendo y bufando, riendo para que al menos su cara de seriedad cambie porque me está poniendo de los nervios su expresión de preocupado y dubitativo.

—Es que Miguel... parecía estar molesto con lo nuestro.

—¿Tu crees? Yo lo vi muy bien —desvío mi mirada hacia los muebles de la sala, donde se encuentran varios de los lienzos recién hechos por Sebas—. Um... ¿Ya los terminaste? —me dirijo hacia las pinturas. En serio, no quiero hablar sobre Mangel, estoy muy aturdido como para ponerme a discutir.

—Eh, sí —suspira, hundiendo las manos en ambos bolsillos de sus vaqueros. Camina hasta mi y señala una de sus obras—. ¿Ves alguna cicatriz?

—No —alzo una ceja. Ahí sólo puedo ver la espalda de una persona abrazada a sí mismo con la columna bien marcada. Pero es...—, pero es hermoso.

—Sí, lo es. Sin embrago, está muy solo, no hay nadie que pueda ver la verdadera belleza de su huesuda espalda... No hay nadie que pueda abrazarla. Él sólo se tiene a sí mismo, aún así, está esperando a alguien que le de calor, que le reconforte y le haga enderezar su más bella característica física, su bella espalda. A pesar de tener una cicatriz tan notoria como la soledad, sigue hermosa para nuestros ojos, por que no podemos ver dentro de él.

—¿Tiene algún significado para ti?

—Claro que la tiene, Rubén. Por que lo que estás viendo no es nada más que tu propio retrato.

Malos pensamientos #2. ➝RubelangelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora