Hacía una semana que no iba al colegio. Seguía tirada en la cama. Sin hacer nada. Sin salir a comer. Nada. Eramos mi guitarra y yo. Mi vida, en esta última semana, se basaba en eso.
Estaba más flaca, tomaba solamente agua. ¿Y si Martin no me quería porque estaba gorda? ¿Y si adelgazo y me quiere? ¿Y si se fija en mi?, esas preguntas no tenían solución, hasta que unos golpecitos en mi puerta me "despertaron". Porque sí, para mis viejos estaba durmiendo.
-_____, ¿puedo pasar?
-Sí, Nacho, pasá. -
-Bueno, pero abrime. -me paré de la cama, le puse un poquito de color a mis labios y le abrí. Cuando entró, volví a cerrar la puerta.
-¿Qué te pasa, enana? -me miró fijamente y frunció el ceño.
-Nada Nacho, ¿qué queres? -pregunté un poco seca.
-Epa, pará, me mandó mamá, ¿o preferías que suba ella? -negué con la cabeza rápidamente.
-Bueno, pero ¿qué pasa? -repetí.
-Nada, ¿hace cuanto no comes? -se sentó en mi cama.
-Una semana, o un poco más creo. -me miró sorprendido. -¿Qué? ¿Nunca dejaste de comer por una semana? -pregunté, como si fuera lo más normal del mundo.
-No puedo dejar de comer por un día, ¿vos me estas cargando? ¿Sabes lo que eso implica?
-¿Y si Ramiro no me quiere porque estoy gorda? -dije, él me miró raro. Claro, dije Ramiro.
Ramiro.