65. (Último)

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Katie acababa de salir de trabajar de su estudio de tatuajes y piercings en el centro comercial. No podía dejar de pensar en Néstor, como siempre, como era tan usual desde que lo vio por primera vez

¡Lo había citado esta tarde en su casa!

¿Se había vuelto loca?

No podía más, no podía seguir con esto, quería decirle su identidad, que él viera quién era en realidad y si saber si tenía alguna oportunidad.

A veces tenía la ligera impresión de que sí, por cómo sonreía al leer sus notas, la manera en que las miraba por delante y por detrás, deseoso de que hubiera algo más escrito o una pista de quién era, pero salvo el color rojo de los post-it, el favorito de ella, poco más había.

Se apresuró a subirse a la moto, colocarse el casco y, con la vieja mochila a su espalda con sus cosas esenciales que siempre llevaba encima, se dirigió a su nuevo apartamento en el pueblo, a la dirección que le había dado a Néstor.

Su corazón iba a mil.

Se iban a conocer.

Iba a saber que ella existía de verdad y que no era una broma como pensó al principio con esas notas y como le había dicho Ian.

No podía estar más nerviosa.

Sentía las mariposas en su estómago, esas de las que uno de sus hermanos hablaba en sus canciones y esas que creía haber extinguido una vez hacía tres años.

Tres años. Su ex novio. El que volvió. El maltratador físico y mental. Del que ella había estado huyendo, del que pidió ayuda a Ian y a Néstor.

Drake se había ido ya hacía unas pocas semanas gracias a su nuevo mejor amigo, el que conoció gracias a su hombre.

Aún le quedaban hematomas de su inesperada y, gracias al cielo, corta visita en el pómulo, en los brazos y en el interior de los muslos de cuando intentó volver a violarla uno de estos días.

No consiguió hacerlo porque Katie se revolvió hasta liberarse y encerrarse en el baño con el teléfono y el pequeño Suit, donde llamó a uno de sus hermanos mayores para que vinieran a sacarla de las garras de Drake.

De nuevo.

Katie era la pequeña de cinco hermanos. Ellos, al ser ella la única mujer, encima la pequeña y haber pasado por tantos malos tratos, la llamaban "princesa" aunque siempre decía que no tenía nada de princesa, pero a ella le encantaba eso y adoraba a sus cuatro hermanos mayores, o casi.

Estaba el mayor de todos, Jake, que era médico y vivía en el centro de Nueva York, trabajando en uno de los mejores hospitales de la concurrida ciudad.

Luego, el segundo mayor, Evan, era peluquero y trabajaba en el mismo centro comercial que ella pero un piso más arriba.

El mediano, Brian, era un chico que no hacía nada. Ni estudiaba, ni trabajaba. Era mujeriego, jugador, rebelde, siempre de fiesta, bebiendo o de juerga, pero con ella siempre fue muy protector y para nada como era con los demás.

Por último su hermano mellizo, Charlie, mayor por dos minutos. Era músico, un romántico empedernido. Sus canciones siempre hablaban de amor, de enamorarse, de lo bonito que era la vida si la vivías con alguien a tu lado.

Sí, lo de las notas había sido idea de éste último cuando fue a visitarla un día a la cafetería de su trabajo.

Luego estaba ella, Katie. Trabajaba en una cafetería por las mañanas y en un estudio de tatuajes junto a su tío por las tardes para ganarse un dinero extra, a parte de algún fin de semana donde le salía alguna sesión de fotos.

Su hombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora