Capítulo Cuatro - Una viaje interminable

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—A ustedes cinco, infractores de las normas de la vida, haré que el Ammit devoré sus corazones y borre su existencia de este plano y el otro —declaró Osiris en el Duat, juzgando a los cinco mortales que fueron asesinados por el veneno de los escorpiones de su esposa, los mismo cinco que habían guiado a Tutankhamon a los papiros que contenía las inscripciones.

El dios Anubis no dio tiempo a quejas de los individuos y con la rapidez que solo un dios posee traspasó los cinco pechos y tomo en sus manos los cinco corazones, dejando atrás a los hombres, para luego con un paso elegante llevarlos a la puerta que daba a la morada del Ammit y arrojarlos a sus fosas de cocodrilo mientras que con sus patas de león se impulsaba hacia arriba y descuartizaba lo que caían de sus fauces.

Poco a poco los cuerpos de los muertos fueron desapareciendo, mientras sus corazones eran digeridos por aquel monstruoso animal.

Tutankhamon estaba sentado junto a un pequeño lago en la tierra, veía ir a venir a las mujeres con extravagantes trajes y gigantescas jarras para llenar con agua.

Estaba pensando, pensaba en cómo después de tanto tiempo de espera podría volver a su tumba, iba a descansar su cuerpo, dejar de tomar la repulsiva medicina y podría vivir en el Aaru, en el paraíso. Se preguntaba si habría atardeceres tan bellos como los de la tierra, veía reflejado en el agua el sol teñido de cálidos colores que se mostraba en el cielo. Desde que su cuerpo había resucitado, no había notado cuantas noches, días o tardes había caminado sin la necesidad de dormir, tampoco poseía apetito, eran cambios drásticos, que esperaba que nadie sufriera... era tan diferente a vivir, era una maldición quedarse como un muerto con consciencia.

Se había a sorprendido a sí mismo en varias ocasiones pensando en si fue lo correcto destruir aquel libro, ese era la esperanza de muchos, todos querían, al igual que él, ir al paraíso, vivir en paz, no querían sufrir la justificación ni que el Ammit devorara sus corazones. Él hizo eso porque quería ir a donde todos sueñan con ir, pero tal vez estar allí solo significaría eso, soñar, sería una vida tan perfectamente monótona que llegaría a sentirse inservible o tal vez esa clase de sentimientos no existieran allí.

—Sí, he encargado una reproducción del Libro de los Muertos con todos los textos religiosos, pero aquellos hombres encargados han sido encontrado muertos en el desierto, tendré que buscar otra copia por mí misma, ya no se puede confiar en nadie —comentó una anciana a la joven junto a ella, mientras ambas tomaban agua del río en sus jarras—. Jovencita, si fueras un poco más inteligente sabrías que debes comenzar a tomar el rumbo del Libro de los Muertos ahora que estas iniciando la vida, busca lo que consideres más importante y luego reprodúcelo.

Las dos mujeres se apartaron del estanque dejando a Tutankhamon detrás de la roca en la que se encontraba antes de que ambas llegasen, no sabía qué pensar, estaba incrédulo ante la idea de más de un libro de los muertos, las palabras flotaban sin rumbo dentro de su cabeza, todos los textos mágicos y religiosos que destruyó solo fueron una simple copia.

No había terminado, no había si quiera comenzado. El pensamiento lo entristeció para que luego el pánico se abriera camino e invadiera su ser, le había dicho a Osiris que todo estaba hecho, cuando el dios se diera cuenta de que había sido una mentira haría que el Ammit devorara su corazón y que su alma fuera torturada.

Aun no le comprendía como no analizó que no existiera un único y canónico libro de los muertos, un libro tan importante no podría ser uno solo.



—AH


La Resurrección del Faraón TutankhamonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora