Las calles infinitas

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Durante el transcurso de nuestra existencia, todos debemos tomar una decisión crítica con respecto a nuestra vida. Una decisión impuesta al amanecer de lo que algunos llaman madurez y que determinará el trayecto de esta, ascendiéndola hasta las estrellas lejanas y brillantes de lo que podemos llegar a ser o a las profundidades abismales de nuestros propios y oscuros miedos. Cuando el ser toma la decisión de convertirse un testigo de su propia existencia, cuando deja de perderse en el mundo, cuando renuncia al arte y a sí mismo, tiende a ser solo una sombra vagando por las arenas de lo eterno, sonriendo ante los vivos, queriendo volver a vivir sin llegar a concretar nada por miedo a perder su confort. Así caminará aquella sombra, día tras día de su existencia banal regalando sonrisas falsas que serán delatadas por sus ojos sin vida. Y por el contrario, cuando el ser toma un rol activo en su propia existencia, cuando se alimenta intelectual y espiritualmente, cuando se sabe humano y se sabe animal, cuando comprende que esta es la única vida que tenemos y que después no volveremos a este lugar, conseguirá ascender por sobre los odios y los orgullos contemporáneos. Repugnará todo lo que la contemporaneidad le ha hecho al hombre e intentará con su vida cambiarlo.

Cada día nuestro enemigo logra coartar a aquellos que buscan hacer a la gente despertar, pero siempre dejarán su semilla rebelde aquellos que luchen para que el humano deje de ser una máquina programada para autodestruirse.

Fausto era un hombre como aquellos, un hombre sediento de arte y hermosura en un mundo horrible. Nadie le dirigía la palabra, sus conocidos lo consideraban excéntrico y su familia pensaba derechamente que algo andaba mal con él y cuando interactuaba con los demás, las bocas de estos solo escupían veneno y fuego. El desdén lo acosaba inagotablemente mientras que la soledad cobijaba sus noches oscuras. A medida que el tiempo lo carcomía y lo llevaba inevitablemente hasta la muerte, Fausto se preocupó de ser feliz como pudo. Consumía a los autores que lo maravillaban, absorbía los cuadros como si sus propios ojos expectantes formaran parte de la obra y la música se enraizó a su soledad, siendo tan parte de él que lograba construirse así mismo en piezas musicales. Una vida que fue vivida para ascender, para iluminar y dejar huella en aquellos que tocase. Una vida que dejó 2 hijos, una ex esposa y una carrera psicólogo. La soledad y él danzaban constantemente entre hermosas piezas de tango y viejos libros que nunca terminaron de escribirse, pero eso no le importó a Fausto, pues él era feliz.

Sus años estuvieron cubiertos de una hermosa y fría escarcha hasta su vejez, donde la insensibilidad de sus hijos y el odio de su ex esposa por su modo despreocupado de ver la vida lo condenaron a la casa de reposo "nuevo paraíso", donde le dijeron "podrás estar con más personas de tu edad". Pero eso para Fausto fue como un cuchillo gigante cortando los lazos con las personas que había creído que lo amaban para dejarlo pudrirse en el olvido de aquel reclusorio.

La vida en el nuevo paraíso era tan cómoda como podía esperarse. Algunas cuidadoras eran más serias y distantes, mientras otras lo dejaban con el corazón lleno de amor. Tenía tres comidas al día y las píldoras que necesitase para alivianar su alma. Pero aun así, Fausto no era feliz ahí. Sus pensamientos eran peces en un estanque estático, donde el agua día a día iba haciéndose más pesada, hasta que por fin se hizo insoportable y hasta el mismo murió durante cierto tiempo, sedado, sintiendo la muerte en vida. Así se dio cuenta una mañana mientras miraba por la ventana al mismo árbol de siempre. – Viejo colega – Pensaba mientras lo veía día a día danzar sobre su raíz con el compás que el viento recitaba, viendo aquel ser lleno de vida. Y fue ahí, mientras contemplaba la vida del árbol, que se dio cuenta que él hace mucho dejó de mecerse con el viento. Los árboles necesitan agua y buena fuente de sol para crecer, mientras que el humano es el único animal capaz de vivir toda su vida con un espíritu famélico, que sin abonarse queda como hiedra seca esperando desaparecer en el olvido. Así pensaba Fausto, y tan sumido en sí mismo estaba que no se percató de que su alma moría de hambre. Despertó del letargo en el que lo sumió la casa de reposo y se dio cuenta de que no era tan anciano, que lo único que había hecho durante los últimos 6 meses, era dejar pasar su vida mientras este la observaba en aquella danza infinita que realizaba su árbol favorito. Por primera vez fue a dar un paseo por aquel lugar, que si bien se notaba limpio y agradable, cargaba con la esencia de la muerte. Aquel olor a comida, a mantas con lavanda y medicamentos era el sinónimo de muerte para Fausto luego de observar a sus compañeros. Ancianos sumidos en sí mismos, en condiciones miserables, solo esperando la muerte mientras la soledad les hacía compañía en esa parte del trayecto.

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⏰ Última actualización: Sep 28, 2017 ⏰

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