El show de las marionetas

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Judith parecía no poder callarse. Estaba muy nerviosa y no paraba de llorar. Todo el grupo había intentado hacer cosas para poder callarla, pero nada daba resultados. Carol fue quien probó primero, descartando ante todo la posibilidad de que el humor de la niña se debiera a una necesidad insatisfecha. Cuando no obtuvo resultados con eso se le ocurrió contarle un cuento. Se sentó al lado de su cuna a leerle con voz suave y calma, como solía hacer cuando Sophia era una bebé, pero no obtuvo resultados. Entonces dejó que Beth hiciera su intento.

La joven, que estaba acostumbrada a cuidar de Judith, la tomó en sus brazos con facilidad y la meció delicadamente. Usó sus dotes artísticos para entonar una canción de cuna que sabía que la pequeña disfrutaba. Canto con suavidad en su voz, con la esperanza de que la canción le transmitiera paz a la bebé. Lamentablemente, eso tampoco surtió efecto.

—¿Qué le pasa a nuestra pequeña patea traseros? —preguntó Daryl al pasar por allí y ver que ni siquiera Beth, su habitual cuidadora, era capaz de calmarla.

—Está nerviosa y no se calma con nada —comentó ella con un tono de evidente cansancio.

—Puede que me arrepienta toda la maldita vida por preguntar esto, pero ¿quieres que lo intente? —dijo Daryl con su tono de voz inexpresivo característico.

Beth asintió, desesperada por encontrar una solución al problema. Estaba cansada y los llantos de la niña comenzaban a darle dolor de cabeza. Aunque, por otro lado, sentía pena por ella. Claramente, algo la molestaba y no tenía la capacidad de expresarse en palabras. Ella no tenía la culpa de que sus quejidos fueran tan molestos al sensible oído humano.

Daryl tomó a la bebé en brazos y se sentó en el piso con ella. Agarró el pañuelo que siempre llevaba en el bolsillo trasero de sus pantalones y lo usó para jugar y distraer a la niña. Se tapó la cara y Judith olvidó por un momento que algo la molestaba. Se concentró en el pañuelo, mirándolo como un objeto mágico que había hecho desaparecer el rostro familiar de Daryl. Cuando él dejó caer el trozo de tela y su cara se volvió visible para la niña, ella estalló en risas y débiles aplausos que hicieron eco en toda la habitación.

Él repitió el proceso un par de veces, hasta que Judith comenzó a estirar la manos para quitarle el pañuelo de la cara. Entonces cambió su táctica. Mientras la niña reía y apretaba la tela entre sus manos, él se acercó para hacerle cosquillas. Las carcajadas de Judith retumbaron por todo el pasillo, contagiando su alegría a todos a su alrededor.

Luego de unos minutos jugando con Daryl, el sueño comenzó a apoderarse de ella. Estiró los brazos en un pedido silencioso para ser llevada a la cuna. Él volvió a tomarla en sus brazos y, luego de mecerla un par de veces, la depositó en su cama para que descansara.

—¿Quién diría que Daryl Dixon tendría tacto con los niños? Sorprendente, uno cree haberlo visto todo en este mundo y la vida te sorprende con cosas como esta —comentaste al observar la escena.

—Solo hice lo que se me ocurrió —dijo encogiendo los hombros—. Cuando era pequeño y Merle debía cuidarme me calmaba con un trago de Whisky, no iba a ser tan poco cuidadoso como él.

—Gracias por la anécdota tan tierna y enriquecedora, Daryl —soltaste con sarcasmo—. Sigo sin saber cómo saliste tan bien habiendo sido criado por alguien como Merle —agregaste con franqueza.

—Uno se acostumbra, supongo —dijo encogiéndose de hombros una vez mas antes de desaparecer por la puerta una vez más.

La paz no duró mucho tiempo. Al cabo de unas horas Judith volvió a despertar. Esta vez de un peor humor dado que su sueño se había visto interrumpido por un ruido exterior.

TWD: Carl Grimes One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora