Hoy llevaba varios libros en los brazos, los dejé en la mesa y él apartó su mirada de la pantalla del ordenador para desviarla al montón de libros.
Uno por uno comenzó a sellarlos con la fecha en la que debía volver a entregarlos a la biblioteca.
Cuando selló el último, agarró mi carnet para que quedara constancia en el archivo de quien se los había llevado prestados.
Me lo dejó en la mesa y volvió a lo que fuera que estaba haciendo en el estúpido ordenador.
Ni si quiera me había mirado.