La lluvia sobre la hojarasca

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La lluvia caía torrencial sobre la ciudad, mojando las calles, mi chaqueta, mi cabello largo y mi rostro, limpiando la sangre en él. Volteé la vista a casa mientras me alejaba - supongo que estarán bien sin mí - pensé. El camino hacia el parque era el habitual; mientras, las gotas caían y formaban charcos en ese triste y hermoso sendero invernal. Las mismas calles grises acompañaron mi paisaje, con los mismos autos grises que ni me esforcé por evitar al cruzar de una acera a la otra. Lo único que no era gris, era aquel parque etéreo al cual me dirigía; y sí, digo etéreo porque es la única palabra para describirlo, es un sitio fuera de este mundo. No importaba si era invierno, verano o primavera, siempre había una hojarasca tan densa sobre el césped que te hacía sentir como si al pisarla, estuvieses pisando una nube que te haría caer desde el cielo. No importaba que la lluvia no me hubiese permitido revolcarme en mi amada hojarasca, su mera presencia bastaba para aliviar mi espíritu tras cada gota de sangre que veía caer.

El pequeño corte de mi mejilla ya había parado de sangrar para cuando llegué a la banca solitaria de aquel parque bendecido por el eterno otoño; me senté pensando que sería la única alma en pena danzando bajo la lluvia, pero no. Vi a una joven que se refugiaba en el paradero, su ropa empapada y su maquillaje maltratado por las gotas furiosas que cayeron sobre ella le daban un aspecto de derrota; al otro lado del parque, escondiéndose en los arbustos, había un vagabundo bonachón que había construido un refugio anti-lluvia en estos, se notaba con provisiones para no pasar hambre y un ron para no perder el calor de su cuerpo; por último, junto a la pileta, había una caja donde se escuchaban ladridos de sufrimiento, de frío y hambre. Intenté ver más de cerca desde mi puesto y distinguí los ojos vidriosos de un cachorro que veía, con una mirada perdida, la dirección que su amo tomó tras abandonarlo.

Mientras reflexionaba sobre qué me había llevado a huir de casa, vi a un joven de unos 19 años acercarse a la desolada joven que yacía llorando desconsolada en la parada de locomoción. Una mueca de incrédula esperanza se dibujó en su rostro, hasta podría jurar que el atisbo de una sonrisa apareció en sus labios. Es curioso, pero me dio la impresión de que ella le hubiese estado esperando desde el albor de los tiempos. La chica fue a buscar a quién venía llegando, a ella parecía no importarle que la lluvia hiciera un desastre del poco maquillaje que le quedaba y que el viento hiciera estragos con su pelo mojado. Fue corriendo a abrazar a aquel joven, pero éste se veía disgustado. Con un ademán de asco se sacó a la muchacha de encima, le habló cosas que a la distancia eran incomprensibles, le entregó un anillo y luego se marchó por donde vino. La primera reacción de aquella joven fue quedar con la mirada petrificada, incrédula de lo que había pasado; luego, con un poco de esfuerzo, pudo por fin entonar su llanto una vez más. Pasaron 10 minutos hasta que llegó un lujoso auto del que se bajó un matrimonio que la envolvió en una finísima manta, la abrazaron y se la llevaron para, quizás, preguntarle lo ocurrido y darle consuelo a su corazón destrozado. Es algo curioso, me atrevería a decir; aquella muchacha no debe tener mayor preocupación que sus amoríos, ya que se ve de buena familia y con un excesivo amor parental. Sin duda me gustaría sufrir por ello en vez de aguantar heridas colaterales de cosas en las cuales yo no tengo nada que ver. En fin, tampoco es bueno que emita juicios sin conocer su historia.

La lluvia seguía cayendo fuerte sobre mi cabello, el corte de mi mejilla había vuelto a sangrar como queriendo que yo no olvidase lo que pasó antes de venir al parque. Levanté la cabeza para que las gotas, amables ángeles incoloros, me limpiaran una vez más. - Algo tiene este parque, es como si la paz no fuese un estado el cual alcanzar, sino un lugar al cual llegar - pensé mientras mis ojos cerrados seguían apuntando al cielo. La verdad es que era una plaza grande, con pequeñas zonas que tienen césped, sobre el cual reposa aquella hojarasca maravillosa que tanto amo. Llega a ser increíble que el césped no se señales de existir, pues queda sepultado entre las hojas. Tiene bancas en mal estado, y frondosos arbustos en los cuales más de una vez me he drogado a escondidas; es un maravilloso lugar.

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