Una bruja vivía junto a un roble en compañía de un gato negro llamado Carbones. Cartones estaba tumbado siempre junto al fuego y su ama le daba platos de leche caliente muy azucarada.
Un día la bruja encontró una moneda de medio dólar.
-¿Qué haré con esta moneda?- se preguntó.
Después de pensarlo mucho decidió comprar un reloj, porque le hacía mucha falta para saber la hora exacta.
-Con medio dólar no puedes comprar un reloj- dijo el nomo relojero-. Sin embargo, si me das el medió dólar y a Carbones puedo darte un buen despertador.
-No quiero separarme de Carbones- protestó la bruja; pero, cuanto más pensaba en ello, más deseos sentía de tener el reloj.
Al fin tomó una decisión y fue a casa del relojero a buscar el reloj en las condiciones que el nomo deseaba.
Era muy agradable oír el tictac del reloj en la chimenea, pero a la bruja le entristecia no oírlo acompañado del ronroneo de Carbones.
-Me gusta mucho el reloj- dijo al fin-, pero me gusta más mi gato.
Llevó, pues, el reloj a casa del reloj a casa del relojero y pidió que le devolviese el medio dólar y Carbones.
-Si no lo hubiese gastado, te devolvería el medio dólar- dijo el nomo-, pero no puedo hacerlo. Y en cuanto a Carbones, me gusta mucho tenerlo.
Muy triste, la bruja volvió a su casa con el reloj y sin su gato.
Entonces se le ocurrió cambiar el reloj por un cerdo. Sacó su rueca e hilo suficiente lino para ganar medio dólar. Con el medio dólar y el reloj adquirió un cerdito.
Pero el cerdito chillaba tanto, que la bruja no oía siquiera el silbido de la tetera al hervir el agua. Entonces llevó el cerdo al nomo granjero y le pidió el reloj y el medio dólar.
-He gastado el medio dólar y me gustaría conservar el reloj- replicó el nomo.
Por lo tanto, la bruja tuvo que volver a casa con el cerdito.
-Me parece que voy a cambiar el cerdito por una estera para la puerta- dijo-. Al menos una estera para la puerta no hará tanto ruido.
Entonces la bruja hilo suficiente lino para medio dólar, y con el cerdito y medio dólar se fue a ver al elfo esterero, que le vendió una espléndida estera azul.
Pero la estera se llenó enseguida de polvo, y cada vez que la bruja se limpiaba los pies en ella levantada una nube de polvo. Al fin, cansada de ello fue a casa del elfo esterero y le pidió el cerdito y el medio dólar.
-Ya he gastado el medio dólar- contestó el elfo-, y deseo guardar el cerdito para una fiesta.
La bruja volvió a su casa, pensando:
- Cambiaré la estera por una cabritilla. Por lo menos una cabritilla me servirá de algo.
Hilo suficiente lino para ganar otro medio dólar, y por él y la estera le dieron una cabritilla blanca.
Pero la cabritilla blanca era tan traviesa y asustadiza que la bruja no se sentía completamente satisfecha.
-¡Si al menos pudiera recobrar a Carbones!- suspiraba.
Una mañana de otoño se presentó el duende cabrero y le dijo:
-Quisiera que me devolvieses mi cabritilla. Nos falta leche y necesitamos todas las cabritas que puedan darla. Te daré el medio dólar y tu estera.
La bruja devolvió la cabritilla y guardó en una hucha su medio dólar.
Al día siguiente, msrtes, llamaron a la puerta y se presentó el elfo esterero.
-Necesito mi estera azul para un pedido de palacio- dijo-. Te traigo tu medio dólar y tu cerdito.
La bruja aceptó el cerdito y guardó el otro medio dólar en la hucha.
El miércoles volvieron a llamar a la puerta. Era el nomo granjero.
-Deseo que me devuelvas el cerdito- dijo-. Lo echo mucho de menos. Aquí tienes el reloj y el medio dólar.
La bruja cogió el medio dólar y lo guardó en la hucha, y colocó el reloj sobre la chimenea.
El jueves la bruja contó los medios dólares que tenía. Eran tres. Se puso su mejor sombrero y se dirigió a la casa del relojero.
- Buenos días- dijo al relojero-. Devuelveme mi gato. Te daré tu reloj y tres medios dólares.
-Carbones es un gato magnifico- replicó el relojero-, pero si me das los tres medios dólares te lo devolveré.
La bruja le entregó los tres medios dólares y el reloj y se llevó a casa, de nuevo, el gatito negro.
- Si nunca hubiese encontrado el medio dólar me habría ahorrado un sinfín de molestias- dijo.
Y sentándose en la mecedora se balanceo alegremente, con Carbones en brazos, del que decidió no separarse nunca más.