-¿Estás seguro? –lo miré expectante. Los chicos antes me dejaban romper con el pensamiento de que era mala haciéndolo y que me pondría nerviosa. Pero lo que ellos no sabían, en realidad, era que lo mejor que se me daba era romper. Claro, después de verme hacerlo nunca más me dejaban jugar contra ellos.
-Completamente, no es tan difícil –me guiño un ojo y esa rara sensación volvió a mi estómago.
Me incliné frente a la mesa y rompí enviando tres rayadas a diferentes hoyos. Volví a tirar y esta vez emboqué otra rayada. Miré a Justin, sus ojos estaban ampliados de asombro. Tal y como me lo imaginé. Una vez más volví a tirar pero no pude embocar ninguna.
-Tu turno –dije triunfante.
Después de quince minutos nos quedaba únicamente una bola a cada uno. Lo había prejuzgado mal, Justin era muy gracioso y un gran jugador.
-Gané –dijo él cuando embocó la bola negra. Lo miré seriamente y él se acercó a mí-. Sabes lo que eso significa, ¿no?
Asentí con la cabeza un poco enojada, debo admitir. No estaba enojada por tener que salir con él y tener que besarlo sino porque él era muy bueno jugando y lo sabía perfectamente.Su mano se posó en la parte baja de mi cintura y me pegó contra su fornido cuerpo. Nuestros ojos se encontraron y la escasa distancia que separaba nuestros labios desapareció por completo.
Cerré los ojos y llevé mis manos a su nuca. Sus labios sabían a menta y cerveza y eran condenadamente sexys. Mejor de lo que había imaginado que podían ser. Sus manos dibujaban círculos en mi cintura y su lengua jugaba con la mía en un armonioso ritmo que deseaba que jamás acabara.