LAS IMÁGENES DEL CAMINO

898 12 0
                                    

Caminé hasta el borde saliente de granito y miré en dirección norte la escena que se desplegaba más abajo. Frente a mis ojos se extendía el valle de los Apalaches, de una belleza asombrosa, con sus diez u once kilómetros de largo y ocho de ancho. A lo largo del valle corría un riacho meandroso que serpenteaba entre trechos de pra­deras abiertas y bosques densos y coloridos: bosques viejos, con árboles de varios metros de alto.

Observé el rudimentario mapa que tenía en mis manos. En el valle todo coincidía exactamente con el dibujo: el cordón empinado donde yo estaba parado, el camino que bajaba, la descripción del paisaje y el río, los pies de los montes a lo lejos. Ése tenía que ser el lugar que Charlene había bosquejado en la nota hallada en su oficina. ¿Por qué lo había hecho? ¿Y por qué había desa­parecido de repente?

Ya había pasado un mes desde la última vez que Char­lene se había comunicado con sus socios de la empresa de investigaciones donde trabajaba y, cuando Frank Carter, su compañero de oficina, pensó en llamarme, ya estaba muy alarmado.

—Tiene sus excentricidades, pero nunca había desaparecido durante tanto tiempo —dijo—, y de ningún modo teniendo reuniones ya fijadas con clientes de mucho tiempo. Algo anda mal.

—¿Cómo se le ocurrió llamarme? —pregunté. Me respondió describiendo parte de una carta, ha­llada en la oficina de Charlene, que yo le había enviado unos meses antes en la que hacía una crónica de mis experiencias en Perú. Me dijo que, al lado, había una nota garabateada con mi nombre y mi número de teléfono.

—Estoy llamando a todas las personas que tienen alguna relación con ella —agregó. —Hasta el momento, nadie parece saber nada. A juzgar por la carta, usted es amigo de Charlene. Esperaba que supiera algo de ella.

—Lo lamento —le dije—. Hace cuatro meses que no hablo con ella.

Mientras lo decía, me parecía mentira que hubiera pasado tanto tiempo. Al recibir mi carta, Charlene me había llamado por teléfono y había dejado un mensaje en el contestador en el que me hablaba de su entusiasmo respecto de las Revelaciones y me comentaba la rapidez con que parecía estar difundiéndose su conocimiento. Recordé que había escuchado el mensaje de Charlene varias veces, pero que había dilatado mi llamado, pen­sando que me comunicaría más tarde, tal vez al día siguiente o el otro, cuando me sintiera dispuesto a hablar. En aquel momento sabía que hablar con ella me forzaría a recordar y explicar los detalles del Manuscrito y me decía a mí mismo que necesitaba más tiempo para pensar, para digerir lo que había ocurrido.

La verdad era, obviamente, que algunas partes de la profecía todavía se me escapaban. Sin duda había retenido la capacidad para conectarme con una energía espiritual interior, un gran consuelo para mí teniendo en cuenta que con Marjorie todo había terminado y ahora pasaba muchísimo tiempo solo. Y era más consciente que nunca de pensamientos intuitivos y los sueños y la luminosidad de una habitación o un paisaje. Sin embargo, al mismo tiempo, la naturaleza esporádica de las coincidencias había pasado a ser un problema.

Me cargaba de energía, por ejemplo, discernía la cuestión más importante de mi vida, y en general tenía un presentimiento claro respecto de qué hacer o adónde ir para buscar la respuesta; no obstante, después de hacer algo relacionado con la situación eran muchísimas las veces en que no ocurría nada importante. No encontraba ningún mensaje, ninguna coincidencia.

Esto sucedía sobre todo cuando la intuición tenía que ver con buscar a alguien que ya conocía en alguna medida, un viejo conocido quizas, o alguien con quien trabajaba en forma rutinaria. De vez en cuando esa persona y yo encontrábamos algún punto de interés nuevo, pero con igual frecuencia mi iniciativa, pese a mis esfuerzos por enviar energía, era totalmente rechazada o, peor aún, empezaba de una manera estimulante sólo para desviarse, descontrolarse y al fin morir en medio de un torrente de irritaciones y emociones inesperadas.

La decima revelacionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora