Había una vez un joven que estaba locamente enamorado de la hija de un gran jefe que habitaba en un imponente castillo que daba al lago Ennen, en Westmeath. Y quería casarse con ella. Pero la doncella era caprichosa y le impuso una condición:
-No me casaré contigo- le dijo- si desde la ventana de mi futura casa no puedo ver un lago tan hermoso como el que se divisa frente a la casa de mi padre.
Desde la ventana se veían multitud de barquitos a vela, innumerables gaviotas e infinidad de cisnes salvajes.
Esta condición era difícil de cumplir, porque el pobre pretendiente habitaba en el valle de Leinster. El valle era bonito, pero las laderas de las colinas estaban cubiertas de casas y el único arroyo que serpenteaba en el fondo tardaría muchísimos años en llenar el valle, una vez terminada la presa, para cuya construcción se necesitarían al menos veinte años.
Era demasiado tiempo, no podía esperar tanto. Y se sentía muy triste. Se pasaba todo el día tirándose de su cabello rizado. Y como estaba muy enamorado había adelgazado tanto que parecía un alambre.
Su madre adoptiva, la bruja Danaan, al verle tan triste, le preguntó:
-¿Qué tienes, hijo mío?
-Estoy en un gran apuro- contestó.
Y contó a su madre adoptiva lo que le sucedía.
-No te preocupes- le dijo ella-. ¡Y deja en paz esos bucles!
La bruja cogió su escoba, montó y, cabalgando, cabalgando, voló a la cabaña de una comadre suya, situada en el margen occidental del río Shannon.
Esta cabaña estaba cómodamente situada sobre el filo de una colina, y daba a un precioso lago.
La bruja Danaan fue gustosamente recibida por su colega la bruja de Conacht.
Después de una merienda especial de brujas, la visitante explicó el motivo de su visita y suplicó a su sabia amiga que le prestase el lago hasta el fin de la luna siguiente.
Pero añadió, entre dientes:
-Después de la semana de la eternidad.
El lago era difícil de conseguir, pero finalmente la bruja Danaan lo cogió, se lo metió debajo de la capa y se lo llevó triunfalmente al valle de Leinster.
La gente que vivía en las colinas despertó aquella noche de su sueño al oír el horrible estruendo de diez mil cascadas. Y huyeron a las alturas más cercanas.
A la mañana siguiente, miles de ojos horrorizados vieron la sábana de agua que cubría sus casas.
El joven pretendiente invitó a su caprichosa novia a contemplar aquel lago y ella lo encontró muy bonito.
Así fue conquistada esa doncella altanera.
La bruja de Conacht esperó hasta el día de la segunda luna, muy irritada ante el lecho fangoso en que se había convertido su lago bajo el sol ardiente.
Hasta una mujer sabia puede perder la paciencia. Y, presa de la rabia, cogió la escoba, se montó y, cabalgando, cabalgando, voló rápidamente a la casa de su embaucadora colega bruja.
-¡Qué sorpresa más agradable, querida hermana!- exclamó la embaucadora con alegría fingida.
-No hay tiempo para cumplidos, comadre- le dijo la visitante-. Ha llegado el día de la siguiente y el de la luna subsiguiente, y en lugar de mi lago espléndido sólo veo rocas, barro y peces muertos. Devuélveme mi lago.
-¡Ay, querida hermana! La ira te ha quitado la memoria- replicó la otra-. Te prometí devolverte tu hermoso pedazo de agua el día de la luna siguiente <<a la semana de la eternidad>>; no antes. Reclámamelo cuando venza el plazo.
La rabia de la bruja engañada no tuvo límites, pero no podía hacer nada. Tuvo que montar en su escoba voladora y volverse chasqueada a su cabaña.